Sigamos con mi viejo. Laburaba en el frigorífico Smithfield, de Zárate.
En realidad no estoy seguro que haya sido en el Campo de Smith, porque según algún dato perdido en la web, a fines de la década del '40, la Corporación Argentina de Productores (C.A.P.) compró el frigorífico.
He oído hablar en mi infancia de "la CAP", por supuesto. Pero la clásica denominación en lengua inglesa le ganaba por goleada a la sigla nacional.
Puede, para zanjar salomónicamente la cuestión, que mi viejo haya estado primero conchabado en Smithfield y después en la CAP, sin que esto implique mudanza de edificio.
Aunque sí del lugar de trabajo, porque mi viejo, pobre, como ya apunté, sufrió variadas penurias de salud durante su existencia, las cuales derivaron en cirugías a las que sobrevivió de milagro.
"Está en manos de Dios" era otra frase que se repetía en casa, y que había sido proferida por uno de los carniceros –diplomado éste- a mi madre, a la salida de alguna de aquellas carnicerías. "Me sacaron un metro veinte de intestino", "Me falta medio pulmón", así daba cuenta mi padre del saldo de pérdidas en sus batallas contra la Muerte.
Estómago, intestinos, pulmones... todas afecciones relacionadas con sus faenas, en contacto directo con las reses y el hielo, en condiciones de exposición e higiene que seguramente incumplían las normas.
Y con cada recuperación, en vez de indemnizarlo por el daño sufrido, lo cambiaban de lugar de trabajo, en entornos más "benignos", hasta que pudo recalar finalmente en oficinas.
De todas maneras, mi padre no llegó a participar de la etapa en que el establecimiento pasó a ser cooperativa, durante el gobierno de Illia. Tuvo que jubilarse con anticipación, por incapacidad, con el mínimo.
Antes de eso, mi padre había sido dirigente sindical. Con la adquisición por la C.A.P., el frigorífico de Zárate empezó una etapa de declinación, con despidos de personal, que generaron frecuentes huelgas y ocupaciones como la que da cuenta "El Trabajador de la Carne", en su edición de octubre de 1960, donde aparece en una foto "Minguito" -tal el apodo que le daban sus compañeros a mi viejo- en primer plano.
De la misma época data la foto donde se me ve sentado sobre un karting casero, tomado de la mano de una nena.
La postura salta a la vista como artificial. Tampoco es casual el contexto de la pileta con botellas de sidra vacías, abandonadas (quizá aquellas que repartía la Fundación Evita) y el esqueleto de lo que puede haber sido un árbol de Navidad.
Esa imagen estaba armada y la nena y yo posando –inconsultamente- para un volante que anunciaba un festival a beneficio de los despedidos del frigorífico. "Para ellos, que no saben del drama de sus padres sin trabajo", me dicta mi memoria que rezaba el epígrafe que acompañaba la foto. Quizá algún día, entre la montaña de papeles de mi altillo, aparezca ese volante. Ni se me ocurre ponerme a buscarlo, que baste con mi palabra.
A la nena y a mí se nos debe haber instruido para poner cara de desamparados. Puntualizo entonces que ese momento de actuación precede a todos los que narré hasta ahora.