A poco del debut de Capicúa (1939) en “Patoruzú”, Mazzone rompe lanzas con Quinterno y se va con su personaje a “Cara Sucia”. Retorna en el ’42. Mientras tanto, en los años ’40 y ’41, la tira sigue publicándose en la revista del indio, firmada por Uliano, que no era otro que Oscar Blotta. O sea que Quinterno, quien había sido abanderado en la Argentina en la lucha por el copyright de los personajes de historieta, no respetó el de Mazzone.
Ayer anduve por el Club del Cómic y Toni Torres me mostró un par de maravillosas tapas de “Cara Sucia” donde aparece el dientudo. Hecho el pedido de que me las enviase, gentilmente cumplió, y aquí las subo.
Y POR EL MISMO PRECIO...
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jueves, noviembre 26, 2009
miércoles, noviembre 25, 2009
MECAGOLO EN EL COLECCIONISTA (VII)
A raíz del posteo del cuento de Dani Roncoli, que hace referencia a Titanes en el Ring, recordé algo que había escrito en una sección de este blog abandonada hace tiempo (ver) .
La referencia que hago en ese post -ficcionado- a la "Operación Fideos con Buseca" y al comercio de objetos de Karadajián, supongo debe haber sido captada por pocos.
La historia merece ser narrada tal y como sucedió...
La citada Operación parte de un grupo de fans de Titanes y de la onda retro en general, que luego de haber organizado movidas varias se desmembra, quedando muy bien posicionado ante la familia de Karadajián uno de sus integrantes, a quien llamaremos M.C., que dice ser actor, aparte de coleccionista .
Obsecuente con Paulina, la hija del recordado jefe de la troupe, la ayuda a hacer una mudanza de objetos de su padre, de la que misteriosamente desaparecen dos baúles.
Paulina les pierde el rastro, hasta que tiempo después, veía con asombro como salían a la venta en Feria Franca, espaciados en el lapso de meses, el programa oficial de mano del Luna Park del '62, las botas del Caballero Rojo o la campera del Mercenario Joe.
Movida por la curiosidad oferta en uno de los artículos, y un sábado a la tarde concurre a retirarlo acompañada por su esposo, un ex-luchador de la troupe. Es él quien baja a tocar timbre en una casa situada por Ituzaingó, mientras Paulina se queda observando desde el auto.
Para su sorpresa, sale a atender el mismísimo M.C. Es entonces cuando la hija de Martín se presenta, para total desconcierto del mercachifle. El actorzuelo, temblequeando, termina confesando la sustracción, devuelve lo que no había vendido aún y deschava al secuaz que tenía en su poder el otro baúl.
Paulina terminó recuperando una ínfima parte de los preciados objetos de Martín.
MORALEJA: muchos de los que se dicen fans, admiradores, adoradores de tal o cual, terminan revelándose como viles mercaderes, antes que coleccionistas.
Post scriptum
He recibido, por una vía insólita, un mensaje de "M.C." dando su punto de vista de los acontecimientos que aquí narro e invitándome a eliminar esta nota. No acostumbro a retractarme de lo que escribo. Por otra parte, nótese que yo no he identificado al protagonista del hecho. Si él quiere hacerlo y dar su versión aquí -que es el lugar que correspondería- por supuesto será publicado.
martes, noviembre 24, 2009
ILLIA EN CORDOBA
A ver Fer Sosa y los amigos cordobeses si se dan una vuelta este viernes 27 o el sábado 28 por la Sala Mayor de la Ciudad de las Artes, y me esperan después de la función para tomarnos unos vinitos!
(...reincido en publicar las excelentes fotos que me saca Juan Arana, querido amigo y eficientísimo asistente de dirección)
viernes, noviembre 20, 2009
PATORUZU EN UNA TIRA HOLANDESA!!!
Atilio Millán, gentilmente, me pasó más data sobre Marten Toonder (ver) . Al parecer, el dibujante holandés abrevó en las lecciones de dibujo de Quinterno que aparecían en la revista Patoruzú semanal, y el período de mayor influencia en su creación se observa entre 1938 y 1942. A esa época pertenece este impresionante documento. Obsérvese que en el primer cuadro de la tira aparece un explícito homenaje del holandés a su maestro argentino.
TORINO ENSEÑA A DIBUJAR
La interné es maravillosa. Cuando empecé a vislumbrar sus posibilidades -tarde, en el 2001-, enseguida pensé en la conexión con coleccionistas. Por supuesto que la llevé adelante a mi manera, un tanto caótica, delirante y agresiva -como relato en detalle en "Las_claves_del_indio"-, hasta llegar a construir este blog. Así recogí tanto agresiones como seguidores. Algunos de ellos, no necesariamente afines a todos mis gustos u opiniones, pero a los que supongo con alguna estima hacia mi persona, labor o línea de pensamiento.
Voy al caso de LUC (LUCHO), un lector de este espacio que me comentó hace varios meses haber visto un libro de lecciones de dibujo de Torino. Le recomendé que lo compre sin pensarlo, y que en todo caso -si no le interesaba- que me lo revendiese (ver).
No tuve más noticias hasta hace unos días, en que LUC, con mucha generosidad, prefirió directamente pasarme el dato del lugar. Le agradecí, pidiendo disculpas por haber borrado el comment, dado que tenía que cubrirme de cualquier eventual piratería (ver).
Si bien, además de la dirección en donde vio el tomito- una librería de viejo de Vicente López- LUC me consignó el teléfono y mail, esperé la ocasión de andar cerca, porque el asunto exigía discreción. No era cuestión de alertar al vendedor mostrando un interés que podría haber hecho subir el precio.
La ocasión se dio ayer por la tarde.
Efectivamente, el libro estaba, al exacto precio que LUC me había adelantado, el cual pagué con gusto, sin el menor asomo de regateo.
El volumen es un verdadero hallazgo.
Voy al caso de LUC (LUCHO), un lector de este espacio que me comentó hace varios meses haber visto un libro de lecciones de dibujo de Torino. Le recomendé que lo compre sin pensarlo, y que en todo caso -si no le interesaba- que me lo revendiese (ver).
No tuve más noticias hasta hace unos días, en que LUC, con mucha generosidad, prefirió directamente pasarme el dato del lugar. Le agradecí, pidiendo disculpas por haber borrado el comment, dado que tenía que cubrirme de cualquier eventual piratería (ver).
Si bien, además de la dirección en donde vio el tomito- una librería de viejo de Vicente López- LUC me consignó el teléfono y mail, esperé la ocasión de andar cerca, porque el asunto exigía discreción. No era cuestión de alertar al vendedor mostrando un interés que podría haber hecho subir el precio.
La ocasión se dio ayer por la tarde.
Efectivamente, el libro estaba, al exacto precio que LUC me había adelantado, el cual pagué con gusto, sin el menor asomo de regateo.
El volumen es un verdadero hallazgo.
Se trata de una encuadernación casera de cursos de historieta por correo que tan comunes fueron en épocas pretéritas. Las páginas muestran el doblez del envío postal, y el aplicado alumno (Nº 336) que se encargó de conservarlas se llama -o se llamaba- René Humberto Cuello, tal como consta en cada una de ellas, escrito a máquina y con tinta roja. Los envíos provenían de “Estudios TORINO -Loria 878- Bs. AIRES” (o sea, la Dirección y Administración de "Bichofeo", a mitad de los '40!)
Se ve que Don Héctor no quiso estar afuera del curro generalizado y lo encaró -como tantas otras cosas en su vida, hay que decirlo- con poca seriedad.
Porque dudo mucho que Cuello o cualquier otro alumno pudiera haber aprendido algo con estas lecciones, salvo imitarlo a Torino. Aparte de los bocetos y elementales ejercicios, las instrucciones brillan por su ausencia. Se reiteran, en casi todas las páginas, recomendaciones genéricas, como “Construya siempre valiéndose de las líneas guías” o “Los trazos han de ser débiles para no dificultar las correcciones”. Supongo que esas correcciones, enviadas también a vuelta de correo, las realizaría algún empleado menor de la editorial.
Pero el caso es que el valor del libro radica en los dibujos de Torino (cientos de ellos), en el divertido plus de sus “técnicas”, y en su firma autógrafa al pié del escrito introductorio.
Pero el caso es que el valor del libro radica en los dibujos de Torino (cientos de ellos), en el divertido plus de sus “técnicas”, y en su firma autógrafa al pié del escrito introductorio.
Y además... Cuántos de los supuestos trescientos y pico de alumnos (dudosos, para mí, pero aún así pongamos quinientos, redondeando con generosidad y sin suspicacias) habrán guardado estas lecciones de hace más de sesenta años? A cuántos, como a René Humberto Cuello, se les habrá ocurrido encuadernarlas? Cuántas de estas páginas, aunque sea sueltas, se conservarán hoy día? La respuesta es obvia.
O sea, estoy en posesión de un auténtico incunable.
Gracias LUCHO!
Gracias Cuello!
Gracias interné!
jueves, noviembre 19, 2009
miércoles, noviembre 18, 2009
Un restaurante que no hace honor a su nombre
Bueno, la cosa es así: parece que en Santo Domingo demandaron a un montón de vivillos que estaban colgados de la luz (ver).
Entre ellos se encuentra el Restaurante Patoruzú, cuyo fraude por alteración del medidor fue por un valor de 181 mil pesos (supongo que se trata de mucha guita).
Al juicio en marcha, podrían sumarse la acciones de los herederos de Quinterno, por plagio, y la de los patoruzófilos, por daño moral (...reza su primer mandamiento: "no invocarás el santo nombre del indio en vano"). Ampliaremos...
ILLIA - GIRA ROSARIO
martes, noviembre 17, 2009
MI CABALLERO ROJO, un cuento de Daniel Roncoli
Ya me he referido aquí a Daniel, mi compañero de elenco en Illia. De su libro
"Canilleras en el alma (cuentos con fútbol y otros relatos)" extraigo esta extraordinaria semblanza sobre quien fuera una de las mayores atracciones de "Titanes en el Ring".
"Canilleras en el alma (cuentos con fútbol y otros relatos)" extraigo esta extraordinaria semblanza sobre quien fuera una de las mayores atracciones de "Titanes en el Ring".
No podría asegurar cómo ocurrió pero una tarde de invierno mi muñequito preferido de la colección de Jack cobró vida. Yo lo había hecho brincar, revolcarse, volar, latir, pero nunca conseguí que tomara dimensiones humanas y fuera de piel y hueso, de tripas y entrañas, de sentimientos y pasiones. El pequeño emblema de plástico pintado, algo corroído por las contingencias del juego, siempre fue amén de mis ansias la resultante de un molde. Una entidad fabricada en serie. Una reproducción tosca del ídolo que me devoró buenos años de mi infancia y me enseñó algunos aspectos empíricos acerca de la lealtad y la justicia.
Cuando lo tuve enfrente, máscara a cara, confirmé lo que no me costó indagar al auscultar el derrotero de diversas troupes de catch. Todas, sin distinción de jerarquías, así como nosotros portábamos su insignia, su monigote, su caramelera o su figurita, decían tener su Caballero Rojo y no tenían nada. Anunciaban sin decoro una aproximación distante y barata del paladín y aunque se engañaran y nos trataran de engañar la parodia no admitía complicidades. Comprábamos la entrada pero con el desarrollo del espectáculo no convalidábamos la estafa. Nadie podía ocupar su lugar y ninguno de cuantos atletas decidieran emulado, con atavíos mejor o peor logrados, conseguirían habitar el personaje.
Se cree en el universo ramplón del catch autóctono que los enmascarados, los tapados, son apenas un traje en un baúl y que cualquier luchador es capaz de ponérselo y encender la chispa. En el caso de El Caballero Rojo esta sentencia de los empresarios fue una quimera. Una probabilidad inviable porque la personalidad del intrépido y leal defensor de la razón era -lo sigue siendo- auténticamente única. Una creación sofisticada, elaborada movimiento a movimiento, por un hombre que jamás usufructuó su identidad civil y que conocía absolutamente todos los por qué que fundamentaban el funcionamiento de su genial criatura.
La invención de Humberto Reynoso, Baby -El Baby-, era absolutamente diferente a todas cuantas se hayan erigido sobre la lona de un ring. Exclusiva.
Y personal aunque las características del ser cotidiano nunca se apoderaran del justiciero. Una forma de obrar elegida deliberadamente, constituida de gestos, ademanes, andares, procederes, llaves y tomas propias.
Cuando lo tuve enfrente no quise otra cosa que estrechado en un abrazo para expresarle mi agradecimiento pero fui tímido -él no me intimidó- y no tuve ocasión de desmitificarlo puesto que El Caballero Rojo se encargó de escindirse y mantenerse vívido a un costado del noble artesano que nos hizo transitar los períodos más afables de buena parte de nuestra existencia.
De andar por San Pedro, su tierra natal y final, me reconfortaría llevarle flores a Humberto por todo lo que hizo por nosotros sin percibir la dimensión y por la prudencia de dejar al héroe al margen de las despedidas, de las lágrimas, sin sed de ceremonias de réquiem, absolutamente de pie, vigente e inmortal.
La diversidad no es una licencia literaria. El legendario Baby tenía en sus manos las secuelas de sus quehaceres como estibador portuario, desde la crudeza de su epidermis, a la crueldad de dedos rebanadas. El Caballero Rojo posee palmas y yemas de seda con las que maniobra vaporosamente a sus adversarios y es preciso y minucioso como el más laureado cirujano.
Humberto tenía la contextura y las costumbres de cualquier vecino, estirpe de obrero jubilado, simpleza. El Caballero Rojo dispone de una elegancia extrema, es etéreo, estilizado y singular.
Reynoso era austero en sus dichos y en sus aspavientos, algo cohibido, un rostro en la multitud. El Caballero Rojo impacta con su carisma, impone su halo misterioso, es expansivo, pronunciado en sus manierismos y jamás pasa desapercibido.
El punto vinculante obedece a los ingredientes de origen, aquellos rudimentos intrínsecos que fertilizaron a la persona y al personaje: dones como la bonhomía, la pasión, la integridad, el profesionalismo, la vocación y la caballerosidad.
Humberto Reynoso tuvo sus años beligerantes, supo ser pendenciero como una señal de rebeldía y en uno de esos arranques conoció al Martín Karadagián que aún no había descubierto la televisión y era un taquillero campeón-patrón bajo el tinglado del Luna Park. El Armenio ingresó al correo, lugar en el que Baby -ya mudado a Buenos Aires- se desempeñaba como cadete, acompañado por una cohorte de acólitos y el adolescente no pudo comprender un ideario y un comportamiento que años más tarde respetaría como mandamientos religiosos. Fiel a su fama de malo, Martín se comportó como un bravucón y aprovechándose de que había mucha gente en la cola, se hizo promoción instantánea arremetiendo contra empleados y curiosos.
-Yo salté para defender a mis compañeros y ahí me di cuenta que la lucha no era broma. Le pegué mil piñas y ni lo moví, era una mole pese a su baja estatura. Se dejó atacar, me sobró porque no le hice ni un rasguño y en un solo movimiento, me trabó el brazo, me inmovilizó y al querer zafarme me rompió un dedo. Mi viejo le inició juicio pero después la cosa quedó en la nada -me contó una vez la anécdota.
Más tarde, con la fortaleza que adquirió en el Puerto de Buenos Aires, coqueteó con el boxeo para canalizar aquella iracundia juvenil. Lo hizo principalmente en clubes de Barracas junto a Alberino Miguel Tomasoni -voluminoso y destacado animador también de Titanes en el Ring con representaciones como las del Balón Atómico y Sancho Panza-, un compañero de mil revolcones, con quien decidió transformarse en catcher al resplandor de las temporadas brillantes de la actividad en el Luna y en Babilonia, un estadio emplazado en la zona lindera a la Torre de los Ingleses, sobre Retiro. Allí fue Baby Roca en una clara alusión a Antonio Rocca, el luchador argentino del que llegaban noticias prestigiosas por su faena en los Estados Unidos, pero no trascendía. Su histrionismo a rostro lavado carecía de magnetismo y pese a que era notoriamente capaz de imponer artimañas como valor técnico descubrió cuánta expresividad podía sumar desempeñándose oculto. Como aquellos actores que manejan la máscara neutra, olvidarse de los mohínes le significó poner en práctica teatralidad en toda su anatomía y llamó la atención rápidamente cuando en 1960, en la prehistoria de Titanes, en la agonía del catch como expresión popular vinculada a los deportes profesionales, se sumó al grupo de Martín Karadagián. Encarnó a La Araña y la propuesta sedujo al Campeón del Mundo, quien pese a recordar el episodio del correo, lo contrató de buena gana ya que Reynoso era una alternativa en la selva de los mastodontes y una piedra preciosa en la idea de convertir ese producto en un espectáculo para televisar. Peleaba agazapado y desarrollaba toda su agilidad y reflejos, recurso que exhumaría años después para interpretar a El Leopardo, su doble rol en las épocas de bonanza económica como titán, con la cuidada consigna de luchar en un registro absolutamente dispar al de El Caballero.
De cómo inventó al héroe que a mi entender conducido con un criterio de marketing y otro vuelo podría haberse convertido en un Batman criollo -de hecho en las postrimerías del siglo pasado, Tony Torres, uno de sus fans manifiestos, desarrolló un interesante cómic inspirado en El Caballero- hay una narración romántica. No sé cuán verosímil pero es la que siempre mantuvo enhiesta el padre del enmascarado y no hay por qué contradecirlo. Se presentaba en Chile, en su etapa a rostro descubierto, cuando una herida cortante en el arco superciliar izquierdo lo dejó empapado en sangre. Al vedo librar la batalla con ese aspecto sin renunciar a su hidalguía una espectadora habría exclamado:
-¡Es un caballero! ¡Un caballero rojo!
Supongo que lo habrá influido Máscara Roja, un destacado catcher argentino de la primera mitad del siglo XX, quien también era aclamado con su verdadera identidad, Alfredo Legarreta. Lo cierto es que la ingeniería fue puntual y sigilosa. Para estrenarse en la caja de rayos catódicos Reynoso no sólo planteó un comportamiento sino que, además, diseñó un atuendo con detalles significativos. A la capucha bermellón le adjuntó un arabesco blanco estilizado en sus puntas con una distribución triangular con alguna reminiscencia de las que comenzaban a imponerse en México pero a la vez distintiva. Y desarrolló botas bicolores y al slip rojo -entonces era habitual que los luchadores llevaran el torso desnudo-lo complementó con capas, batas y camperas de raso, algunas rojas con vivos blancos y otras blancas con vivos rojos, absolutamente únicas. Humberto decidió el perfil que complementó con su esposa de entonces, Selva, una habilidosa modista que iría confeccionando los trajes y marcando la evolución progresiva de la estética Caballero -capacidad que le valió ser durante muchos años vestuarista de Titanes-. La vestimenta era un aspecto importante, pero sólo uno. Al impacto visual lo complementaría con la utilización que le daba a esos elementos. Por ejemplo llevaba una toalla roja al cuello que en pleno cuadrilátero, una vez recibidas las indicaciones del árbitro, despojaba con un golpe seco de manos hacia atrás, para que cayera en su rincón en manos de su segundo.
El trípode de su estilo amparaba otras dos cuestiones centrales. Primero sus actitudes satélite. Cómo progresaba hacia el ring: avanzaba casi en puntas de pie, solía darse impulsos moviendo sus brazos en redondo para templar sus músculos y articulaciones, la postura de sus manos, aun en combate, estaba caracterizada por utilizar sus pulgares despegados y hacia arriba, lo que lo colocaba en una actitud distinguida. Cómo accedía al cuadrilátero: llevaba una de sus piernas delante y de costado para acceder entre la segunda y tercera cuerda pero, abruptamente, en el instante de ejecutar la entrada, cambiaba el ángulo rítmicamente y hacía su entrada del mismo modo pero con la otra pierna y cambiando de dirección. Cómo se paraba en la lona: siempre en puntas de pie, atento al despegue, ligeramente perfilado, con uno de sus hombros en punta hacia el centro, guardia que mutaba permanentemente buscando su mejor ángulo para iniciar la confrontación.
El nudo, obviamente, era su filosofía como peleador. Su desempeño era muy limpio. No sólo porque acataba las reglamentaciones sino porque, además, todo su comportamiento era pulcro, sus tomas eran prístinas y lucía y hacía lucir a sus oponente s tanto fueran técnicos como rudos. Su arsenal estaba constituido por diversas peculiaridades, entre ellas su golpe de puños propulsado por una patadita al aire de su pierna derecha despegada del suelo, su tijera invertida tras utilizar el cuerpo del adversario para ponerse en vertical, su plasticidad de bailarín para administrar su peso y suspenderse liviano en el aire cuando resolvía ejecutar una patada voladora, sus registros a la hora de recibir los golpes valorizando a los oponente s con expresividad sin perder galanura, sus definiciones de combate en rana o en puente con una prolijidad y simetría de artista plástico. En su repertorio aquilataba el manual completo de todas las llaves y contrallaves habidas y por haber a las que realzaba por la manera en que entraba y salía de ellas. Eran un clásico, un deleite y una satisfacción para su persona las competiciones con Ulises El Griego -Pedro Bocos-, a quien conocía de memoria, ya que juntos tejían las coreografías más depuradas y eximias colocando al catch en el escalón del ballet. Por fortuna, uno de los pocos testimonios fílmicos que existen del esplendor de El Caballero Rojo, algunas escenas de la película Titanes en el Ring de Leo Fleider, permiten observar uno de estos desafíos.
La gran aparición mediática del enmascarado escarlata se produjo el 3 de marzo de 1962, en la primera emisión del ciclo de Karadagián, el estreno absoluto del programa en televisión. Confrontó con Luis Gonini en la cuarta lucha y la victoria despertó la admiración del público que ubicado en el mini estadio de Canal 9 se preguntaba por el enigma de su identidad. En esa década fue una figura trascendente de la troupe aunque en la confección de sus argumentos Martín nunca le posibilitó trepar al pelotón de los que disputaban el certamen. Brilló en una segunda línea, siendo aventajado en la tabla de posiciones por El Campeón del Mundo, El Indio Comanche, Mister Chile o Rubén Peucelle, respectivamente. Entonces MK era bribón, un malo acérrimo, un patán, pero no se descarta que algún rasgo ególatra haya contenido la explosión competitiva de quien por entonces, como la mayoría de los agonistas, no poseía música característica.
Su fama trascendió el medio local y como era habitual en esa era, en diversas circunstancias, emigró del plantel o aprovechó pequeños parates para desarrollar su trabajo en Perú, en Chile y en Brasil donde se convirtió en ídolo y aún se reprisa la leyenda de El Cabaleiro Vermelho. Especialmente en la región de Niteroi.
Estricto y dueño de una sola palabra, Reynoso siempre evitó las reyertas y cuando alguna actitud de la empresa le disgustó o se sintió disconforme por la remuneración -los sueldos nunca fueron cuantiosos, pero en etapas de mucha producción lograban una facturación interesante aunque no tenían participación en las ganancias extras, un foco de conflicto-, dio media vuelta y se fue abandonando Titanes. Se reintegró en 1972 a la empresa para ser bastión de la impactante temporada desarrollada en la pantalla de Canal 13. El hito histórico -por rating, festivales en clubes y dos Luna Park, merchandising, cine-lo encontró en plenitud y marcó su despedida. En noviembre de ese año se sumó a un grupo de luchadores que disconformes con los cachet decidieron la independencia. En el país no volvió a conocer el éxito ya que los diversos intentos independientes fracasaron pero se mantuvo vigente hasta bien entrados los '80.
Así como era intransigente con sus empleadores poderosos, era absolutamente permisivo y generoso con algunos de sus plagiarías. Jamás se le ocurrió patentar a su concepción como marca e hizo algunas concesiones por bonachón que indirectamente lo damnificaron. Ante mi preocupación por estos descuidos se encogió de hombros y pasó un poco por alto esas contingencias.
-¿Qué quiere que le haga? Que los muchachos se ganen su pan, yo vivo y dejo vivir, ¿sabe? O por lo menos, trato.
Muchos se adjudicaron y aún se adjudican haber sido El Caballero Rojo.
Están los luchadores que efectivamente lo representaron en algún espectáculo de menor repercusión, los distintos atletas que en las contadas ocasiones en que Titanes en el Ring volvió a recurrir al ídolo lucieron el traje (generalmente muy buenos profesionales, como René Tenembaum o Juan Carlos Torres. quienes siempre respetaron a Baby y nunca se apropiaron de la paternidad. ni hicieron declaraciones en ése u otro sentido), los ignotos que jamás treparon a un ring y se dan dique alimentando la especie, los que alguna vez mintieron piadosamente a sus hijos como parte de un juego (por caso, Alejandro Apo recuerda frecuentemente cómo su papá, quien le decía que era El Caballero Rojo, abandonaba la casa cuando se avecinaba la lucha, seguía las acciones en lo de un vecino, y retornaba al hogar un rato más tarde todo despeinado tras el combate contándole detalles fantásticos de lo que a Alejo y sus hermanos había conmovido a través de la tele). Esta pasión nacional por la usurpación de la identidad heroica consigna dos historias salientes.
Por un lado, la de un oficial de la policía militar, Miguel Pedernera, quien siempre tuvo el berretín de ser El Caballero y lo consumó durante décadas. Luchador de aptitudes regulares, serio y cumplidor como organizador de espectáculos de lucha, tácitamente se creyó su propia novela y vivió y se desempeñó como si el personaje fuera de él. Como era pagador y respetuoso con los otros profesionales, varios de los que trascendieron a rostro descubierto validaron su accionar formando parte de sus festivales. Incluso Baby, conocedor de su existencia, le permitió usufructuar su invento. Es más, hasta trabajó para él. En ocasiones como El Caballero Rojo y hasta en otros roles, lo que aunque no lo admitiera, le debe haber dolido en el alma y humillado pero tenía que comer y los luchadores nunca tuvieron en la Argentina resuelto su pasar.
-Le vaya confesar algo -murmuró una tarde cuando teníamos un poco más de confianza-o Yo no sólo trabajé para Miguel, quien conmigo siempre se portó muy bien, siempre fue un buen muchacho sino que en alguna ocasión, una o dos veces, no recuerdo bien, compartimos el show y él hizo de Caballero. Yo tenía también una ropa negra de cuando organicé mis espectáculos y para que el público no comparara, aunque no luché contra él, ésa fue de las pocas veces que trabajé de malo. Traté de hacerme el rudo. No creo que me haya salido bien.
Un árbitro que participó de esa velada me confirmó la anécdota y me confió que bajo la capucha negra lo notó lagrimear.
El problema más severo de esta doble vida de El Caballero Rojo fue la manera de entender al personaje. Mientras que Humberto fue cuidadoso al extremo para preservar el misterio. Su colega todo lo que pretendía era develar el enigma. Reynoso entraba a los canales y clubes solo, fuera del grupo, con las manos en los bolsillos, disimulando y le encargaba a otra persona que le llevara el bolso. Se presentaba con su máscara en reportajes y homenajes, a los que llegaba ataviado aunque viajara en taxi o medio público, y nunca permitió que vieran su rostro. Hasta reprimió instintos primarios, de esos que cuando vivía en los edificios frente al Luna le hubieran valido llegar a las manos ("Me he comido apretadas, provocaciones, por ejemplo en el puerto alguna que otra vez para no vender mi identidad. Pesados que se me venían a hacer los malos para ver si saltaba, si de verdad era El Caballero Rojo, si era luchador, porque un compañero cometió la infidencia de venderme. Y gané, tenía que comerme las ganas de darles, pero era tan convincente en mi supuesta cobardía que los tipos terminaban yéndose con una frase: 'Mirá que este tipo, con este físico, tan desgraciado, va a ser El Caballero Rojo'. Ahora me divierto de contárselo"). Pedernera, como contrapartida, gozaba que creyeran que era él, es todo lo que pretendía, ésa era su obsesión. Solía desenmascararse estratégicamente donde pudieran verlo o dejaba asomar de su bolso parte del atuendo.
Por el otro, la de Norberto Imbelloni. En los corri11os de la política y el sindicalismo se alimentó la fábula de que el dirigente peronista había sido El Caballero Rojo. Y hasta se pensó que en tiempos de persecuciones ideológicas se ocultó detrás del personaje y se ganó el mendrugo. Falso. La mendacidad no fue generada por el involucrado. Cierta vez, en la cárcel, le comentaron que había tenido una actitud de caballero y Beto Imbelloni, pícaro y para dejar en claro su orientación social, corrigió.
-Siempre fui El Caballero Rojo.
Lo escucharon y el teléfono descompuesto derivó en lo que derivó. Ni más m menos que eso.
En tiempos de reconocimientos y revivals, allá por 1997, estuve cerca de Humberto porque cooperé en un intento por reconstruir la magia de Titanes en el Ring y me desvelaba qué hacer con El Caballero Rojo. Me parecía que era un personaje insoslayable pero tenía el prurito de cómo encararlo sin él, saber si era plausible la osadía. Primero busqué la opinión sobre este tópico de Rodolfo Di Sarli. Tras escuchar la definición del Maestro, que coincidía con el parecer de que era una atracción imprescindible, consulté a Baby sin disimulos y le planteé todas las contradicciones que me provocaba la idea. Pensé en voz alta y le sugerí su contratación corno entrenador de un supuesto hijo de El Caballero Rojo, escogido y formado por él, más su participación en el espectáculo con un traje especialmente diseñado y máscara de gala. Peinamos .detalles, me dio su punto de vista y juntos desistimos de introducido como hijo -no supe a ciencia cierta si le molestaba el mote por no haber tenido descendientes en sus matrimonios-o Sólo nos faltaba resolver si iba a aparecer en público y hablaríamos del nuevo Caballero Rojo o si él trabajaría en la formación, sin mostrarse, para darle al paradigma de la corrección perdurabilidad porque tras dos entrenamientos de la renovada troupe en el gimnasio de Ferro Carril Oeste, escogió a su sucesor y un posible suplente. Pacientemente le enseñó a Germán Padilla -hijo de uno de sus viejos rivales, El Mapuche- el abc, las nociones básicas de su creación y aunque éste era un luchador menudo, le gustaba más que Jorge Di Cicca, sugerido por terceros, un profesional con más experiencia al que respetaba pero que en algunas pruebas lo notó más cerca de la caricatura que de la recreación fidedigna de sus formas. La jornada del debut de Germán en televisión y para mi gran sorpresa, al ingresar al vestuario, observé al discípulo sin cambiarse mientras que a su lado, en uno de los bancos de camarines, Baby se había metido nuevamente en la piel de El Caballero. Fue uno de los momentos más desconcertantes que me hayan tocado atravesar. Baby tenía entonces 62 años, acarreaba una larga inactividad y su respirar se hacía tortuoso porque así como el héroe llevaba una vida sana, en el magnífico desdoblamiento, Reynoso era un fumador empedernido -no abandonó el vicio hasta sus últimas horas y lo doblegó finalmente una implacable enfermedad pulmonar-. Tras atenuar como pude el baldazo le pregunté qué había pasado.
-Mire -nunca nos tuteamos-, acá, los muchachos, me dijeron que tenía que luchar yo. No quería, no quiero saber mucho con esto, pero ellos me insistieron. ¿Usted qué dice?
Recorrí con mis ojos cada uno de los rincones del camarín y descubrí al par de veteranos combatientes que lo habían azuzado, que le dieron argumentaciones falaces para que retornara a la actividad sin preparación, desmejorado, con un aspecto que hubiera ridiculizado al personaje que tanto amaba. No fue una actitud de maldad hacia él ya que no sólo fue admirado por su capacidad sino que todos sus rivales adoraban su manera de ser. Era en realidad un ataque solapado a sus propias decadencias y a lo que auguraban próximo para ellos y la necesidad de perpetuarse aferrándose a cualquier cosa.
Tragué saliva, evalué morirme antes de tener que pasar por esa situación y ejecuté la decisión que jamás hubiera querido tomar. Con respeto, buscando cada una de las palabras, al borde de las lágrimas, lo ayudé a retirarse. La situación me deprimió mucho y en ese mismo instante me arrepentí de haberme asomado a la trastienda de mis devociones infantiles. Debíamos haber tomado como excluyente s aquellas máximas de Martín Karadagián: "Si no está Martín Karadagián, no es Titanes en el Ring" o "Titanes en el Ring se va a morir conmigo".
Alentó a Padilla en su primera presentación, le gustó lo que vio y lo expresó con dichos escuetos pero generosos -obviamente, la versión original seguía siendo insuperable- pero no apareció más. Pensé que había herido su orgullo. Asumí que había ofendido a mi Caballero Rojo. El me tranquilizó por teléfono desde San Pedro.
-Quédese tranquilo, amigo. Usted me trató muy bien y le agradezco todo lo que hizo por mí pero no puedo aceptar el ofrecimiento. Yo no sirvo para cobrar sin hacer nada. Si yo ya no lucho, siento que les estoy robando la plata. ¿A qué vaya ir? Ya le enseñé al pibe todo lo que tiene que saber, cómo voy a cobrar por eso. Usted quiere que me paguen para mirar lucha que es lo que más me gusta en la vida.
Para que no me quedaran dudas me obsequió la ropa original de El Leopardo y siguió teniendo gestos de afecto -a su manera- que se me hacen cuento de sólo pensar en las tardes en que me entretenía jugando a ser él con el muñequito del Jack como musa del ídolo.
"Abrazáme, hoy estás más linda que nunca". Le dijo Humberto a Adela de Jesús, su segunda mujer en la madrugada del 15 de junio de 2007, y cerró los ojos para siempre. Se fue solo, como un auténtico militante de la hombría y entregado fervorosamente a la noble misión del encantamiento, no arrastró a nadie en su partida. Mantuvo en pie a la leyenda. Se murió él, tan solo él, porque El Caballero Rojo es un mito de infancia y los héroes de verdad tienen la capacidad de ganarles a todos.
Mirá lo que te digo, vos ponés un ring ahora acá y te juro que El Caballero Rojo es capaz de poner de espaldas al paso del tiempo y a la muerte juntas.
Cuando lo tuve enfrente, máscara a cara, confirmé lo que no me costó indagar al auscultar el derrotero de diversas troupes de catch. Todas, sin distinción de jerarquías, así como nosotros portábamos su insignia, su monigote, su caramelera o su figurita, decían tener su Caballero Rojo y no tenían nada. Anunciaban sin decoro una aproximación distante y barata del paladín y aunque se engañaran y nos trataran de engañar la parodia no admitía complicidades. Comprábamos la entrada pero con el desarrollo del espectáculo no convalidábamos la estafa. Nadie podía ocupar su lugar y ninguno de cuantos atletas decidieran emulado, con atavíos mejor o peor logrados, conseguirían habitar el personaje.
Se cree en el universo ramplón del catch autóctono que los enmascarados, los tapados, son apenas un traje en un baúl y que cualquier luchador es capaz de ponérselo y encender la chispa. En el caso de El Caballero Rojo esta sentencia de los empresarios fue una quimera. Una probabilidad inviable porque la personalidad del intrépido y leal defensor de la razón era -lo sigue siendo- auténticamente única. Una creación sofisticada, elaborada movimiento a movimiento, por un hombre que jamás usufructuó su identidad civil y que conocía absolutamente todos los por qué que fundamentaban el funcionamiento de su genial criatura.
La invención de Humberto Reynoso, Baby -El Baby-, era absolutamente diferente a todas cuantas se hayan erigido sobre la lona de un ring. Exclusiva.
Y personal aunque las características del ser cotidiano nunca se apoderaran del justiciero. Una forma de obrar elegida deliberadamente, constituida de gestos, ademanes, andares, procederes, llaves y tomas propias.
Cuando lo tuve enfrente no quise otra cosa que estrechado en un abrazo para expresarle mi agradecimiento pero fui tímido -él no me intimidó- y no tuve ocasión de desmitificarlo puesto que El Caballero Rojo se encargó de escindirse y mantenerse vívido a un costado del noble artesano que nos hizo transitar los períodos más afables de buena parte de nuestra existencia.
De andar por San Pedro, su tierra natal y final, me reconfortaría llevarle flores a Humberto por todo lo que hizo por nosotros sin percibir la dimensión y por la prudencia de dejar al héroe al margen de las despedidas, de las lágrimas, sin sed de ceremonias de réquiem, absolutamente de pie, vigente e inmortal.
La diversidad no es una licencia literaria. El legendario Baby tenía en sus manos las secuelas de sus quehaceres como estibador portuario, desde la crudeza de su epidermis, a la crueldad de dedos rebanadas. El Caballero Rojo posee palmas y yemas de seda con las que maniobra vaporosamente a sus adversarios y es preciso y minucioso como el más laureado cirujano.
Humberto tenía la contextura y las costumbres de cualquier vecino, estirpe de obrero jubilado, simpleza. El Caballero Rojo dispone de una elegancia extrema, es etéreo, estilizado y singular.
Reynoso era austero en sus dichos y en sus aspavientos, algo cohibido, un rostro en la multitud. El Caballero Rojo impacta con su carisma, impone su halo misterioso, es expansivo, pronunciado en sus manierismos y jamás pasa desapercibido.
El punto vinculante obedece a los ingredientes de origen, aquellos rudimentos intrínsecos que fertilizaron a la persona y al personaje: dones como la bonhomía, la pasión, la integridad, el profesionalismo, la vocación y la caballerosidad.
Humberto Reynoso tuvo sus años beligerantes, supo ser pendenciero como una señal de rebeldía y en uno de esos arranques conoció al Martín Karadagián que aún no había descubierto la televisión y era un taquillero campeón-patrón bajo el tinglado del Luna Park. El Armenio ingresó al correo, lugar en el que Baby -ya mudado a Buenos Aires- se desempeñaba como cadete, acompañado por una cohorte de acólitos y el adolescente no pudo comprender un ideario y un comportamiento que años más tarde respetaría como mandamientos religiosos. Fiel a su fama de malo, Martín se comportó como un bravucón y aprovechándose de que había mucha gente en la cola, se hizo promoción instantánea arremetiendo contra empleados y curiosos.
-Yo salté para defender a mis compañeros y ahí me di cuenta que la lucha no era broma. Le pegué mil piñas y ni lo moví, era una mole pese a su baja estatura. Se dejó atacar, me sobró porque no le hice ni un rasguño y en un solo movimiento, me trabó el brazo, me inmovilizó y al querer zafarme me rompió un dedo. Mi viejo le inició juicio pero después la cosa quedó en la nada -me contó una vez la anécdota.
Más tarde, con la fortaleza que adquirió en el Puerto de Buenos Aires, coqueteó con el boxeo para canalizar aquella iracundia juvenil. Lo hizo principalmente en clubes de Barracas junto a Alberino Miguel Tomasoni -voluminoso y destacado animador también de Titanes en el Ring con representaciones como las del Balón Atómico y Sancho Panza-, un compañero de mil revolcones, con quien decidió transformarse en catcher al resplandor de las temporadas brillantes de la actividad en el Luna y en Babilonia, un estadio emplazado en la zona lindera a la Torre de los Ingleses, sobre Retiro. Allí fue Baby Roca en una clara alusión a Antonio Rocca, el luchador argentino del que llegaban noticias prestigiosas por su faena en los Estados Unidos, pero no trascendía. Su histrionismo a rostro lavado carecía de magnetismo y pese a que era notoriamente capaz de imponer artimañas como valor técnico descubrió cuánta expresividad podía sumar desempeñándose oculto. Como aquellos actores que manejan la máscara neutra, olvidarse de los mohínes le significó poner en práctica teatralidad en toda su anatomía y llamó la atención rápidamente cuando en 1960, en la prehistoria de Titanes, en la agonía del catch como expresión popular vinculada a los deportes profesionales, se sumó al grupo de Martín Karadagián. Encarnó a La Araña y la propuesta sedujo al Campeón del Mundo, quien pese a recordar el episodio del correo, lo contrató de buena gana ya que Reynoso era una alternativa en la selva de los mastodontes y una piedra preciosa en la idea de convertir ese producto en un espectáculo para televisar. Peleaba agazapado y desarrollaba toda su agilidad y reflejos, recurso que exhumaría años después para interpretar a El Leopardo, su doble rol en las épocas de bonanza económica como titán, con la cuidada consigna de luchar en un registro absolutamente dispar al de El Caballero.
De cómo inventó al héroe que a mi entender conducido con un criterio de marketing y otro vuelo podría haberse convertido en un Batman criollo -de hecho en las postrimerías del siglo pasado, Tony Torres, uno de sus fans manifiestos, desarrolló un interesante cómic inspirado en El Caballero- hay una narración romántica. No sé cuán verosímil pero es la que siempre mantuvo enhiesta el padre del enmascarado y no hay por qué contradecirlo. Se presentaba en Chile, en su etapa a rostro descubierto, cuando una herida cortante en el arco superciliar izquierdo lo dejó empapado en sangre. Al vedo librar la batalla con ese aspecto sin renunciar a su hidalguía una espectadora habría exclamado:
-¡Es un caballero! ¡Un caballero rojo!
Supongo que lo habrá influido Máscara Roja, un destacado catcher argentino de la primera mitad del siglo XX, quien también era aclamado con su verdadera identidad, Alfredo Legarreta. Lo cierto es que la ingeniería fue puntual y sigilosa. Para estrenarse en la caja de rayos catódicos Reynoso no sólo planteó un comportamiento sino que, además, diseñó un atuendo con detalles significativos. A la capucha bermellón le adjuntó un arabesco blanco estilizado en sus puntas con una distribución triangular con alguna reminiscencia de las que comenzaban a imponerse en México pero a la vez distintiva. Y desarrolló botas bicolores y al slip rojo -entonces era habitual que los luchadores llevaran el torso desnudo-lo complementó con capas, batas y camperas de raso, algunas rojas con vivos blancos y otras blancas con vivos rojos, absolutamente únicas. Humberto decidió el perfil que complementó con su esposa de entonces, Selva, una habilidosa modista que iría confeccionando los trajes y marcando la evolución progresiva de la estética Caballero -capacidad que le valió ser durante muchos años vestuarista de Titanes-. La vestimenta era un aspecto importante, pero sólo uno. Al impacto visual lo complementaría con la utilización que le daba a esos elementos. Por ejemplo llevaba una toalla roja al cuello que en pleno cuadrilátero, una vez recibidas las indicaciones del árbitro, despojaba con un golpe seco de manos hacia atrás, para que cayera en su rincón en manos de su segundo.
El trípode de su estilo amparaba otras dos cuestiones centrales. Primero sus actitudes satélite. Cómo progresaba hacia el ring: avanzaba casi en puntas de pie, solía darse impulsos moviendo sus brazos en redondo para templar sus músculos y articulaciones, la postura de sus manos, aun en combate, estaba caracterizada por utilizar sus pulgares despegados y hacia arriba, lo que lo colocaba en una actitud distinguida. Cómo accedía al cuadrilátero: llevaba una de sus piernas delante y de costado para acceder entre la segunda y tercera cuerda pero, abruptamente, en el instante de ejecutar la entrada, cambiaba el ángulo rítmicamente y hacía su entrada del mismo modo pero con la otra pierna y cambiando de dirección. Cómo se paraba en la lona: siempre en puntas de pie, atento al despegue, ligeramente perfilado, con uno de sus hombros en punta hacia el centro, guardia que mutaba permanentemente buscando su mejor ángulo para iniciar la confrontación.
El nudo, obviamente, era su filosofía como peleador. Su desempeño era muy limpio. No sólo porque acataba las reglamentaciones sino porque, además, todo su comportamiento era pulcro, sus tomas eran prístinas y lucía y hacía lucir a sus oponente s tanto fueran técnicos como rudos. Su arsenal estaba constituido por diversas peculiaridades, entre ellas su golpe de puños propulsado por una patadita al aire de su pierna derecha despegada del suelo, su tijera invertida tras utilizar el cuerpo del adversario para ponerse en vertical, su plasticidad de bailarín para administrar su peso y suspenderse liviano en el aire cuando resolvía ejecutar una patada voladora, sus registros a la hora de recibir los golpes valorizando a los oponente s con expresividad sin perder galanura, sus definiciones de combate en rana o en puente con una prolijidad y simetría de artista plástico. En su repertorio aquilataba el manual completo de todas las llaves y contrallaves habidas y por haber a las que realzaba por la manera en que entraba y salía de ellas. Eran un clásico, un deleite y una satisfacción para su persona las competiciones con Ulises El Griego -Pedro Bocos-, a quien conocía de memoria, ya que juntos tejían las coreografías más depuradas y eximias colocando al catch en el escalón del ballet. Por fortuna, uno de los pocos testimonios fílmicos que existen del esplendor de El Caballero Rojo, algunas escenas de la película Titanes en el Ring de Leo Fleider, permiten observar uno de estos desafíos.
La gran aparición mediática del enmascarado escarlata se produjo el 3 de marzo de 1962, en la primera emisión del ciclo de Karadagián, el estreno absoluto del programa en televisión. Confrontó con Luis Gonini en la cuarta lucha y la victoria despertó la admiración del público que ubicado en el mini estadio de Canal 9 se preguntaba por el enigma de su identidad. En esa década fue una figura trascendente de la troupe aunque en la confección de sus argumentos Martín nunca le posibilitó trepar al pelotón de los que disputaban el certamen. Brilló en una segunda línea, siendo aventajado en la tabla de posiciones por El Campeón del Mundo, El Indio Comanche, Mister Chile o Rubén Peucelle, respectivamente. Entonces MK era bribón, un malo acérrimo, un patán, pero no se descarta que algún rasgo ególatra haya contenido la explosión competitiva de quien por entonces, como la mayoría de los agonistas, no poseía música característica.
Su fama trascendió el medio local y como era habitual en esa era, en diversas circunstancias, emigró del plantel o aprovechó pequeños parates para desarrollar su trabajo en Perú, en Chile y en Brasil donde se convirtió en ídolo y aún se reprisa la leyenda de El Cabaleiro Vermelho. Especialmente en la región de Niteroi.
Estricto y dueño de una sola palabra, Reynoso siempre evitó las reyertas y cuando alguna actitud de la empresa le disgustó o se sintió disconforme por la remuneración -los sueldos nunca fueron cuantiosos, pero en etapas de mucha producción lograban una facturación interesante aunque no tenían participación en las ganancias extras, un foco de conflicto-, dio media vuelta y se fue abandonando Titanes. Se reintegró en 1972 a la empresa para ser bastión de la impactante temporada desarrollada en la pantalla de Canal 13. El hito histórico -por rating, festivales en clubes y dos Luna Park, merchandising, cine-lo encontró en plenitud y marcó su despedida. En noviembre de ese año se sumó a un grupo de luchadores que disconformes con los cachet decidieron la independencia. En el país no volvió a conocer el éxito ya que los diversos intentos independientes fracasaron pero se mantuvo vigente hasta bien entrados los '80.
Así como era intransigente con sus empleadores poderosos, era absolutamente permisivo y generoso con algunos de sus plagiarías. Jamás se le ocurrió patentar a su concepción como marca e hizo algunas concesiones por bonachón que indirectamente lo damnificaron. Ante mi preocupación por estos descuidos se encogió de hombros y pasó un poco por alto esas contingencias.
-¿Qué quiere que le haga? Que los muchachos se ganen su pan, yo vivo y dejo vivir, ¿sabe? O por lo menos, trato.
Muchos se adjudicaron y aún se adjudican haber sido El Caballero Rojo.
Están los luchadores que efectivamente lo representaron en algún espectáculo de menor repercusión, los distintos atletas que en las contadas ocasiones en que Titanes en el Ring volvió a recurrir al ídolo lucieron el traje (generalmente muy buenos profesionales, como René Tenembaum o Juan Carlos Torres. quienes siempre respetaron a Baby y nunca se apropiaron de la paternidad. ni hicieron declaraciones en ése u otro sentido), los ignotos que jamás treparon a un ring y se dan dique alimentando la especie, los que alguna vez mintieron piadosamente a sus hijos como parte de un juego (por caso, Alejandro Apo recuerda frecuentemente cómo su papá, quien le decía que era El Caballero Rojo, abandonaba la casa cuando se avecinaba la lucha, seguía las acciones en lo de un vecino, y retornaba al hogar un rato más tarde todo despeinado tras el combate contándole detalles fantásticos de lo que a Alejo y sus hermanos había conmovido a través de la tele). Esta pasión nacional por la usurpación de la identidad heroica consigna dos historias salientes.
Por un lado, la de un oficial de la policía militar, Miguel Pedernera, quien siempre tuvo el berretín de ser El Caballero y lo consumó durante décadas. Luchador de aptitudes regulares, serio y cumplidor como organizador de espectáculos de lucha, tácitamente se creyó su propia novela y vivió y se desempeñó como si el personaje fuera de él. Como era pagador y respetuoso con los otros profesionales, varios de los que trascendieron a rostro descubierto validaron su accionar formando parte de sus festivales. Incluso Baby, conocedor de su existencia, le permitió usufructuar su invento. Es más, hasta trabajó para él. En ocasiones como El Caballero Rojo y hasta en otros roles, lo que aunque no lo admitiera, le debe haber dolido en el alma y humillado pero tenía que comer y los luchadores nunca tuvieron en la Argentina resuelto su pasar.
-Le vaya confesar algo -murmuró una tarde cuando teníamos un poco más de confianza-o Yo no sólo trabajé para Miguel, quien conmigo siempre se portó muy bien, siempre fue un buen muchacho sino que en alguna ocasión, una o dos veces, no recuerdo bien, compartimos el show y él hizo de Caballero. Yo tenía también una ropa negra de cuando organicé mis espectáculos y para que el público no comparara, aunque no luché contra él, ésa fue de las pocas veces que trabajé de malo. Traté de hacerme el rudo. No creo que me haya salido bien.
Un árbitro que participó de esa velada me confirmó la anécdota y me confió que bajo la capucha negra lo notó lagrimear.
El problema más severo de esta doble vida de El Caballero Rojo fue la manera de entender al personaje. Mientras que Humberto fue cuidadoso al extremo para preservar el misterio. Su colega todo lo que pretendía era develar el enigma. Reynoso entraba a los canales y clubes solo, fuera del grupo, con las manos en los bolsillos, disimulando y le encargaba a otra persona que le llevara el bolso. Se presentaba con su máscara en reportajes y homenajes, a los que llegaba ataviado aunque viajara en taxi o medio público, y nunca permitió que vieran su rostro. Hasta reprimió instintos primarios, de esos que cuando vivía en los edificios frente al Luna le hubieran valido llegar a las manos ("Me he comido apretadas, provocaciones, por ejemplo en el puerto alguna que otra vez para no vender mi identidad. Pesados que se me venían a hacer los malos para ver si saltaba, si de verdad era El Caballero Rojo, si era luchador, porque un compañero cometió la infidencia de venderme. Y gané, tenía que comerme las ganas de darles, pero era tan convincente en mi supuesta cobardía que los tipos terminaban yéndose con una frase: 'Mirá que este tipo, con este físico, tan desgraciado, va a ser El Caballero Rojo'. Ahora me divierto de contárselo"). Pedernera, como contrapartida, gozaba que creyeran que era él, es todo lo que pretendía, ésa era su obsesión. Solía desenmascararse estratégicamente donde pudieran verlo o dejaba asomar de su bolso parte del atuendo.
Por el otro, la de Norberto Imbelloni. En los corri11os de la política y el sindicalismo se alimentó la fábula de que el dirigente peronista había sido El Caballero Rojo. Y hasta se pensó que en tiempos de persecuciones ideológicas se ocultó detrás del personaje y se ganó el mendrugo. Falso. La mendacidad no fue generada por el involucrado. Cierta vez, en la cárcel, le comentaron que había tenido una actitud de caballero y Beto Imbelloni, pícaro y para dejar en claro su orientación social, corrigió.
-Siempre fui El Caballero Rojo.
Lo escucharon y el teléfono descompuesto derivó en lo que derivó. Ni más m menos que eso.
En tiempos de reconocimientos y revivals, allá por 1997, estuve cerca de Humberto porque cooperé en un intento por reconstruir la magia de Titanes en el Ring y me desvelaba qué hacer con El Caballero Rojo. Me parecía que era un personaje insoslayable pero tenía el prurito de cómo encararlo sin él, saber si era plausible la osadía. Primero busqué la opinión sobre este tópico de Rodolfo Di Sarli. Tras escuchar la definición del Maestro, que coincidía con el parecer de que era una atracción imprescindible, consulté a Baby sin disimulos y le planteé todas las contradicciones que me provocaba la idea. Pensé en voz alta y le sugerí su contratación corno entrenador de un supuesto hijo de El Caballero Rojo, escogido y formado por él, más su participación en el espectáculo con un traje especialmente diseñado y máscara de gala. Peinamos .detalles, me dio su punto de vista y juntos desistimos de introducido como hijo -no supe a ciencia cierta si le molestaba el mote por no haber tenido descendientes en sus matrimonios-o Sólo nos faltaba resolver si iba a aparecer en público y hablaríamos del nuevo Caballero Rojo o si él trabajaría en la formación, sin mostrarse, para darle al paradigma de la corrección perdurabilidad porque tras dos entrenamientos de la renovada troupe en el gimnasio de Ferro Carril Oeste, escogió a su sucesor y un posible suplente. Pacientemente le enseñó a Germán Padilla -hijo de uno de sus viejos rivales, El Mapuche- el abc, las nociones básicas de su creación y aunque éste era un luchador menudo, le gustaba más que Jorge Di Cicca, sugerido por terceros, un profesional con más experiencia al que respetaba pero que en algunas pruebas lo notó más cerca de la caricatura que de la recreación fidedigna de sus formas. La jornada del debut de Germán en televisión y para mi gran sorpresa, al ingresar al vestuario, observé al discípulo sin cambiarse mientras que a su lado, en uno de los bancos de camarines, Baby se había metido nuevamente en la piel de El Caballero. Fue uno de los momentos más desconcertantes que me hayan tocado atravesar. Baby tenía entonces 62 años, acarreaba una larga inactividad y su respirar se hacía tortuoso porque así como el héroe llevaba una vida sana, en el magnífico desdoblamiento, Reynoso era un fumador empedernido -no abandonó el vicio hasta sus últimas horas y lo doblegó finalmente una implacable enfermedad pulmonar-. Tras atenuar como pude el baldazo le pregunté qué había pasado.
-Mire -nunca nos tuteamos-, acá, los muchachos, me dijeron que tenía que luchar yo. No quería, no quiero saber mucho con esto, pero ellos me insistieron. ¿Usted qué dice?
Recorrí con mis ojos cada uno de los rincones del camarín y descubrí al par de veteranos combatientes que lo habían azuzado, que le dieron argumentaciones falaces para que retornara a la actividad sin preparación, desmejorado, con un aspecto que hubiera ridiculizado al personaje que tanto amaba. No fue una actitud de maldad hacia él ya que no sólo fue admirado por su capacidad sino que todos sus rivales adoraban su manera de ser. Era en realidad un ataque solapado a sus propias decadencias y a lo que auguraban próximo para ellos y la necesidad de perpetuarse aferrándose a cualquier cosa.
Tragué saliva, evalué morirme antes de tener que pasar por esa situación y ejecuté la decisión que jamás hubiera querido tomar. Con respeto, buscando cada una de las palabras, al borde de las lágrimas, lo ayudé a retirarse. La situación me deprimió mucho y en ese mismo instante me arrepentí de haberme asomado a la trastienda de mis devociones infantiles. Debíamos haber tomado como excluyente s aquellas máximas de Martín Karadagián: "Si no está Martín Karadagián, no es Titanes en el Ring" o "Titanes en el Ring se va a morir conmigo".
Alentó a Padilla en su primera presentación, le gustó lo que vio y lo expresó con dichos escuetos pero generosos -obviamente, la versión original seguía siendo insuperable- pero no apareció más. Pensé que había herido su orgullo. Asumí que había ofendido a mi Caballero Rojo. El me tranquilizó por teléfono desde San Pedro.
-Quédese tranquilo, amigo. Usted me trató muy bien y le agradezco todo lo que hizo por mí pero no puedo aceptar el ofrecimiento. Yo no sirvo para cobrar sin hacer nada. Si yo ya no lucho, siento que les estoy robando la plata. ¿A qué vaya ir? Ya le enseñé al pibe todo lo que tiene que saber, cómo voy a cobrar por eso. Usted quiere que me paguen para mirar lucha que es lo que más me gusta en la vida.
Para que no me quedaran dudas me obsequió la ropa original de El Leopardo y siguió teniendo gestos de afecto -a su manera- que se me hacen cuento de sólo pensar en las tardes en que me entretenía jugando a ser él con el muñequito del Jack como musa del ídolo.
"Abrazáme, hoy estás más linda que nunca". Le dijo Humberto a Adela de Jesús, su segunda mujer en la madrugada del 15 de junio de 2007, y cerró los ojos para siempre. Se fue solo, como un auténtico militante de la hombría y entregado fervorosamente a la noble misión del encantamiento, no arrastró a nadie en su partida. Mantuvo en pie a la leyenda. Se murió él, tan solo él, porque El Caballero Rojo es un mito de infancia y los héroes de verdad tienen la capacidad de ganarles a todos.
Mirá lo que te digo, vos ponés un ring ahora acá y te juro que El Caballero Rojo es capaz de poner de espaldas al paso del tiempo y a la muerte juntas.
lunes, noviembre 16, 2009
PERMITASEME PUTEAR UN RATO
Tenía demorada la lectura de Comic.ar y ayer me dediqué a los últimos tres números. También leí la Fierro. Me quedo toda la vida con la primera. La Fierro huele a viejo. La vanguardia atrasa, ya lo he dicho. La historieta como lenguaje reclama la vuelta a la narración limpia, los dibujos claros y los argumentos sólidos. La "experimentación" vacía pour épater les bourgeois se murió y larga ese tufo.
De éste número sólo rescato Taxi Libre. Con esfuerzo -y por cariño a Reggiani- agrego Vitamina Potencia.
Y ya que estoy... que los de Comic.ar se dejen de joder con ese formato pedorro. Los puteo de arriba abajo cuando tengo que revisar los ejemplares anteriores para acordarme de como venían los episodios. Parece que estuviera desplegando mapas, carajo. Todo bien, ya hicieron la gracia, ahora publiquenla normalita, muchachos.
Y reitero: el espacio de los chistes y tiras cómicas -sobre todo, cuando son bastante mediocres- lo podrían ocupar las historietas (que son muy buenas). Se puede permitir incluir chistes y tiras una revista de sesenta páginas, no la Comic.ar. Tampoco pueden meter un reportaje a G.F.!!! A quién se le ocurre??? Han salido notas del viejo hasta en la Gente!!!
Fuera de eso, la disfruto mucho.
De éste número sólo rescato Taxi Libre. Con esfuerzo -y por cariño a Reggiani- agrego Vitamina Potencia.
Y ya que estoy... que los de Comic.ar se dejen de joder con ese formato pedorro. Los puteo de arriba abajo cuando tengo que revisar los ejemplares anteriores para acordarme de como venían los episodios. Parece que estuviera desplegando mapas, carajo. Todo bien, ya hicieron la gracia, ahora publiquenla normalita, muchachos.
Y reitero: el espacio de los chistes y tiras cómicas -sobre todo, cuando son bastante mediocres- lo podrían ocupar las historietas (que son muy buenas). Se puede permitir incluir chistes y tiras una revista de sesenta páginas, no la Comic.ar. Tampoco pueden meter un reportaje a G.F.!!! A quién se le ocurre??? Han salido notas del viejo hasta en la Gente!!!
Fuera de eso, la disfruto mucho.
LAS REEDICIONES DE TORINO
Luis del Pópolo me escribe ahora sobre la siguiente curiosidad:
Quisiera comentarte algo sobre aquella historieta de Don Nicola donde éste y el maestro viajaban al interior del cuerpo humano: Resulta que en La Barra de Pascualin número 12, de junio de 1959, aparece dicha historia con el título "Una cita con la vida". Y con algunas diferencias con respecto a la original aparecida en Aqui Está!: De las 10 páginas que te mandé, falta la primera y la última, tal vez porque como en esa época la historieta continuaba número a número, se quiso evitar que esta historia "venga" de otra anterior y "enganchaba" al final con la siguiente.
Pero siguen los detalles: En la original, el primer cuadro arranca con el maestro preguntando:
-"¿Quién habrá sido el que nos encerró?"
A lo que Don Nicola contesta:
-"Esta clase de chiste non me gusta nada"
En cambio, en la revista dicen:
-"¿Está seguro Don Nicola, de que es aquí donde internaron a su inquilino Pancracio?. Me parece que hemos caído en una trampa.
Don Nicola contesta:
-"¡Qué raro!. Me citaron urgente por teléfono diciendo que estaba grave..."
En el final de la historia hay que detenerse (original) en el momento en que el paciente estornuda y nuestros héroes salen despedidos. En el siguiente cuadro (de la revista) cuando el científico busca a los personajes, estos aparecen pequeñitos a su lado, a punto de ser aplastados y en el posterior cuadro, Don Nicola y su amigo, ya un poco más grandes de tamaño, le gritan al profesor para que no los aplaste. Y en el último, este les agradece por "colaborar con la ciencia". En definitiva, las dos últimas viñetas, son "nuevas".
Es todo, no habrá sido el mio un descubrimiento científico pero he tratado de aportar mi granito de arena.
Gracias, Luis!!!
miércoles, noviembre 11, 2009
Jacinto Piesfelices, por Cao
Me topé hace unos días con una pila de ejemplares de Leoplán, y gracias a la referencia que hiciera Hugo (ver) pude ubicar por fecha cuatro que traían Tóxico y Biberón, de Ianiro.
Revisándolas, me llamó la atención la tira Jacinto Piesfelices, firmada por Cao. No me cabe duda que se trata de Julio Álvarez Cao, hijo del célebre caricaturista de Caras y Caretas, conocido por su labor posterior en Columba.
Si bien en las tiras de la época era común la elección de un ángulo insólito para narrar, en el caso de Cao es de destacar la originalidad.
Revisándolas, me llamó la atención la tira Jacinto Piesfelices, firmada por Cao. No me cabe duda que se trata de Julio Álvarez Cao, hijo del célebre caricaturista de Caras y Caretas, conocido por su labor posterior en Columba.
Si bien en las tiras de la época era común la elección de un ángulo insólito para narrar, en el caso de Cao es de destacar la originalidad.
martes, noviembre 10, 2009
MARTEN TOONDER, UN DIBUJANTE HOLANDES INFLUENCIADO POR QUINTERNO
Atilio Millán me pasó un interesante apunte sobre Marten Toonder (1912 / 2005), quien visitó la Argentina en los años '30 y quedó deslumbrado por el trabajo de Quinterno.
Recojo una viñeta de Toonder, donde efectivamente se puede apreciar la influencia del creador argentino.
Para más data ver .
ILLIA EN GIRA
El domingo pasado terminamos la temporada 2009 en el teatro 25 de Mayo, de Cap. Federal. Durante el resto de noviembre, "Illia (Quién va a pagar todo esto?", de Eduardo Rovner, dirigida por Alberto Lecchi y protagonizada por Arturo Bonín) estará en:
ROSARIO
Jueves 12 y viernes 13 - 21:30 hs
Teatro Municipal La Comedia
General Bartolomé Mitre 950
Jueves 12 y viernes 13 - 21:30 hs
Teatro Municipal La Comedia
General Bartolomé Mitre 950
SANTA FE
Sábado 14 - 21:00 hs
Sala Mayor - Centro Cultural ATE Casa España - Rivadavia 2871
Sábado 14 - 21:00 hs
Sala Mayor - Centro Cultural ATE Casa España - Rivadavia 2871
CORDOBA
Viernes 27, sábado 28 y domingo 29 - 21:00 hs
Sala Mayor de la Ciudad de las Artes - Ricchieri y Concepción Arenal
Viernes 27, sábado 28 y domingo 29 - 21:00 hs
Sala Mayor de la Ciudad de las Artes - Ricchieri y Concepción Arenal