Vuelto a casa, Paco-Pum logra aquello de lo que había desistido en el último episodio: convertirse en emperador. Dicho éxito, contrastado con las circunstancias precedentes y las actuales, resulta desconcertante a primera vista, dado que en Groenlandia el panorama se le presentaba mucho más favorable. Recordemos que allá podía llegar a discutir la victoria pugilística impuesta como condición, y tenía además una fracción del pueblo a favor suyo. Sin embargo, abandona su pretensión inexplicablemente. En cambio, en Villa Leoncia, donde todos los habitantes están dispuestos a hacerle frente, arremete decidido, resultándole la toma del poder de lo más sencilla.
Hay otro elemento asociado a destacar. Mientras como extranjero Paco-Pum anunciaba a viva voz su ambición en Groenlandia, en su propio pueblo entra con disimulo. “Como si viniéramos con buenas intenciones”, adoctrina a sus secuaces, y todos meten mano a sus bolsillos y comienzan a silbar. Paradójica actitud: donde ignoran su condición de bandido, necesita proclamarla, para después regenerarse, porque ni él mismo se convence. Donde están de sobra advertidos, la oculta, con el objeto de pegar el zarpazo a posteriori. La estrategia no es nueva, le dio antes resultado en varias ocasiones en Villa Leoncia. Ahora, resultará inútil.
A más de la íntima asociación entre malhechor y antagonista, los elementos expuestos dan cuenta del vínculo que se genera con el espacio propio. Este resulta a tal punto determinante para la conducta de Paco-Pum, que al alejarse de él, llega a perder su esencia. Al retornar, la recupera, junto con el pelo, que también había perdido en el episodio anterior.
Pero veamos, paso a paso, el desarrollo argumental.
Doña Ursula, en función de la delegación de mando que le hizo Pi-Pío al partir, y alertada de la llegada del bandido, decide convocar para la lucha a un fornido albañil. Este, a su vez, propone la ayuda de sus “patronos”, tres curiosos arquitectos con cabezas que hacen honor a sus nombres: Don Dórico, Don Jónico y Don Corintio.
Rápidamente, la enérgica señora los incorpora como asesores, anunciando -de forma nada democrática, como es costumbre en la Villa- a una población atemorizada: “¡Atención, pueblo: se acaba de constituir un triunvirato aquí presente y un poder ejecutivo que recae en mi digna persona, o séase yo! ¡Todos los sucesos y acciones de guerra tendrán que ser consultados a nosotros y si así obran ganaremos a los invasores, y si no, que el pueblo les demande!”. Más allá del absurdo que el pueblo llegase a demandarse a sí mismo, queda claro que los dirigentes ninguna responsabilidad asumirían en caso de derrota.
La defensa es efectiva respecto a Pepe el Largo y Toto, a quienes se da captura. Doña Ursula los enfrenta triunfante, diciéndoles: “Así que ustedes querían quitarme el poder? ¿¡Eh!?”. De la frase se desprenden dos cosas: una, la señora presumía las intenciones de los bandidos, dado que en ningún momento éstos las habían declarado públicamente; dos, la disputa por el poder es concebida en el estricto plano de los liderazgos personales.
Pero la alegría de la victoria es breve. La huída de Paco-Pum genera una inexplicada anarquía, y los ciudadanos -en el rol siempre de simple espectadores pasivos del accionar de la dirigencia- comienzan a cuestionar a Doña Ursula: “¡...es muy buena mujer, pero no sabe gobernar!”, opina un señor. “¡Siempre lo dije yo! ¡Para gobernar, hay que saber gobernar!”, remata tautológicamente una señora.
Así, Paco-Pum, aprovechando el revuelo, con unas cuantas trompadas, patadas y cabezazos a la matrona y al digno triunvirato, da un golpe de estado. Reza la didascalia: “El coraje y la decisión de Paco-Pum hace que éste le gane a los capiteles”. Es inédito hasta el momento el hecho que, objetivamente, se ensalce al denostadísimo archivillano de la serie. Por otra parte, contrario sensu, se sugiere que los derrotados carecieron de las virtudes del pillo.
A Paco-Pum le llega el turno de la proclama, en idéntica tesitura que la anterior de Doña Ursula: “¡Súbditos de Villa Leoncia y ciudadanos de la patria: ahora el que manda aquí soy yo! ¡Entienden?”. En cuanto al pueblo “desfila resignado y en silencio”. Maravillosa clase de instrucción cívica para niños.
El flamante emperador da rienda suelta a sus delirios de grandeza, y entre las leyes que dicta figura la del impuesto al boleto capicúa. O sea que la diferenciación entre gobernantes se daría únicamente por la forma de ejercer el poder, y no por el método utilizado para alcanzarlo.
En tanto, se observa a unos honestos ciudadanos alcanzando comida a la cárcel a la dirigencia depuesta. Los alimentan, para que puedan resistir, según se declara. Lo que denota que siguen procurando en ellos la lucha contra el tirano.
Con la llegada de Pi-Pío, por fin, “el pueblo entero, que había llevado unos días de cruel sometimiento, tiene ahora una esperanza”. Y el emperador, por primera vez, tiembla.
Por supuesto, el pollito no defrauda. A más de sus proezas físicas, enfrentando sólo a los adláteres del emperador, cuenta nuevamente con el ingenio de Calculín. Este monta sobre Ovidio un “cañón sonoro”. Los habitantes del “palacio” terminan huyendo por la cocina, lo que no les evita ser alcanzados por el temible artefacto y capturados por las fuerzas del orden, que queda así debimente restaurado.
Así, con la nueva derrota de Paco-Pum, se refuerzan y extienden algunos puntos que veníamos señalando desde episodios anteriores. Más allá de cualquier circunstancia, la disputa por el poder sólo tiene sabor en Villa Leoncia. Arrebatarlo a cualquiera que no sea Pi-Pío (sin entrar en las consideraciones sexistas que aparecen en este tramo, entendibles en el contexto de la época) resulta fácil. El pueblo está pintado, los dirigentes sustitutos son buenos, aunque inútiles, Paco-Pum es valiente y decidido, pero malo y tiránico. Consecuencia: el único habilitado para mandar es el pollito, que reúne todas las condiciones de un justo gobernante.
A través de esta sumatoria de conceptos subyacentes en la serie, Ferré intenta legitimar -y logra naturalizar, sin duda- su curiosa concepción acerca de la construcción y sostenimiento de un estado.
Jamás pude olvidar a esos tres personajes, Don Jónico, Don Dórico y Don Corintio, desde que lo vi por primera vez en un Anteojito, de pibe. Qué brillante, don Manuel... Qué lástima que después abandonara (salvo quizá en los cortos de Hijitus), ese sesgo desopilante.
ResponderBorrarCuando llega Paco-Pum al pueblo, hay un cuadro (que no subí, porque no hacía al rumbo de mi tratamiento), donde los tres se camuflan como columnas de un edificio. Este Ferré era brillante, se permitía todo.
ResponderBorrarAprovecho para reiterar, por si alguien, además de Quique, se interesa por estas notas, que las mismas resultaron posibles gracias a un coleccionista que subió completa la serie a la web. Y por supuesto, recomiendo ir al blog, y darse una panzada de Pi-Pío: http://elcompletopi-pio.blogspot.com/
ResponderBorrarBuen analisis de Pi Pio Miguel.Por lo visto Don Manuel era mas partidario de la monarquia que de una republica.Bueno,es producto de una época,de su crianza y del lugar donde nació.
ResponderBorrarSí, claro, Fer. Pero hay que acotar que no todos los españoles eran falangistas...
ResponderBorrarExactamente Miguel,eso hay que destacarlo,también la pasason los españoles con el gobierno de Franco.
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