Y POR EL MISMO PRECIO...

lunes, abril 20, 2020

¿ A QUÉ ESCENARIO TE VAS A SUBIR ? (3)

Sigamos con mi viejo. Laburaba en el frigorífico Smithfield, de Zárate.
En realidad no estoy seguro que haya sido en el Campo de Smith, porque según algún dato perdido en la web, a fines de la década del '40, la Corporación Argentina de Productores (C.A.P.) compró el frigorífico.
He oído hablar en mi infancia de "la CAP", por supuesto. Pero la clásica denominación en lengua inglesa le ganaba por goleada a la sigla nacional.
Puede, para zanjar salomónicamente la cuestión, que mi viejo haya estado primero conchabado en Smithfield y después en la CAP, sin que esto implique mudanza de edificio.
Aunque sí del lugar de trabajo, porque mi viejo, pobre, como ya apunté, sufrió variadas penurias de salud durante su existencia, las cuales derivaron en cirugías a las que sobrevivió de milagro.
"Está en manos de Dios" era otra frase que se repetía en casa, y que había sido proferida por uno de los carniceros –diplomado éste- a mi madre, a la salida de alguna de aquellas carnicerías. "Me sacaron un metro veinte de intestino", "Me falta medio pulmón", así daba cuenta mi padre del saldo de pérdidas en sus batallas contra la Muerte.
Estómago, intestinos, pulmones... todas afecciones relacionadas con sus faenas, en contacto directo con las reses y el hielo, en condiciones de exposición e higiene que seguramente incumplían las normas.
Y con cada recuperación, en vez de indemnizarlo por el daño sufrido, lo cambiaban de lugar de trabajo, en entornos más "benignos", hasta que pudo recalar finalmente en oficinas.
De todas maneras, mi padre no llegó a participar de la etapa en que el establecimiento pasó a ser cooperativa, durante el gobierno de Illia. Tuvo que jubilarse con anticipación, por incapacidad, con el mínimo.
Antes de eso, mi padre había sido dirigente sindical. Con la adquisición por la C.A.P., el frigorífico de Zárate empezó una etapa de declinación, con despidos de personal, que generaron frecuentes huelgas y ocupaciones como la que da cuenta "El Trabajador de la Carne", en su edición de octubre de 1960, donde aparece en una foto "Minguito" -tal el apodo que le daban sus compañeros a mi viejo- en primer plano.


De la misma época data la foto donde se me ve sentado sobre un karting casero, tomado de la mano de una nena.
La postura salta a la vista como artificial. Tampoco es casual el contexto de la pileta con botellas de sidra vacías, abandonadas (quizá aquellas que repartía la Fundación Evita) y el esqueleto de lo que puede haber sido un árbol de Navidad.
Esa imagen estaba armada y la nena y yo posando –inconsultamente- para un volante que anunciaba un festival a beneficio de los despedidos del frigorífico. "Para ellos, que no saben del drama de sus padres sin trabajo", me dicta mi memoria que rezaba el epígrafe que acompañaba la foto. Quizá algún día, entre la montaña de papeles de mi altillo, aparezca ese volante. Ni se me ocurre ponerme a buscarlo, que baste con mi palabra.
A la nena y a mí se nos debe haber instruido para poner cara de desamparados. Puntualizo entonces que ese momento de actuación precede a todos los que narré hasta ahora.

lunes, abril 13, 2020

CUANDO LA HISTORIETA SE VUELVE PELIGROSA (14): LOS COMPLEJOS DEL CAUDILLO

En las primeras ediciones españolas (principios de los '40) de cómics de superhéroes yankees,  a Superman lo bautizaron "Ciclón el Superhombre" y a Batman "Alas de Acero". El motivo que tuviesen nombres cambiados era que a Franco no le gustaban tantos poderes desatados. El único superhéroe debía ser el Caudillo. Por ende, los editores debían hacer malabarismos para eludir la censura.


Tampoco le gustaba a Franco, dado que Madrid carece de mar, que los barceloneses lo contemplaran. Entonces, de pura envidia, les mandaba a tapar el paisaje del puerto con enormes containers y vallados, según nos contó una noche en Barcelona, a mi mujer y a mí, una vieja taxista catalana independentista. Recién pudieron ver el mar cuando Franco murió.
Y hablando de muertes... hace un tiempo un amigo me dio la pista para investigar la trágica historia de la revista humorística La Traca, de su director Vicent Miguel Carceller y del dibujante Carlos Gómez Carrera, quien -bajo el seudónimo de Bluff- creaba tapas como éstas, que sacaban a relucir lo que se rumoreaba sotto voce acerca de la sexualidad del Generalísimo.



Les recomiendo que gugleen, es una historia -no historieta- que vale la pena conocer...

viernes, abril 10, 2020

¿ A QUÉ ESCENARIO TE VAS A SUBIR ? (2)

Me resistí mucho tiempo a la idea de escribir mis "memorias" teatrales. Hasta que fui encontrando el camino:  no reseñar la etapa "profesional", "prestigiosa", como se acostumbra, sino por el contrario remontarme a mis actuaciones más bárbaras, intuitivas, elementales, amateurs. Inclusive cuando ni siquiera tenía idea de qué iba esto que continuaría haciendo toda la vida.
La educación sentimental, lo iniciático, la epifanía.
Ya en el arranque, en el olvido del minué en el Coliseo, y lo vívido del recuerdo de "Súperman contra los leones", en el patio del jardín de infantes, más allá incluso de mis intenciones, está presente ese propósito.
Al igual que entonces, todavía hoy sigo eligiendo a qué escenario me voy a subir. Quizá ahí esté la clave de todo...
Continúo.
Mi padre, periódicamente, a lo largo de su existencia, tuvo graves problemas de salud, y fue atendido por especialistas de las más variadas ramas de la medicina. Sin embargo, nunca abandono su clínico de cabecera: el doctor Amadeo. Título y apellido que en casa se pronunciaba con mucho respeto. "Acá en Zárate ya me habían desahuciado, el que me salvó la vida porque me mandó a internar de urgencia a Buenos Aires, fue el doctor Amadeo", solía repetir mi padre, respecto a una de las tantas batallas épicas que libró contra la Muerte.
De pibe, para un cumpleaños, alguien me regaló un par de títeres. Uno de ellos, le causó gracia a mi viejo por el parecido con el doctor Amadeo. En un rapto infrecuente de humor, bautizó al títere como "el Ciego Amadeo", que así se lo llamaba cariñosa y popularmente al galeno por su miopía. Sin embargo, mi padre se permitía ese atrevimiento por primera vez.


Quizá se tratase de mi cumpleaños número diez, cuando faltaban apenas unos meses para aparecer mencionado en el diario "El Debate" de Zárate, con iniciales y apellido, como el niño de cuarto grado que recitó la poesía "Ruinas de Yapeyú", después del discurso de la directora de la Escuela N° 1 "Gral. José de San Martín", en el homenaje que se le rindiera al Libertador el 17 de agosto de 1967, en dicho establecimiento educativo.
Consta en el recorte de mi cuaderno Rivadavia que la señora directora era Inés Baroni de Lotti. Y agrego yo: Lotti, su esposo, el dueño del cine América. Los esfuerzos por la noble tarea de educar a la niñez zarateña eran mancomunados. Por ejemplo, en ocasión del estreno de "El santo de la espada" en dicha sala, todo el colegio N° 1 concurrió a verla en horario especial. Si bien no gratuitamente, a un precio reducido.


Cuando llegamos al cine, un compañero despistado advierte que había que traer la plata para la entrada, y él no tenía un peso. Andá a saber de dónde manejaba yo el dato de la sociedad conyugal y cómo fue que identifiqué en el hall de entrada al señor Lotti. La cuestión es que lo encaré, le expuse el problema del otro pibito, y le pedí que lo dejara entrar, garantizándole con mi palabra que al día siguiente le iba a mandar la plata con la esposa de él, la directora del colegio. El tipo me miró raro, hasta feo diría, pero logré mi solidario objetivo.
Esa caradurez innata hacía que fuese número puesto para recitar en los actos escolares. Y mi voz potente, claro.
Y por último, quizá lo único que pueda calificarse de mérito propio: la capacidad temprana para leer de corrido y sin furcios. Todavía hoy me jacto de poder descifrar a primera vista los sentidos de un texto complejo, al tiempo que lo leo en voz alta.
La profesora de música de "la 1" (me surgen ahora dos apellidos zarateños notables: Hotton –la prosapia evangélica que llegó de Australia y degeneró en la famosa diputada ultraderechista- y Güerci –la dinastía del caudillo conservador-, pero es posible que Beatriz Hotton de Güerci haya sido en realidad profesora de música del secundario, víctima de varias tropelías mías, lo cual ya es otra historia, sigo...) capitaneaba una academia privada de Piano y Declamación e intercedió ante mis padres para que me enviaran a estudiar con ella en privado. Como se verá, quien más quien menos en aquella insigne escuela primaria de Zárate (la del centro, justo enfrente de la plaza principal), atendía un kiosquito aparte. Mis padres, pobres, si bien hubiesen querido honrar tan excelsa invitación a su hijo, no tenían un mango partido al medio, la verdad sea dicha. Graciadió y amén.
La cuestión es que muy poco recuerdo –al igual que la función del Coliseo en que bailé el minué- de esos actos escolares en los que "tomaba parte" con éxito. Sí, en cambio, tengo presente una frustración. Yo era bueno en el recitado pero un perro cantando. Eso se convertía en un problema para el coro, porque mi voz potente y desafinada se imponía sobre las demás, rompiendo toda armonía. De modo que siempre me terminaban bajando del escenario. Para mi beneplácito. Aparte de la falta de oído, me molestaba bastante tener que seguir una métrica. Quizá hasta exagerase mi poca aptitud para el canto con el propósito de lograr la expulsión.
En una clase de música, en vísperas de otro acto escolar, la profesora, que no se resignaba a prescindir de mi voz, tuvo una idea "creativa": me mandó a la última fila del coro, rogándome encarecidamente que hiciese la mímica de la letra de "El arriero va", pero que no emitiese sonido alguno. Y que ni bien estuvieran ejecutándose los últimos acordes, entonces sí... que irrumpiera con el grito gauchesco de "trooopa, trooopa". No calculó los aplausos anticipados, que me taparon por completo. Por primera vez, mi vozarrón era derrotado.
En cambio, con los títeres, logré un triunfo rotundo. Otro pibe vecino también tenía muñecos y le propuse unirnos y armar compañía. Con unas sábanas, en el patio de la casa de él, improvisamos un retablo, pusimos sillas y bancos, invitamos a los amigos del barrio y representamos una obra de mi autoría. Hasta creo que cobramos entrada.
Por supuesto, el Ciego Amadeo formó parte del elenco y siguiendo la irreverencia de mi viejo, hacía de chicato que se chocaba con todo.


En la feria del Parque Saavedra de La Plata, en el 2014, o sea 47 años después, me reencontré con él.
Desde entonces, luce en sitial destacado entre mi colección de títeres antiguos.

jueves, abril 02, 2020

¿ A QUÉ ESCENARIO TE VAS A SUBIR ? (1)

Encontrar algo en mi altillo no es fácil. Hace tiempo que buscaba infructuosamente este cuaderno Laprida de tapa dura, donde dejé testimonio del comienzo de mis aventuras teatrales, va a hacer apenas cincuenta años 



En efecto,  las primeras anotaciones,  consignan con mi letra "abril, mayo, junio  de 1970".
Revisar el pasado no debería ser hurgar en lo muerto, sino registrar cuánto de vivo quedó en uno. Voy a a tratar de descubrirlo a medida que escribo.
Después del hallazgo del cuadernito, me dediqué al rastreo de dos fotos que lo anteceden en cuanto a lo "artístico", que también me costó localizar...



Datadas ambas al dorso: por mi madre en la que luzco delantal y bolsita de jardín (abril de 1962),  y por mi padre en la del baile (diciembre 7 del mismo año). 
Mi padre, con la minuciosidad que lo caracterizaba, y con la esmerada caligrafía que nunca abandonó, precede la fecha con una larga leyenda: "Teatro Coliseo / Miguelito y Dorita bailando el minué/ Festival 'Colegio Sagrada Familia'/ Jardín de Infantes/ Zárate..."
Nada recuerdo de este evento en que pisaba por primera  vez,  a los cinco años, "formalmente" y ante un público, el escenario.
En cambio, tengo muy presente mi primer día de jardín, perpetuado por la foto junto al árbol, en la vereda de enfrente de mi casa de Zárate, y a una cuadra de los que se llamaba "colegio de hermanas" (que dejaba de ser mixto en primer grado, porque se supondría que a partir de allí se corría peligro que el Diablo se entrometiese  a revelar la impudicia del sexo).
En la foto -debe ser difícil de apreciar acá, por lo pequeña- aparezco de buen talante. Lo estaba, lo afirmo.  Muy  predispuesto para enfrentar la aventura.
Y es muy nítida en mi mente la imagen de lo que sigue, llegar al patio de las monjas y encontrarme con los demás pibitos llorando, aferrados de sus madres, resistiendo abandonarse a los brazos extraños de las maestras.
Ante semejante panorama, tuve un impulso  que hasta hoy en día no me explico: arrimé dos bancos de madera, me subí, y comencé a improvisar una escena, cuyo título anuncié previamente: "Súperman contra los leones".  
Mi memoria no abarca el argumento completo, pero sí la acción. Volaban piñas al aire a diestra y siniestra junto con leones imaginarios. El personaje que me asigné, huelga aclararlo, no era el de un león.  
Los pibitos dejaron de llorar para pasar a observarme, estupefactos.
Juro que aconteció tal como lo cuento.
Ese fue mi verdadero debut en las tablas. 
No con Dorita bailando el minué.
No con "Rielandia", también en el Coliseo de Zárate, donde cobraba y todo y era un éxito de taquilla.
No  a fines de los ochenta, en el  Payró, si vamos a respetar los criterios "profesionales" de reseñar la trayectoria y nos remitimos a mis comienzos en Capital. 
Nada de eso...
Yo empecé a hacer teatro  en el patio del colegio de monjas, el primer día de jardín de infantes,  cincuenta y ocho años atrás. Ni menos ni más.

POSDATA:

En relación a lo anterior se me ocurrió investigar cuál cómic de Súperman pudo haber inspirado mi primera realización teatral integral (dramaturgo, actor, director). Se me ocurre que puede ser ésta, editada en México en el año 1953. Ignoro cuánto tardaba Novaro en distribuir en Argentina, pero era frecuente a mediados de los '60 encontrar en los kioscos pilas de números de años anteriores. Si sumamos el dato de la circulación entre lectores de los ejemplares, resulta factible que éste haya llegado a mis manos poco antes de iniciar el jardín de infantes, por el '61/'62.