Y POR EL MISMO PRECIO...

miércoles, agosto 16, 2006

SOCIOLOGIA EN PANTUFLAS: SER DOCTOR O NO SER ACTOR

Inauguro esta sección donde me permitiré abordar cuestiones sin el menor método ni rigor científico. Cuestiones que me han surgido parado ante un semáforo, en el baño, o de madrugada, frente al monitor, cuando ya se terminó el trabajo –o no hay ganas de continuar- y se impone abandonarlo, pero uno se resiste porque la adicción que ha creado es más fuerte.
Dicho esto, a manera de declaración de principios, paso a abordar el tema que hoy me preocupa (mañana, Dios dirá…).
Si en algo he sido consecuente en la vida, es en hacer teatro. Arranqué a los 13, y hoy pisando la raya de los 50, sigo dando lástima en los escenarios.
Claro que, paralelamente, he tenido que desarrollar unas cuantas actividades más pa’ poder morfar.
Mientras estuve en alguna de ellas –las lícitas-, cuando me preguntaban a qué me dedicaba, la priorizaba como información.
Ejemplo 1:
UN CURIOSO: A qué te dedicás???
YO: Tengo un comercio.
En los períodos en que sólo estuve abocado al teatro (porque me iba bien, o porque no había otro curro a mano), elegía contestar que enseñaba, aunque ésta fuera una ocupación subsidiaria o inexistente en ese momento. Y si era posible, evitaba mencionar la materia…
Ejemplo 2:
EMPLEADO QUE RELLENA UN FORMULARIO: Ocupación.
YO: Docente.
Estas maniobras elusivas, se debían a que no es fácil contestar: “Soy actor”, o “Soy director teatral”, o “Soy dramaturgo” (o escritor teatral, que suena menos presuntuoso).
La primera reacción del interlocutor –en el caso de “soy actor”- es quedarse mirándote, a ver si te juna de algún programa de tevé.
Si no te ubica, pasa a preguntar, directamente: Estás en televisión???
La variante de “soy director o escritor”, en cambio, provoca una pequeña reflexión, tratando de ubicar el nombre, para pasar a la misma pregunta de inmediato.
Yo en ambos casos, las pocas veces que me he animado a denunciar estas actividades, he tenido que contestar indefectiblemente que no.
Lo que sigue de la charla, depende de quien se tenga enfrente.
Si se trata del burócrata que llena el formulario, te mira de manera descalificadora, como diciendo “Si no estás en la televisión, no puedo poner eso acá, dame un dato que sea serio”.
Si en cambio, el preguntón es alguien que acabás de conocer en una reunión, el diálogo continúa mas o menos así:
PREGUNTON: Y hace mucho que estás en esto???
YO (VICTIMA DEL PREGUNTON): Como treinta y cinco años…
P: Y nuuuuuuunca estuviste en la tele???
Y: No, la verdad que no… Lo mío es el teatro.
P: Bueno, pero los actores, además de teatro, hacen televisión.
Y: No, yo no…
P: Y alguna película???
Y: No, tampoco…
Ante este panorama, omito por supuesto hablar de mis experiencias en Súper ‘8 o video, porque corro el riesgo de que el tipo aclare: “no, no… yo digo cine, cine!!!”. De todos modos, a esta altura, si sigue hablando conmigo y se hace el interesado en mi persona, es debido a que no tiene a nadie más, en la reunión, que le dé pelota. Su sentencia sobre la relevancia de mis actividades ya ha sido pronunciada y nada que yo pueda alegar hará que la revoque. Pero sigue…
P: Teatro comercial, en Capital, supongo…
Y: Algunas cosas hice. Pero lo mío es independiente, en Provincia más que nada…
P: Aaaaaaahhhh!!! Teatro amateur, de aficionados…
Y: No, no. Teatro independiente, que es otra cosa.
Y es el momento en que lo odio y me odio, porque sé que estoy defendiéndome.
Pero -que va uno a hacerle- es así. En este país, solo estás legitimado socialmente para decir que hacés teatro si estás en televisión. En última instancia, y en un rango menor, si laburaste en la calle Corrientes, contratado por Romay, o en algún elenco del San Martín o Cervantes.
El resto es silencio (llamarse a silencio).
En cambio –y aquí viene lo central de la reflexión- he comprobado lo fácil que resulta en otras disciplinas…
Los que me conocen (un saludo para todos los que me conocen) saben que hace unos años he comenzado a incursionar en el mundo del Derecho, llevado de la mano de mi última pareja (también los que me conocen saben que las mujeres siempre me llevaron de la mano… así me fue). Paso a transcribir textualmente un diálogo acaecido en un Juzgado de La Plata, cuando recién comenzaba en estas lides (juro que no agrego una línea):
YO: (con la voz teatralmente impostada, que uso para cuando quiero que me tomen en serio) Buen día, quisiera hablar con la secretaria…
EMPLEADA DE MESA DE ENTRADAS: Por qué asunto, doctor???
YO: Por “X con Z, sobre Daños y Perjuicios”… Pero le aclaro que no soy doctor.
EMPLEADA DE MESA DE ENTRADAS: No importa, doctor.
Al poco tiempo, dejé de aclarar. Me di cuenta de que hiciera lo que hiciera, me iban a doctorar igual, en tanto llevara saco (ni siquiera corbata) y pusiera la voz radioteatral. Eso sí –aclaro- nunca usurpo el título de motu proprio.
O sea que acá, no sólo no me cuestionan, sino que me confieren la dignidad por anticipado.
Podría alegarse que la mayoría de los que pisan Tribunales son abogados -no es cierto, pero supongamos-, y por eso uno es tratado como tal ("Cómo le va, doctor?" "Permiso, doctor" "Está Ud. primero, doctor?", son los textos mas oídos allí). Entonces, cabría la misma excepción de valoración que existe entre la propia gente de teatro, con la que es posible alardear -lo he hecho, mea culpa- que uno consiguió un subsidio del San Martín o de Proteatro (ahora, una luca, calculo, si es que siguen existiendo), mientras el otro se ufana de que el domingo pasado llenó la sala (de 22 butacas).
Pues no es así. Me ha pasado también en situaciones en que por el solo hecho de abordar un asunto jurídico, los mismos posibles preguntones del tema teatro, enseguida me doctoraron.
Independientemente de eso, convengamos que a nadie que declare la abogacía como profesión, le preguntan: “Conforma la Suprema Corte???” “Es juez de grado, siquiera???” “Diga al menos cuántos casos ganó???” (nótese que a un Doctor no se lo tutea).
La paradoja resulta de que en una profesión liberal, donde el carácter científico radica en enfocar al signo pesos como principal objeto de estudio, pareciera que el título mismo estuviera asociado al éxito.
En cambio, en una profesión de índole cultural, para valorizarte es necesario rendir cuentas de los triunfos obtenidos, y el parámetro usado es el esquema de producción en que estás o no inserto.
Mi ser o no ser pasaría entonces, por:
1) Recibirme tardíamente de abogado, para legitimar el título conferido de hecho (no sea cosa que se aviven);
2) Intentar que Tinelli o Suar me contraten.
He aquí el dilema.

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