“Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida…”
(Volver – Tango-, Música: Carlos Gardel, Letra: Alfredo Le Pera)
Generalmente no atiendo recomendaciones de películas. La experiencia me dicta que te clavás. Los gustos del otro son unos y los de uno son otros.
En las contadísimas excepciones de recomendaciones –provenientes de gente con gran sabiduría cinéfila- a las que puedo llegar a hacer caso, suelo tener discrepancias.
Recuerdo fervorosas discusiones con Roberto De Paoli (hace poco me lo encontré y me dijo que lee este blog diariamente, lo cual, seguramente, es un engaño más de los tantos a los que recurre como buen publicista que es) respecto al talento de Brian De Palma (adivinen quién lo negaba).
Y otra no menos encarnizada con Alberto Wainer, acerca de un director que hace llover sapos, y de cuyo nombre no quiero acordarme.
Sin embargo, en esta oportunidad, la recomendación del Oso, felizmente no desoída por mí, fue más que afortunada.
Me refiero a OLD BOY - 5 Días Para Vengarse (2003), del coreano Park Chan Wook (notarán que este blogger se ocupa siempre de temas candentes, cosa de poder usurpar algo de fama ajena).
Rastreando en Internet alguna imagen para afanar, con el objeto de ilustrar esta nota, me topé con algunos comentarios sueltos sobre la cinta.
No leo críticas ni a priori ni a posteriori, tan soberbiamente –Dios me perdone- reivindico mi propio criterio. Tampoco oigo comentarios previos sobre algo que voy a ver.
Este caso fue una excepción.
Atendí –antes de verla- una pequeña alusión de Alberto sobre el tratamiento de tiempo-espacio y –post visión- leí los comentarios en Internet, que no hablaban de eso, sino de violencia en primer lugar, de venganza en segundo, y una pequeña y genérica mención a la dimensión trágica por ultísimo.
Una vez más corroboro la infinita sabiduría del Oso, que es uno de los tipos más inteligentes que he conocido para leer cine, teatro, literatura, lo que venga…
Efectivamente, lo central de la película es un planteo témporo-espacial.
Para los que no la vieron, hago un avance que ojalá los invite a verla.
Para los que la vieron, recapitulo.
Relojes blandos, dalinianos, con las imágenes iniciales.
Relatividad del tiempo (si 20 años no es nada, 15 lo es menos).
Las letras del título giran en sentido inverso de las agujas.
El pasado y el presente se funden en gestos.
El pasado está en el cuerpo.
La mano que intenta durante años romper el muro, y cuando lo logra, se comprueba inútil.
Los años tatuados en la mano.
La mano que sostiene al suicida (olido, tocado, succionado) para contarle el cautiverio de Segismundo, prisionero sin saber por qué, ni por orden de quién.
La mano que se desprende del cuerpo.
La mano que suelta a la hermana en el pasado, dobla los dedos y el gesto de gatillar, dispara el arma en el presente.
También las piernas cruzadas de la peluquera/condiscípula, que llevan a las de la amante/hija, que a su vez llevan a las de la hermana/amante
El vestuario –el antagonista se viste permanentemente- es cuerpo y es gesto también y trasciende los tiempos, se confunde…
En los ropajes –tan distintos- del protagonista adulto y el protagonista adolescente que se persiguen mutuamente.
En el traje del hermano al borde del acantilado.
El pasado olvidado vuelve con una fuerza inusitada y destruye todo lo que encuentra a su paso.
Y esto es Edipo, claro.
El detective que se investiga a sí mismo.
El/los incesto/s.
Ojos por lengua, en este caso.
Preanunciada por los dientes, que están más cerca del exterior.
De afuera hacia adentro, buscando el centro del cuerpo...
Como el control remoto, que no detiene el corazón del actual victimario (antes víctima), sino el de la actual víctima (antes victimario), con los gemidos que si en un instante significaron placer, ahora pueden ser tortura infinita.
Y después, sólo quedará seguir de la mano de la hija, felizmente ignorante (algo se logró, al menos, por sonreír mostrando los dientes), buscando el olvido.
Que operará a través de los pasos en la nieve, que vuelven a ser cuerpo.
Recreación magistral de mitos.
Que no puede ser leída linealmente como la venganza agregada en el subtítulo (tan aclaratorio para alguna gente), sino como la Hybris que desencadena la Necesidad.
Las alas de cotillón no sirven para escapar del Destino. Inútil intento (y de haber funcionado, en todo caso, sería a lo Icaro). No hay nada que se puede agregar al cuerpo marcado, para salvarlo.
Si en el cuerpo está el estigma, el cuerpo debe ser el objeto de castigo.
O sea, la violencia, en todo caso, es consecuencia de ésto.
Una sola objeción: no bien empieza a aparecer el primer incesto, se adivina el segundo. El director debe haber sido conciente del riesgo. Prueba de ello es que eliminó de la primera escena en la comisaría, el momento en que el protagonista muestra la foto de su familia.
Pero el final redime absolutamente de esta anticipación.
Porque por suerte Corea del Sur está bastante lejos de Hollywwood, que la hubiera convertido en una película más de la muy explotada onda "manipulación de la mente".
Finalmente queda el interrogante para cada espectador… ¿Cuál es el gesto del pasado que marcó para siempre este presente? ¿O lo que está por venir? ¿En qué parte de nuestro cuerpo se halla?
Yo me quedo investigando lo mío...
Gracias, Oso!!!
Debe ser lejos, la película que en más pedazos me partió la cabeza ultimamente. Recomiendo fervorosamente la banda de sonido, de Yeong-Wook Jo
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