porDANTE
QUINTERNO
24 tiras (de la 49 a la 72),
publicadas en el diario
"El Mundo",
durante febrero de 1936
DESCARGAR
(para más información VER)
Durante todo el mes de febrero de 1936, se publica en El Mundo la segunda aventura de Patoruzú. Es corta, apenas la mitad de Juaniyo: 24 tiras, numeradas de la 49 a la 72. Nunca fue republicada, y su nombre -una vez más- se lo han dado los coleccionistas: El loco del caserón. Después de esta aventura, empieza el Quinterno clásico, con El águila de oro. Podría aventurarse que la decisión del autor de no volverla a mostrar radicó en su brevedad. También a que pudo haberla consideraba fallida. Hay saltos de guión, y es menor en relación a la que la precede y, por supuesto, a El águila. Se me ocurre que si Laura Quinterno colaboró en los guiones de Patoruzú tempranamente (todos repiten que lo hizo, pero nadie, que yo sepa, señala desde cuando), fue a partir justamente de la tercer historia, dado que el salto cualitativo en lo argumental es enorme. Aunque sin embargo, desde el punto de vista del dibujo, El loco es extraordinaria en muchos sentidos. Y no hablo solamente de varias secuencias memorables, como las del loco manipulando todo desde un circuito cerrado de televisión o la pelea con el robot. Cuando Steimberg desarrolló lúcidamente que la anomalía de Upa es también una anomalía única en el estilo quinterniano (VER), supongo que no conocía El loco del caserón. Porque el trazo del personaje del título y el de sus aláteres, tampoco se corresponden para nada con lo anterior y posterior del autor. Quinterno juega con ellos con una libertad creativa infrecuente. Entonces -arriesgo- es posible que la razón del cajoneo de la historia, radique justamente en este punto. Hace poco hablaba acá de la insólita negativa, por los ’50, a exponer su propio Patoruzú (VER), en razón de que el público ya no lo reconocería. Cuanto más irreconocible podría haber resultado el episodio de El loco. Incluso a mí, que estudié bastante las mudanzas del estilo de Quinterno, me resulta extraño. El personaje del loco es ángulo puro, y sus “satélites” parece ser los dedos de aquél que se extienden. Inmediatamente después, con El águila de oro, el creador del indio se asienta en las redondeces que tan bien describe Steimberg, desde lo gráfico e ideológico, en su ensayo 1936-1937 en la vida de un superhéroe de las pampas. No olvidemos que ese credo estético quedó plasmado en el primer número de la revista Patoruzú, o sea noviembre del ’36, poco después de haber concluido El águila. Entonces, El loco sería algo así como la locura de un verano, una ráfaga de aire distinto, de la que Quinterno quizá se asustó, quizá renegó. Queda rescatada, ahora que vienen los calores, en La Colección de Dao.
-Lucas Varela ya me gustaba por El Síndrome Guastavino, pero encima descubrí una joyita de él, en una de las últimas Fierro: Paolo Pinoccio. Me compré el librito de Estupefacto por eso. Lástima que sólo trae un episodio. Igual, el resto es muy recomendable.
-El que está (o estaba) de la nuca es Parés. El Sr. y la Sra. Rispo, que estoy leyendo, recoge lo más zarpado de la línea de Satiricón, aunque el dibujante haya laburado pa' Humor. Aparte de la obvia admiración por Crumb, que no creo que pueda marcarse como una influencia decisiva.
-Junen que tapita del gringo! Acabo de comprarla. La Barra de Pascualín es un fenómeno interesante en Ediciones Torino, que precedió a todos los demás títulos, y que algún día, analizaré con detenimiento.
-Una de cine: hace poco escribía que el género de la comedia negra se halla en vías de extinción. No es así, afortunadamente. Escondidos en Brujas, que acaba de estrenarse demuestra su lozanía. Códigos de ética entre asesinos, en una ciudad medieval. Imperdible!
-Dijo Leonardo Favio: "El secreto de mi poder de convocatoria está en que llevo en mi equipaje a la Biblia, a Borges y a Neruda, pero también a Patoruzú". Viene a cuento porque estoy elaborando una lista de admiradores del indio que no sean fachos.
-A propósito de la Biblia y de Patoruzú... Ojo! Su Eminencia Reverendísima, el Santísimo Padre Benedicto XVI, anda a la caza de quinternianos herejes, para mandarlos a la hoguera...
raíz de la derrota de aquél, será quien acompañe a Patoruzú en miles de aventuras. Y, además, lo protegerá de los que quieran aprovecharse de su ingenuidad. Dos destinos unidos, concluye la gitana. El indio sella el encuentro con un estruendoso beso y nombra a Isidoro como padrino. La dupla nacida en ese famoso cuadrito, y distinta a la que Patoruzú había formado antes con Gilito y con Julián de Montepío, es a mi juicio la más rica en matices que se haya dado en la historieta nacional. Y se empieza a demostrar en el segundo tramo de la historia, donde el indio encomienda al padrino el cuidado de su fortuna. Juaniyo y Lola se apoderan de ella, y raptan a Isidoro, provocando que Patoruzú culpe a éste. Una vez rescatado y aclarada la autoría del robo, ahijado y padrino se lanzan a la captura de los gitanos. Las peripecias
por las que pasan incluyen varias hazañas de Patoruzú. Pero se destaca la doma de un potro, que terminará siendo incondicional suyo. Obvia decir que prefigura a Pampero, quien arribará desde la Patagonia poco tiempo después (el 20/08/36).
Uno de los gags, el de la vinería, es versión de una entrega de Ocalita y Tumbita, publicada muchos años antes en Billiken, que casualmente también había subido en este blog, para ilustrar un post (
VER).

MONICO
“EI dibujo de un monigote"
Se podría decir que todas las historietas están protagonizadas por dibujos que representan personajes inspirados en la vida real. En ese sentido, Mónico constituye una curiosidad: se trata de una tira cuyo personaje principal es el dibujo de un monigote que representa exactamente eso, el dibujo de un monigote.
Creada por Vidal Dávila y publicada en la revista "Don Fulgencio" a partir del 9 de enero de 1946, Mónico es un graffiti que cualquier chico pudo haber estampado en una pared con pintura en aerosol o -como se hacía en la época en que apareció la historieta- con tiza o carbón. Lo que convierte a Mónico en un dibujo extravagante es que, de repente, cobra vida. Su cara inexpresiva muestra -de golpe- sentimientos: sus piernas y brazos se quiebran a la altura de codos y rodillas y hasta se escapa cuando un pintor de brocha gorda quiere blanquear la pared que lo alberga.
El monigote no habla, sólo escucha y observa lo que sucede en la vereda. Pero reacciona: tiembla ante un tiroteo, saca el paraguas si llueve y se le pone un ojo en compota cuando recibe un pelotazo.
Mónico aparece estampado, inclinado, sobre una pared, próximo a una esquina y cerca de una ventana que tiene una maceta. Está dibujado con trazos elementales y esquemáticos: dos círculos (uno chiquito y otro grande) unidos por una línea que hacen las veces de cabeza y panza, y cuatro palitos que simbolizan los brazos y las piernas. Los ojos son dos pequeños redondeles y la nariz y la boca están dibujadas con un par de rayitas. Una galera, tres puntitos a manera de botones y un par de flecos como dedos completan su figura. Después, por supuesto, está su vida interior.
En 1949 Aurelio Ferretti, un dramaturgo de teatro independiente injustamente olvidado, escribe BONOME O LA FARSA DEL HOMBRE Y EL QUESO. La pieza trata de un hombre que va a juicio por haber robado un queso, y denuncia por vía del absurdo un mecanismo de justicia, donde solo van presos los ratones.
realista. Eso es lo que surge de un artículo aparecido hoy en Página 12 (ver), cuyo título reza “A JUICIO ORAL POR ROBAR DOS QUESOS”. Sigue el subtítulo: “El juez de Instrucción había sobreseído al imputado, que se había llevado de un hipermercado dos trozos de queso valuados en once pesos cada uno. Consideró que lo hurtado era “insignificante”. Pero la Cámara rechazó el argumento.”
En los '70 vi una película donde un panadero de pueblo cargaba un día a su madre en el sidecar de la moto y salía con ella a matar gente. No bien terminada la proyección, me quedaron ganas de volver a verla. Tuvieron que pasar casi cuarenta años para que cumpliera ese deseo. Durante décadas -habiendo olvidado director, actores y título-, pregunté muchas veces por ella a amigos cinéfilos dando detalles del argumento. Parecía que yo era el único que la había visto. Hace poco, volvió a mi memoria, y me dije que llegada la era de internet,
todo era posible de hallar. No fue tan fácil como con otras. Poniendo palabras claves como "sidecar" y "panadero" en el google, después de varios infructuosos rastreos y de probar de diferentes formas, por fin apareció. Se trataba de un trabajo de dirección -el primero de dos, me entero ahora- de Jean Louis Trintignat: Une journée bien remplie (Un día bien aprovechado) y databa exactamente de 1972. Ya con estos datos, pude bajarla de la gloriosa Mula.
El afamado actor francés construyó -como guionista, además- una curiosa comedia de humor negro, género en vías de extinción hoy día. Casi carente de diálogos, y exenta de cualquier psicologismo, la linealidad del guión podría resultar en previsibilidad. Ese temor se desvanece inmediatamente. El atractivo radica no sólo en la modalidad de cada crimen, sino también en los vericuetos narrativos, en pequeñas trampas para despistar, en datos que van completándose de a poco, en los inconvenientes que van surgiendo en la empresa de liquidar a nueve personas en un mismo día.
Exhibe impasible ante sus víctimas, antes de ultimarlas, la foto de un adolescente obeso, con anteojos y traje de marinero. Se sabrá después que es su hijo al que un jurado condenó, a los 22 años, a la pena de muerte. Y allí, en la venganza, está el móvil del asesino ya que los sentenciados han sido los miembros de ese jurado.
Cuando algo falla en el plan, aún cuando ya es perseguido por la policía, se detiene, obsesivo, a realizar las correcciones necesarias: retrasos horarios; tacha caldera y anota gas; en lugar de electricidad, consigna revólver. Además, pone un signo de interrogación junto al anteúltimo nombre. Sucedió que por una confusión en la víctima se le hacía tarde para el siguiente crimen, y tuvo que dejar a su madre a cargo de la ejecución. En el momento de la anotación, no sabe aún si ella logró su cometido, y de allí el “?”.
protegiendo a la última víctima, una anciana, en su granja, desde los preparativos iniciales hasta que -capturado el asesino, y creyendo finalizado el peligro- la despiden con sus pañuelos, denuncia abiertamente códigos cine mudo. También, por momentos, el film parece homenajear la vertiente francesa de Tati.
El panadero es reacio al revólver. Lo rechaza cuando su madre se lo ofrece como alternativa a una medieval ballesta. Pero, en otra ejecución, ante una emergencia, debe finalmente usarlo. De inmediato parte a su nuevo objetivo. Mientras transita en bicicleta, en un anuncio callejero se ve la figura de Lucky Luke. La película está llena de pequeños y deliciosos detalles como éste.
Otra perlita consiste en la fugaz aparición del propio Trintignat dirigiendo. Pero no su film, sino una puesta de Hamlet, al aire libre.
En el Nº 594, del 16 de mayo de 1957, la revista Patoruzito cambiaba el estilo de las tapas, que había mantenido invariable, semana a semana, desde su aparición, doce años antes. Dejaban de estar allí los gags del indiecito junto a Isidorito -y en ocasiones la Chacha-, para ceder lugar a la promoción por turno de las historietas “serias”.
Ahora se recomendaba en la portada: “Despegue el suplemento cómico central y entrégueselo a sus niños”. O sea, se remarcaba el perfil de una publicación para adultos -o adolescentes-, con un segmento infantil muy circunscrito. Muy distinto al de la etapa anterior, donde desde la tapa misma se llamaba la atención de los pibes, y donde se esparcían a lo largo de las páginas, a más de la doble central de Patoruzito, contenidos para ellos. Además, esas páginas eran a color, lujo que pronto perderá el “suplemento cómico” (dicho sea de paso, la leyenda fue retirada a partir del Nº 660, de agosto del ’58).
Idéntico proceso se había dado doce años antes con Patoruzú, que cedió el material infantil a la naciente Patoruzito. Una nueva muestra del criterio editorial de Quinterno, preocupado por dotar a sus publicaciones, en la medida que iba sumando nuevas, de características marcadamente diferenciadas.
Hasta en la decadencia misma de Patoruzito - mensual y con numeración reiniciada a partir de 1963, hasta ...?- se siguieron publicando episodios completos, de pocas páginas, del personaje que le daba nombre. Pero calculo -a la espera que algún coleccionista proporcione el dato cierto- que para 1960, ya la habían abandonado Langostino y El Gnomo Pimentón.
Lo que explicaría que Quinterno haya dado licencia a Ferro y a Blotta para explotar a dichos personajes en revista propia. Lo cierto es que en octubre de 1960 aparece 2 Campeones, que recopila completas las primeras aventuras del marino y el enano, aparecidas en Patoruzito.

Supe poseer unos quince ejemplares de esta publicación (los canjeé hace años, y tiempo después pude volver a conseguir los cuatro primeros) y no creo que hayan salido muchos más. A más de la dupla estelar, a partir del número especial de 1961, se incorpora a La Vaca Aurora, de Repetto y algunas tiras de Chapaleo.
Sin desdeñar la imaginería de Blotta recreando cuentos infantiles, y su innegable maestría como dibujante (sobre todo a la hora de ocuparse de animales), no hay duda que el plato fuerte es Langostino. En el Nº 1 de 2 Campeones, el navegante arranca con la compra de Corina y termina con el hallazgo del tesoro. Estos episodios siguen el esquema clásico de la aventura cómica, con los elementos de exotismo que le eran propios. Aunque se observa un grado de disparate más acentuado que el de Patoruzú, por ejemplo (Quinterno nunca se animó de lleno al humor surrealista), todavía no aparece a pleno el delirio metafórico del que Ferro hará gala poco después. Pareciera explorar, en estas aventuras iniciales, hasta donde podía llegar con su marino.
Como de costumbre, uno no se explica que no haya una puta editorial a la que se le ocurra publicar una recopilación de Langostino. Sobre todo, no siendo Ferrito un ovidado... se la pasan dándole premios y haciéndole homenajes!
Y como de costumbre también, pa’ paliar esa espera -que ojalá no sea eterna-, ahí les dejé en La Colección de Dao -aunque en blanco y negro, y para lectura en pantalla- el histórico inicio de Langostino. En realidad, les escanneé la 2 Campeones Nº 1 completita, ya que -como dije- Blotta no es para nada desdeñable. En todo caso, “despeguen” al Gnomo “y entréguenselo a sus niños”. Se los van a agradecer...




Por distintas razones y en distintas charlas que mantuve en los últimos tiempos, apareció la recurrente mención al gran Burgess Meredith, el Pingüino de la serie de TV Batman de 1966. A raíz de esto, me entraron ganas de volver a ver The Day of the Locust (Como Plaga de Langosta - 1975).