Enterado de que Arnoldo Franchioni (tal su verdadero nombre) estaba -desde el 2004- de vuelta por estos lares, lo rastreé y le pedí una entrevista que gentilmente me concedió. Mi interés no era sólo historietístico. El motivo del exilio había sido su militancia en la resistencia peronista, y su labor como dibujante había ido de la mano con su ideario. Fuera del caso paradigmático de Oesterheld, no es algo que se observe con frecuencia en la historieta argentina.
Invité –por afinidades estéticas e ideológicas- a Fabio Blanco a que me acompañara, de modo que los dos recalamos, en una calurosa tarde de este caluroso enero, en el departamento de Palermo, donde, a sus 81 años, vive Francho.
Fabio llevó su grabador de periodista, por lo cual podrá dar una versión más fiel de la charla que tuvimos. Yo desgranaré apuntes, impresiones, ideas.
Ya por las charlas telefónicas previas, había evaluado que Arnoldo era un hombre de una enorme capacidad reflexiva, intacta a pesar de los años. El encuentro lo confirmó. No sólo eso: también pude apreciar a un tipo cálido, afable, humilde, no obstante su enorme trayectoria.
Si bien la larga conversación que mantuvimos los tres transcurrió por muy distintos andariveles, propios de una vida muy rica en experiencias, hubo dos ejes permanentes, entrecruzándose: política e historieta.
Francho nació en Ascensión, un pequeño pueblo agrícola-ganadero situado en el centro de la Pampa Húmeda, y en un tiempo -1928- donde “los últimos gauchos se encontraban con los primeros gringos”. Su padre, inmigrante italiano demócrata, tenía un almacén de ramos generales donde se daban cita los coterráneos fascistas y los españoles libertarios. En el patio, sobre el piso de tierra de la cancha de bochas, se trazaba a menudo con una rama el mapa de Europa, y señalándolo discutían. Había un chico de testigo que escuchaba atento. Era el mismo pibe que había rescatado la mención de una maestra a “próceres olvidados” como Facundo Quiroga o el Chacho Peñaloza, y que esperaba con avidez que el tren trajese con atraso las publicaciones de Buenos Aires: El Gorrión, Tit-Bits, El Tony, Rataplán. Y por supuesto, el suplemento infantil en colores del diario Crítica.
En 1944, con dieciséis años parte para Dolores a estudiar Fruticultura. Poco tiempo le lleva fastidiarse de lo que no era su auténtica vocación, y en la primavera del ’46 recala en la Capital. Fue autodidacta en el dibujo, apenas llevaba a cuestas las escasas lecciones de un curso por correspondencia de la escuela del mítico animador Juan Oliva, en las que sólo aprendió -relata risueñamente- a hacer círculos. Y la influencia de Disney, claro, que marcó a todos los dibujantes de su generación. Eso no le impidió empezar a trabajar en el ’47 en el diario Democracia, ilustrando una página donde aparecían los versos de Iván Diez, un poeta popular de fama tan grande entonces como la de Gagliardi, aunque no del estilo lacrimógeno de aquél. “Siempre fui un audaz”, dice Francho, relativizando un talento innato que sin duda fue el factor que determinó que rápidamente ocupara lugares preponderantes. En el mismo diario, durante casi una década, hace la tira “Cándido”. Con un nombre que cifraba su personalidad -al estilo de los personajes de la época- el protagonista permanece inmune a las complejidades del mundo. El efecto cómico lo da justamente sus originales reacciones frente a las situaciones con las que se enfrenta. El dibujo es limpio, con trazos simples, pero cuidadoso de detalles y fondos, y con un soberbio manejo de los contrastes a través del negro.
“Siempre fui un curioso”, vuelve a definirse Francho, cuando lo interrogo por sus comienzos en la política. Y sospecho que nuevamente la modestia, hace que relativice su capacidad reflexiva y también su esencia de persona honesta. La dialéctica que había generado escuchando las discusiones en el almacén de su padre, lo llevó prontamente a adherir a los ideales de justicia social del peronismo, y a relacionarse con grupos que se ubicaban en el ala izquierda de este movimiento. Menciona entre ellos a los “entristas”, militantes del comunismo que, cansados de la ortodoxia imperante en ese partido, empezaban a vislumbrar la capacidad transformadora del justicialismo.
Lejos de disociar la ideología con la praxis, se compromete a fondo, ilustrando las portadas de Descamisada, una revista que acompaña el surgimiento del peronismo, pero que declina y desaparece con su consolidación. “La gente estaba podrida de eso”, resume Francho, en el sentido que la labor propagandística resultaba ya innecesaria, en tanto los logros como gobierno hablaban por sí mismos.
También hará humor político en Avivato, en una etapa en el que ya no se lo podría tildar de “oficialista”, mote con el que a menudo se intenta descalificar a los que sostienen convicciones, tratando de instalar sobre ellos la sospecha de oportunismo. Después de la caída de Perón, fallece Luis Alberto Reilly (“Billy Kerosene”), el coeditor de la revista, y su viuda alienta a Francho a que encare la vertiente política, con el objetivo de aumentar las ventas que decaían. Allí vuelca “toda la bronca, todo el resentimiento” que le produjo el 16 de junio de 1955 (“nuestro Guernica”, acota) y lo que vino después.
Pero antes, en Avivato -cuyo primer número salió a la calle con 30.000 ejemplares, y fue durante un tiempo digna competidora de Rico Tipo y Patoruzú- Francho había desarrollado series memorables como “Historias de Cinco Guitas” y “Album de Familia”. También la tira “Camotito”, proviniendo en este caso el nombre y la característica principal del personaje de la expresión “agarrarse un camote”, o sea alguien que se enamora perdidamente.
“Album de Familia” constaba de un cuadro único, parodia de una foto al estilo de la época, acompañado de una didascalia que la completaba.
Avivato solía enunciar un tema de tapa, al que se adecuaban la mayoría de las secciones. “Historias de Cinco Guitas” se atenía a ese esquema, y mostraba en una página vicisitudes de gente común, observaciones costumbristas, desavenencias amorosas de gente de barrio, al estilo de “Buenos Aires en Camiseta”, de Calé, al que nada tiene que envidiar.
En la primera que se reproduce (11/4/55), por ejemplo, la temática genérica del número pasaba por Marilyn. Obsérvese la curiosa nota humorística que aparece en el encabezado: "N. de R.: Comunicamos a los lectores de esta historia que habiéndose comprobado que el cuadro Nº 7 de este bodrio infame es similar al cuadro Nº 6 de la historia del 20 de diciembre de 1954, el autor ha sido multado en $ 1,75 con lo que se verá privado de sus vicios durante un buen tiempo". Consultado el maestro sobre si este tipo de acotaciones se trataba de chistes internos vinculados a la editorial, o hacían alguna alusión a situaciones de la época, responde: “Los lectores solían escribirme en referencia a las “Historias de Cinco Guitas” y esta sería la respuesta a alguna de ellas, y al leerla a tanta distancia me hizo reír, aunque hoy me intriga ese “$ 1,75” (probablemente sea el precio de un atado de cigarrillos Particulares Negro –lo cual sugeriría que no fumaba mucho-) y tenés razón, el ambiente de Avivato era jodón y solíamos hacer muchos chiste internos”.
Se nota con claridad en el segundo de los episodios que reproduzco, correspondiente a la etapa frondicista, como el humor se hace más ácido y se vuelca decididamente a lo político y social. “Era un material concientemente provocativo”, define Francho.
Vuelvo un poco atrás en el tiempo, y le recuerdo una portada de Avivato, del 21/11/55, firmada por Flax (Lino Palacio) en la que Perón aparece saludando desde un balcón a una solitaria paraguaya con su perro. Es una de las pocas veces en la entrevista que se indigna. Recita de memoria los versos que acompañaban el dibujo (“Para el país de adopción/ resulta Perón un lastre/ pero él tiene una obsesión/ y, desde el primer balcón,/ hace galas de su arrastre”) y concluye, categórico: “Fue una canallada. Lino Palacio se decía peronista y tenía una foto de Perón en su despacho”.
Ese sentimiento de amargura y frustración -no personal, sino social- lo contra efectuó, aparte del dibujo, con una activa militancia, que se tradujo en la creación de un periódico clandestino, 17 de Octubre, hecho de manera rudimentaria en el mismo departamento que hoy habita, y distribuido de mano en mano. Co editor del mismo, como “compañero Valdéz”, no dibujaba allí, si bien en principio se le pidió que lo hiciera. Su trazo resultaba muy identificable -lo que resultaba peligroso para la continuidad del proyecto y para sus participantes-, y todos los intentos por disimularlo fracasaron.
Los años que siguieron a la caída de Perón, fueron muy difíciles para Francho. Su principal empleo seguía siendo la tira de Democracia. Había incorporado como colaboradores en “Cándido” a Jorge Toro y Toni Saborido, ambos "muy discretos, de 'ver y callar' , sin cuya ayuda no hubiera sido posible mantener la doble tarea de dibujante profesional y militante de la Resistencia". Pero la traición de un compañero de trabajo provoca su despido. Lo hace opinar políticamente delante de un interventor del periódico, cargo que Francho ignoraba que detentaba. Recuerda que Pedro Flores, otro dibujante que tenia su mesa de trabajo en la misma oficina, le hacía señas desesperadas para que callase. Señas que, desafortunadamente, no interpretó.
También fue víctima del boicot intentado por un grupo de deliciosas monjitas, que le acercaron al director de Familia Cristiana, donde Francho hacía la tira “Carita Dulce”, un dossier con sus antecedentes políticos. Pese a ello, el director de la publicación lo sostiene, aunque es obvio que esa labor le representaba muy poco económicamente.
A esto se suma el cierre de Avivato, con lo que apenas le queda para vivir alguna colaboración para Chile con El Pingüino - a través de Fantasio- y otros trabajos menores y mal y trabajosamente pagos.
Cuenta que para una publicación que debutaba, Abuelo Barbudo -típica aventura editorial de la época, y que difícilmente pasara del primer número-, le encargaron la tapa. Una vez realizada, le pidió a su mujer que lo acompañara a entregarla, para que observara “la maravillosa vida de un dibujante”. Una vez que el director de la revista aprobara elogiosamente la portada, Francho la retuvo en una mano, mientras extendía la otra a la espera de la retribución acordada. El director, desconcertado, hurgó en sus bolsillos hasta las monedas y finalmente tuvo que pedir prestado a otros colaboradores para pagarle el ínfimo precio acordado.
Probó suerte en la editorial de Quinterno, pero duró muy poco. Ingresó gracias a Mariano Juliá, al que Arnoldo califica como a “un gran tipo”. Publicó algún trabajo en el Libro de Oro Patoruzú del ’59 o ’60 -no lo puede precisar- y a raíz de ello, Juliá opinó que estaba para cosas mayores, por lo que se le encarga una Correrías completa en argumento y dibujo. Una vez realizada, mereció una entusiasta acogida de Quinterno, quien sin hacer corrección alguna -lo cual no era para nada frecuente- sólo instruyó que se agregaran unas pocas páginas, ya que no llegaba a las cien que traía entonces la revista. Francho cumplió. Al poco tiempo, Mariano Juliá lo manda a llamar, y entregándole de vuelta el original, se disculpa, diciéndole, con bronca apenas contenida: “Que te puedo explicar... Este hijo de puta te la rebotó”. Resulta obvio que, en el medio, Quinterno se había enterado de la trayectoria política de Francho. Es otro de los momentos donde el entrevistado se indigna: “Si no le hice un juicio fue por Juliá”.
Le quedaban las ligas menores: Ediciones Torino, Editorial Mazzone. “Trabajar allí para un dibujante era caer mucho. Se trataba de editoriales con tiradas mínimas, no existían. Y lo que se pagaba era ínfimo”. Recuerda sin embargo con cariño tanto a Torino como a Mazzone. Aunque desliza alguna crítica hacia éste último: “Le gustaba mucho la guita. El hacía las tapas, se ocupaba de todo”. Contrastaba, claro, con el espíritu bohemio de don Héctor, que dejaba que sus colaboradores trabajaran con absoluta libertad: “Me recibía las tapas con bromas. Me decía: pero me hiciste medio maricón a Don Nicola!”, cuenta Francho riéndose.
La etapa pos peronista era considerada por los militantes como una transición de unos pocos años a lo sumo. Se la inscribía en los vaivenes típicos de la política argentina. Cuando se comienza a advertir que iba a durar mucho más que lo imaginado, ya se habían cerrado todas las puertas para Arnoldo Franchione. Estaba en las listas negras, y ese estigma implicaba entre otras cosas la asfixia económica.
Del enorme prestigio que había cosechado en menos de una década, da cuenta una nota de la revista Dibujantes, del ’56. Inmediatamente después de referirse a Quino, se lee allí: “Junto a él se consagraron meteórica y definitivamente otros dos valores de nuestro humorismo: Carlos Garaycochea y Arnoldo Franchione 'Francho' (...) Francho con sus célebres 'Historias de Cinco Guitas', nueva forma de humorismo fino y 'entrador', es uno de los dibujantes más solicitados en la actualidad”. A continuación, el artículo cita a Battaglia como otro de los consagrados.
Pero corriendo el ’62, de nada servían los laureles reconocidos por los propios colegas y para Francho llegaba la hora de pensar en irse del país.
El primer destino que imaginó era Europa. Más concretamente Italia, de donde provenía su padre. Pero un encuentro con otro dibujante, Alfredo Olivera, le hizo cambiar el rumbo. Este lo convenció que lo mejor era emigrar a los Estados Unidos, dada la crisis económica que atravesaba el viejo continente. Allí partieron, y le fue muy bien a ambos.
Lo consulto por el motivo de su regreso. Me contesta sin vacilar: “Kirchner!”. “Cuando vi, en la transmisión de la asunción presidencial, como jugaba con el bastón, la forma de empuñarlo, me hizo recordar un gesto de la época de la resistencia. Decíamos entonces, un poco en broma, un poco en serio: cuando volvamos a tener la manija...”.
Hasta el día de hoy, no se siente defraudado.
Intuyo que Francho, a pesar de sus logros en el exterior, no habría querido irse. Por eso se resistía a creer que el retorno del peronismo tardaría mucho. “Y tardó 17 años”, acoté en un momento de la entrevista. “No, fueron muchos más... 48”, me corrige acertadamente el compañero Valdez.
En la segunda parte, los logros en el exterior, y la actualidad de Francho.
Las imágenes que ilustran el post pertenecen a mi colección personal, a aportes del autor y al libro "La Argentina que Ríe", editado por el Fondo Nacional de las Artes, donde se le dedica un capítulo a Francho.