Pocos casos hay, en la historieta argentina, de un interés periodístico y analítico tan grande por la biografía y la obra de un creador, como el de Dante Raúl Quinterno. Podría quizá equipararse en ese sentido a Héctor Germán Oesterheld. Y no resultaría caprichoso, para explicarlo, señalar una coincidencia extra historietística en sus vidas: las relaciones que tuvieron con la política. Claro que el fenómeno deriva de que ambos habían construido antes personajes emblemáticos, aunque en sentido casi opuesto (14).
Quinterno, además, ha alimentado la curiosidad rodeándose de un aura de misterio. Y aunque mucho se ha escrito sobre él, poco se ha podido develar. Son más bien los detalles sueltos, las anécdotas de sus colaboradores, de las pocas personas que lo frecuentaron y quieren hablar, las que brindan alguna pista de su personalidad. Por otra parte, en los datos que circulan, no todo es exacto. Y algunas de las inexactitudes se han instaurado, como la de su supuesta pertenencia de origen a la clase alta.
En una entrevista que realicé, en septiembre de 2008, a Susana Muzio (15), me aseguró que sus padres eran simples inmigrantes chacareros, y que tuvieron que mandar a su hijo a trabajar desde muy jovencito, para sumar un aporte a la exigua economía familiar. Con lo que se derrumba el mito del terrateniente de cuna, junto al de antepasados piamonteses vinculados a la nobleza, que el mismo Quinterno contribuyó a construir, en una cosmética genealógica encargada por él -siempre al decir de Muzio- en sus años de florecimiento económico, ya lejos del humilde “pibe”, pasador a tinta de los dibujos del “Mono” Taborda.
Y esta revelación sobre su vida, se condice con aspectos de su creación, que es en realidad el objeto del presente análisis (16).
Hay una primera asociación de lo expuesto con la ascendencia egipcia que Quinterno elabora para Patoruzú a partir de “El Aguila de Oro” (17), y desarrolla luego en forma de relato humorístico (18), para terminar incorporándola a numerosas aventuras. Si al autor, la genealogía inventada le otorgaba un dudoso prestigio, al cacique, en cambio, lo enriqueció como personaje, más allá del trasfondo ideológico que podría leerse en ello.
Pero existen otros elementos, nada transitados y más importantes, que muestran como esta obsesión del creador del indio por reinventar la urdimbre de los vínculos, termina redundando en una de las construcciones más sólidas de la historieta argentina. Es a lo que puntualmente me referiré aquí, tratando de referenciar lo ya conocido (19) sólo en la medida de lo necesario.
Ya he apuntado que el debut de Curugua-Curiguagüigua en “Crítica”, lo mismo que la llegada de Patoruzú a “El Mundo”, fue anunciado previamente con bombos y platillos. Quinterno parecía tener conciencia que lanzaba un personaje que haría historia.
Estaba buscando salir del lugar común de los tipos porteños, que venían utilizándose en las tiras cómicas desde 1912, año en que aparece Sarrasqueta, de Manuel Redondo (“Caras y Caretas”). Línea a la que Quinterno aportó personajes como Panitruco (1925, “El Suplemento”), Manolo Quaranta (1926, “La Novela Semanal”), Don Gil Contento (1927, “Crítica”) y Julián de Montepío (1928, “La Razón”), terminando este último eclipsado por Patoruzú (20).
Un apunte interesante de Susana Muzio, es el del corto viaje a la Patagonia realizado por Quinterno en su juventud, donde conoce a los últimos tehuelches, que vivían en un estado de extremo abandono y miseria. De allí extrajo -según Muzio- la imagen primigenia de Patoruzú.
Si bien no pongo en duda la veracidad del dato, creo que no alcanza como explicación. Sostengo que una de las fuentes en que abrevó Quinterno para crear al indio fue Antonio Pigafetta (21), quien por el 1520, describió a los antiguos aborígenes de la raza de la siguiente manera:
"Cierta mañana aparece sobre una colina una figura extraña, un hombre que en un comienzo no reconocemos como semejante, pues la primera impresión es una mezcla de terror y sorpresa, que nos hace ver a ese ser dos veces mayor que un hombre común. Era tan grande este hombre, que nosotros le llegábamos a la cintura."
Si se compara la estatura del primer indio, con la de Don Gil Contento, su arcaico tutor, se observará la coincidencia con la descripción.
Relata Pigafetta que los españoles se asombraron sobre todo de los enormes pies del “monstruo humano”, y en consideración a eso, denominaron a los nativos “patagones” y a la región “Patagonia”.
Demás está señalar esta vez la concordancia, y es cierto que el dato lo podía haber obtenido Quinterno sin ayuda del cartógrafo.
Lo esencial radica en este párrafo de Pigafetta: “Pero pronto se desvanece el temor producido por el hijo del desierto, pues ese ser envuelto en pieles abre continuamente los brazos riendo con toda la boca".
Descripción casi literal de una de las posturas más primitivas de Patoruzú. La de su primera aparición en Gilito y Julián, cuando el poncho era largo y con rayas en vez de cruces, y usaba una especie de calzón a media pierna. Allí se lo puede ver con los brazos extendidos y riendo a mandíbula batiente.
No hay dudas que Quinterno buscaba un prototipo de personaje nacional, muy distinto del porteño, y lo encontró en una de las razas autóctonas. Si bien cambió la historia, borrando la conquista del desierto e invirtiendo los roles de vencedores y vencidos, no cabe duda que, en lo estrictamente historietístico, el mecanismo resultó eficaz.
Cuenta Muzio que Quinterno llenaba cuadernos enteros con apuntes sobre la personalidad del indio, de los que salieron luego las famosas instrucciones para los dibujantes y guionistas que lo sucedieron.
Esto explica que más allá del nombre y la gráfica, el personaje no haya experimentado cambios importantes. Ingenuidad, nobleza, fortuna, fuerza, osadía son caracteres que lo acompañaron casi desde su nacimiento. Fue gestado muy sólidamente.
No parece ser ésta la idea que ha quedado instalada. Por el contrario, se sugiere que intervino el azar en su construcción. Son numerosas las referencias a que Patoruzú fue creciendo en protagonismo gracias al favor del público. Y también a la cuestión de derechos que hubo en el medio (22). Aún aceptando la incidencia de dichos factores, propongo una lectura más compleja.
Quinterno, como lo demostró a lo largo de su carrera, siempre equilibró lo empresarial con lo creativo (23). Sabía muy bien la carta que tenía entre manos con el indio, y por eso insistió con el personaje a dos años de su primera aparición abortada en “Crítica”, insertándolo en Julián de Montepío, tira que había iniciado en “La Razón” inmediatamente después.
Entonces, creo que la cuestión esencial no radica en que Quinterno, a fines del ’34, aprovechó la ida de “La Razón” -poseedora del copyright de Julián de Montepío- para poner el acento en el indio y manejarlo como empresa propia, dada la aceptación que provocaba en el público. Desde agosto de 1931 la tira había cambiado su título por el de Patoruzú, o sea que estaba listo desde mucho antes para intentar ese salto. Se decidió a hacerlo, recién cuando tuvo resueltas las características de quien iba a ser el compañero de aventuras del indio. En esa construcción, la del vínculo con un padrino, es donde aparece el ensayo y error.
Se necesitaron tres personajes para llegar al definitivo.
Don Gil Contento (1927 - "Crítica"), Julián de Montepío (1930 - "La Razón") e Isidoro Batacazo (1931 - "El Mundo") se terminan fundiendo en Isidoro Cañones (1935 - "El Mundo"). Las características salientes de los dos primeros son -como apunté antes - la aspiración de pertenencia a una clase, que no se condice con su realidad. La mayor diferencia radicaba en la elegancia de Julián, que no poseía Gilito. Pero de ellos se ha hablado mucho. No así de quien llevó por primera vez el nombre del padrino de Patoruzú. Quizá porque la condición de oficinista de Batacazo lo aleja del Isidoro que hoy conocemos, aunque compartiera con él la característica de burrero empedernido.
En el libro "La Historieta Argentina, una Historia" (24) se cita: "El dibujante y coleccionista Elenio Pico atesora los ejemplares del diario en el que, con la forma de aviso publicitario, se publicaron leyendas que decían "palpítelo con Isidoro", "Isidoro tiene una debilidad, los burros" o "Isidoro es el rey de los palpitadores". De hecho, las carreras eran el tema en el que se centraba gran parte de los chistes de esta tira, en la que el personaje abusa de los términos lunfardos."
Nótese que "el rey de los palpitadores" se convierte, casi cuarenta años más tarde en "el rey de los play-boys" (1968, "Locuras de Isidoro"). Quinterno, como Ferré, ambos grandes empresarios, no desaprovechaban una sola idea, un solo personaje, una sola frase.
Pero el oficinista reo y fracasado no podía prosperar en el mundo que construye posteriormente para su héroe máximo. El sólo elemento de la afición por los burros era pobre, no tenía la estatura suficiente. Se requerían características mucho más complejas para ser contracara y complemento del indio. Quinterno, en pos de lograrlo, a más de amalgamar tres personajes, tuvo que crear otros condimentos.
Porque tampoco alcanzaban la avidez de dinero y figuración de Gilito y Julián. Don Gil Contento y Julián de Montepío, eran interesantes como protagonistas de tiras de humor costumbrista. Dejaban de serlo cuando aparecía el indio a su lado. No sólo porque la potencia de éste los desplazaba, sino porque no habían sido diseñados en función de él. Quinterno lo debe haber advertido prontamente. Y es también es probable que haya meditado el tema en silencio, durante largo tiempo. Patoruzú, devenido en protagonista, requería que se reformulara a su acompañante.
Esa es, a mi entender, la razón profunda de que el 11 de diciembre de 1935, aprovechando el pasaje al diario “El Mundo”, Quinterno contradijera de entrada todos los encuentros anteriores y diera vida a Isidoro. Personaje que, si bien -como dije- compartía características con sus prototipos (25), fue pensado exclusivamente en función de Patoruzú. Y junto al nacimiento del nuevo padrino, se consolida en forma definitiva su ahijado, el gran cacique. También se inauguran las largas aventuras, la Historieta Propiamente Dicha, que si bien Quinterno ya había ensayado en Julián, ahora tenía la pista preparada para desarrollar.
El primer episodio de Patoruzú duró 48 tiras. Hasta el 1º de febrero del ’36, a razón de una por día. Aunque no llevaba título, se lo conoce desde siempre como “El Gitano Juaniyo”. La historia está narrada con un ritmo propio de los dibujos animados. Cuenta en principio la lucha en un ring de mala muerte, entre el gitano del título y el indio, donde lógicamente el primero es vencido. La unidad culmina con un augurio de Lola, la esposa del gitano: Isidoro, manager de éste, caído en desgracia a raíz de su derrota, será quien acompañe a Patoruzú en miles de aventuras. Y, además, lo protegerá de los que quieran aprovecharse de su ingenuidad. Dos destinos unidos, concluye la gitana. El indio sella el encuentro con un estruendoso beso y nombra a Isidoro como padrino.
A mi entender, la dupla nacida en ese cuadrito es la más rica en matices que haya dado la historieta cómica argentina. El rol de Isidoro es el de opuesto complementario a la valentía y la nobleza del patagón. No sólo se juega allí lo ideológico, respecto a vicios de la gran ciudad en contraste con virtudes del interior. Es también una cuestión de construcción dramatúrgica. Patoruzú resulta lineal y previsible. Son las complejas características de la personalidad del padrino, las que permiten que la trama argumental y vincular se ramifique en vicisitudes. Quinterno lo hace rozar el ilícito, pero no permite nunca que caiga del todo. Le propone dilemas éticos. Lo pinta cobarde, pero le otorga dosis inusitadas de arrojo en situaciones límite. En resumen: hace que, a pesar de la frágil moralidad del personaje, algo de la nobleza y bravura de su ahijado se le termine pegando.
Isidoro puede ser tanto compañero del indio, aportando la inteligencia y astucia que compensan la ingenuidad de aquél, como aliarse circunstancialmente a los villanos de turno, en un equilibrio a menudo peligroso respecto a la línea del delito. También puede dificultar la tarea de Patoruzú, a raíz de su cobardía o sus pequeñas venalidades. Y por supuesto, aporta gran parte de la comicidad. Tenemos así un elemento que triangula el clásico enfrentamiento héroe-villano, y que suele oscilar entre estas dos fuerzas del conflicto, potenciando las historias. Las características enunciadas, hacían tolerables una extensión de cien páginas (muy lejos de las historietas de Mazzone o Torino), sin incurrir en reiteraciones, ni provocar aburrimiento. O sea, no es sólo mérito de los guionistas que han colaborado con Quinterno y que han seguido después con otros dibujantes. El material de base con que contaban les facilitaba la tarea.
Isidoro, a su vez, aporta otro interesante personaje. “El irascible coronel”, como bautiza Andanzas (Nº 13, enero del ’58) la recopilación de los episodios originariamente publicados en las semanales (Nros. 101 a 112, año 1939), marca la primera aparición del Coronel Cañones en el mundo de Patoruzú e Isidoro, a quien hasta el momento no se le conocía familia alguna. Introducida la novedad brillantemente en esa historia, Quinterno avizoró que podía desdoblar a Isidoro, y hacerlo vivir otra vida junto a su tío. Los dos rectores morales, el indio y el Coronel, sobreabundaban. Pero el Coronel era una excelente excusa para que Isidoro recuperara la faceta costumbrista de su prototipo, Julián de Montepío, un tanto relegada en las aventuras junto a Patoruzú.
De ese modo, en la revista semanal, Isidoro, aparte de su vida junto al indio comienza a llevar, con pocas páginas de diferencia, otra paralela junto al Coronel Cañones, sin que Quinterno se preocupara por explicitar la interrelación de ambas.
La tira se inaugura poco después que finalizara el episodio de presentación de don Urbano Cañones (Nro. 140, año 1940) y se la anuncia de esta manera -correspondiendo las mayúsculas y la negrita al original-: “(...) Isidoro, además de seguir apadrinando a Patoruzú en sus habituales aventuras, ACTUARÁ INDEPENDIENTEMENTE (...)”. Como se notará, la información es de carácter casi instrumental, cuando fácilmente se podría haber consignado algún tipo de precisión (temporal, por ejemplo) que explicara el desdoblamiento.
Otro detalle: apenas en la cuarta entrega de la tira el añoso militar aparece intentando llevar hasta el altar a una vedette. Se borra así el casamiento que luego de muchas peripecias termina consumando en “El irascible coronel”. Poco le importó a Quinterno, nuevamente, ser consecuente con esa circunstancia, en tanto obstaculizaba la principal motivación de Isidoro para soportar los rigores a los que lo sometía su tío. El anzuelo de la herencia resultaba imprescindible para este nuevo vínculo.
Fuerza es decir que el desprecio por el valor de la coherencia en las historietas, era compartido por los lectores de la época. La introducción de ese concepto corresponde a generaciones posteriores, que no se formaron consumiendo material nacional, precisamente.
Sin embargo, Quinterno sí se esmeraba por lograr verosimilitud en la estructura interna de cada sección, en tanto mantenía los antagonismos complementarios (ahijado-padrino, sobrino-tío). La dicotomía entre una moral rígida y otra disipada, estaban presentes en una y otra historieta, aunque la de Isidoro tenía alcances menos pretenciosos en lo argumental y se reducía a una tira autoconclusiva, de una sola página. Esa vertiente es la que se retoma y amplía, casi tres décadas después, para las Locuras de Isidoro. De este modo, el Coronel Urbano Cañones muy poca participación más tuvo en las historietas de Patoruzú (26).
Quien tuvo una incidencia decisiva en el binomio, como tercer personaje en discordia, es Upa, el hermano de Patoruzú.
La historia de su extraña aparición en la vida del indio, arranca en marzo del ’37, en la revista. Consta de varios episodios. El primero -corto, 16 tiras, apenas- cuenta su descubrimiento en la cueva, donde lo había encerrado el Tata por sietemesino, y no haber gritado “Huija!” al nacer. A partir de allí, se suceden: 1) el traslado del buen salvaje a la ciudad, con los gags que genera la difícil adaptación; 2) el rapto de Upa por los gitanos Juaniyo y Lola (27), quienes lo ponen a trabajar en un circo; 3) la vuelta a los intentos de atenuar en algo su primitivismo, lo que finalmente se logra bautizándolo (metáfora del pasaje de “salvaje” a “cristiano”).
Es evidente que con él, Quinterno buscaba rescatar la faceta bárbara de Patoruzú, que había desarrollado en las tiras de Julián, pero que no le era posible repetir en esta nueva etapa, dado que el indio comenzaba a acostumbrarse a la ciudad. Así, la distancia que lo separaba de Isidoro, podía llegar a acortarse, y no era conveniente. Upa es quien en adelante acompañará a Patoruzú en los usos y costumbres del interior, resistidos por el padrino. Le servirá de ancla telúrica a su hermano en la ciudad, y aparte funcionará como nuevo resorte dramatúrgico, en tanto será sensible a menudo a la perniciosa influencia del padrino. Se convertirá además en el talón de Aquiles del indio, cuando los villanos lo utilicen en su contra.
Quinterno le va concediendo al gurí algunas palabras como “Pumba!” o “Ca-ne-jo!”, aparte del críptico “Turulú” del inicio. Y suaviza, paulatinamente, sus rasgos salvajes. Aunque no llega nunca a borrarlos por completo, lo que sí sucederá en etapas posteriores, en manos de otros dibujantes y guionistas. Con Lovato, que lo interpreta como un niño, ya habla a media lengua. Pero luego, al recuperar estatura, y al no otorgársele una edad definida, se lo convierte, desatinadamente, en un deforme infradotado. El único comportamiento que lo une a su origen, para entonces, son los panzazos con los que ataca o se defiende.
Aunque también los primeros cambios son criticados lúcidamente por Steimberg (28), quien rescata el trazo inicial de Upa, “personaje monstruoso por no-hecho, por no-formado”, en contraste con la “inmediatez representativa” de los demás. “En los primeros episodios -prosigue el semiólogo-, cuando pasea su naturaleza indefinible por una ciudad que no fue hecha para él, llega a convertirse incluso, en lo bueno -lo incalificable, lo intraducible- del dibujo de Quinterno.”
Con la incorporación de Upa, los vínculos quedan trabados de una manera perfecta y definitiva (29), y muchas veces se autoabastecen para sustentar las aventuras, siendo los malvados de turno apenas detonantes del conflicto.
Así y todo, la galería de villanos es rica. A los citados Juaniyo y Lola, se agregan El Hindú y Miko, Gastón y el mismísimo Mandinga, entre los más notorios.
Mención aparte merece Pampero, el caballo de Patoruzú, que aparece por primera vez en la tira de “El Mundo” el 20 de agosto del ’36. Cumple una misión de rescate de la identidad del indio en la ciudad, parecida a la que posteriormente viene a completar Upa, y da pié para numerosas aventuras, donde se ponen en juego tanto las hazañas de flete y jinete, como las debilidades turfísticas de Isidoro.
Para finalizar, cabe destacar que aunque Patoruzito no fue dibujado ni guionado por Quinterno, sí era suya la estructura básica de la historieta. Allí una vez más reformula el encuentro entre Patoruzú e Isidoro, ubicándolo en la infancia de ambos. Y si desmiente lo anterior se debe a la poderosa razón de no privar al protagonista de su opuesto complementario (30).
Entonces, planteado este panorama, cabe concluir que el éxito y la permanencia de Patoruzú se debió no sólo a su singularidad como personaje, sino al mundo vincular que Quinterno supo urdir para él.
Y ese fue el universo historietístico del que mamó Goscinny, en su infancia en Buenos Aires, y que sin duda influyó en sus creaciones. Aunque no en el sentido que habitualmente se señala, estableciendo forzadas comparaciones con Astérix. Sostengo desde hace tiempo que es en Oumpah-pah (31), donde se verifican extraordinarias correspondencias con la urdimbre quinterniana. En especial, las referentes al contrapunto entre las virtudes del “bárbaro” y los vicios del “civilizado”.
Si bien he rescatado a Quinterno, en su faz creativa, desde el exclusivo ángulo de la capacidad para idear caracteres complejos y de relacionarlos entre sí, no puedo dejar de mencionar sus habilidades como dibujante. Que podrían haber sido excepcionales, en tanto hubiera evolucionado en la impronta absolutamente personal que mostró en sus principios. Pero que pronto abandonó, influenciado por algunos dibujantes de Disney (32). Esta línea “redondeada”, que termina prevaleciendo en él, es objeto de análisis en el ensayo de Steimberg (33).
En cambio, lo que siempre conservó Quinterno fue un pulso narrativo que el mismo Eisner hubiera admirado.
Y de los tres seleccionados, en su faz de editor fue -que duda cabe- el más brillante, al punto de marcar a fuego con sus publicaciones toda una época de la historieta argentina.
(14) El singular paralelismo que planteo excede largamente los márgenes de este análisis, pero no está demás apuntar que ambos -Oesterheld y Quinterno- fueron artífices de una época de oro de la historieta argentina, tanto con sus creaciones, como con las revistas que publicaron.
(15) Susana Muzio es autora de “Releyendo Patoruzú”, libro editado por Espasa en 1994. Su padre fue Carlos Muzio Saénz Peña, periodista que ocupara importantes cargos en distintas publicaciones, y que diera a Quinterno la oportunidad de debutar con tira propia (Panitruco, en “El suplemento”); y que además, según cuenta la leyenda, fue quien sugirió reemplazar el impronunciable Curuguá-Curiguagüigua inicial, por el de Patoruzú.
(16) Lo centro exclusivamente en Patoruzú debido a que es el único personaje de “Historieta Propiamente Dicha” que Quinterno dibujó y guionó -aún con alguna colaboración, como la de su hermana Laura- personalmente, durante alrededor de seis años (1935-1941). Luego de esa etapa, si bien es posible hallar trazos suyos en algunas historietas, lo dejó en manos de sus colaboradores. Siempre, claro, bajo su exigente supervisión.
(17) Extensa aventura de Patoruzú, publicada originariamente en el diario “El Mundo”, en formato de tiras, de marzo a agosto de 1936.
(18) Al republicarse el año siguiente “El Aguila de Oro”, en la revista Patoruzú, Quinterno agrega como cierre el mencionado relato, bajo el título: “La ascendencia de Patoruzú - Historia de Patoruzek Iº y Patora la Tuerta”.
(19) A más del mencionado libro de Muzio, puede hallarse profusa documentación sobre Quinterno en “Patoruzú, Vera Historia no Oficial del Grande y Famoso Cacique Tehuelche”, Ediciones La Bañadera del Cómic, 2001. En cuanto al análisis ideológico, considero insuperado el ensayo de Oscar Steimberg, "1936-1937 en la vida de un superhéroe de las pampas”. También se pueden consultar las numerosas notas que le he dedicado al autor y sus creaciones en este mismo blog, y sitios dedicados exclusivamente al tema, como la Patoruzú Web.
(20) No obstante la aparición del indio, Quinterno reincidió luego con este tipo de personajes: Isidoro Batacazo (1931 - "El Mundo") y Don Fermín (1932, “Mundo Argentino”). No es ocioso destacar que en los diarios en que publicó, formaban parte del staff escritores de la talla de Borges, Tuñón, (“Crítica” del ‘28, la de Botana.) Arlt, Nalé Roxlo o Marechal ("El Mundo"), entre otros.
(21) Cartógrafo y cronista de la expedición de Fernando de Magallanes. Autor del libro “Primer Viaje En Torno Del Globo”.
(22) El copyright de Don Gil Contento y de Julián de Montepío, quedaron para los diarios en que se publicaron originariamente, como era la costumbre hasta el momento. No así Patoruzú, con el que Quinterno sienta precedente en el país de derechos de una historieta en manos de su autor.
(23) Uno de los tantos ejemplos lo constituye el alejamiento de Divito de su staff, para fundar editorial propia. Rápidamente Quinterno tuvo que poner a “Patoruzú” semanal a la altura de “Rico Tipo”, para frenar la competencia. Es decir, convertirla en una publicación para adultos y no para todas las edades, como lo había sido hasta ese momento. Las historietas, en la época, eran consideradas socialmente cosa de chicos. Si las aventuras (mucho más tarde “andanzas”) de Patoruzú constituían una excepción se debía a su nacimiento en periódicos, lo cual daba a los adultos la excusa para seguirlas, lo mismo que las tiras cómicas que allí solían aparecer. Así, reservando sólo para “Patoruzú” las tiras clásicas de Quinterno (las del indio, Isidoro, Don Fierro y El Fantasma Benito), surge el semanario “Patoruzito”, versión infantil del personaje, recogiendo el resto de la gama historietística. Pero, además, ampliándola brillantemente. Con esto, no sólo logra poner a “Patoruzú” en un pié de igualdad con “Rico Tipo”, sino que suma otro éxito editorial.
(24) “La Historieta Argentina, una Historia”, de Gociol y Rosemberg, Ediciones de La Flor, 2000. Otro libro de consulta imprescindible.
(25) Deliberadamente he omitido mencionar, en la amalgama que compone a Isidoro, a Pepe Torpedo, personaje creado ad hoc para la página automovilística de La Razón, en 1930, y que Quinterno firmaba como Escape Libre. Sus características no difieren demasiado de los citados, salvo en que el acento estaba puesto en la faceta de la pasión por los fierros.
(26) En el Nº 55 de “Las Grandes Andanzas de Patoruzú e Isidoro” (“La Extraña Herencia”, julio del ’61) se da por muerto al Coronel Cañones. Pero curiosamente, cuatro números después ("Misión Secreta"), se lo revive sin explicaciones, en corta intervención, encomendando a su sobrino una tarea de espionaje. Las mencionadas, junto a la que es objeto de la presente cita, son las únicas apariciones del personaje que se registran junto al indio. Aunque sólo “El Irascible Coronel” fue realizada integralmente por Quinterno. Este argumento se reelaboró hábilmente para el primer número de “Locuras de Isidoro” (“Vivan los Novios!”, 4 de Julio de 1968), reemplazando a Patoruzú por el Capitán Metralla. El cambio no afecta en absoluto la historia, ya que los verdaderos protagonistas en el original son tío y sobrino. En la primera didascalia de “Vivan los Novios!” hay un guiño a su precedente, y se sienta la diferenciación con el Isidoro de Andanzas de una forma muy escueta: “Tras una larga temporada en las termas, el irascible Coronel Cañones regresa al domicilio, donde vive con su sobrino Isidoro”.
(27) Es en este tramo argumental que se inspira el corto animado “Upa en apuros” (1942).
(28) Steimberg Oscar, ensayo "1936-1937 en la vida de un superhéroe de las pampas”, recopilado en el libro del autor "Leyendo Historietas (estilos y sentidos en un arte "menor")", Ediciones Nueva Visión, 1977.
(29) Considero a La Chacha y a Ñancul como personajes episódicos. Y si dejo afuera a Patora, es porque, aún siendo idea original de Quinterno, pertenece a una época muy posterior (1959), en la que éste ya no dibujaba ni guionaba las aventuras de Patoruzú.
(30) En las aventuras del Pequeño Gran Cacique, a diferencia de su versión adulta, suele aparecer con frecuencia el -entonces- Capitán Cañones. Si bien éste, desde el episodio inaugural, delega la formación moral de su sobrino en la Chacha y Patoruzito, es evidente que no podía desligarse del todo, no resultando redundante su presencia. Suele ser disparador de viajes a exóticos países, con el pretexto de su condición de militar comisionado en el exterior.
(31) Historieta guionada por Goscinny y dibujada por Uderzo, anterior a Astérix, originaria de Le Journal de Tintin. En la Argentina se la conoció a través de Billiken, que publicó, entre 1962 y 1964, en entregas semanales de dos páginas a color, los cinco títulos de la serie: " Umpah-Pah, aventuras de un piel roja", "En el sendero de la guerra", "Umpah-Pah y los piratas", "Misión secreta" y "Umpah-Pah contra Hígado Enfermo".
(32) En especial Floyd Gottfredson, quien durante décadas estuvo a cargo de las historietas de Mickey.
(33) Steimberg Oscar, op. cit.
El copyright de "MAZZONE, QUINTERNO, TORINO: SINGULARIDADES DE TRES MAESTROS DE LA HISTORIETA COMICA" pertenece a Miguel Dao, y se encuentra registrado. Cualquier reproducción -total o parcial- que omita mencionar la fuente será pasible de acciones judiciales.
El copyright de "MAZZONE, QUINTERNO, TORINO: SINGULARIDADES DE TRES MAESTROS DE LA HISTORIETA COMICA" pertenece a Miguel Dao, y se encuentra registrado. Cualquier reproducción -total o parcial- que omita mencionar la fuente será pasible de acciones judiciales.
Que buen informe Miguel !
ResponderBorrarQuedo a la espera de la siguiente parte. Realmente da gusto leer este tipo de ensayos sobre un icono de la historieta nacional. En mi opinion las mejores historias de Patoruzu son aquellas en que el trio que formaban el indio, Isidoro y Upa repartian protagonismo, porque cada uno se complementaba perfectamente con el otro. En ese contexto las "agarradas" de Upa y el padrino eran geniales.
Felicitaciones. Siempre se aprende algo nuevo dando una vueltita por este blog.
Saludos
Eduardo
Me alegra, Eduardo, la coincidencia con lo que considero el punto central de la creación de Quinterno. Lo común es señalar al indio como carácter, y subsidiariamente a Patoruzú y Upa. No así el alto grado de complementaridad que poseen. Saludos
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