Tanto se ha escrito sobre El Eternauta, que no dan ganas de agregar nada. Sobre todo, porque la mayoría de los textos que versan sobre él proviene de gente que no tiene la más puta idea de historieta, y que privilegia como tópicos, a más de la creación de Oesterheld, a Mafalda, Liniers o Maitena. Sin embargo, la relectura de la primera parte, a través de la edición Vintage, me provoca comentar dos “errores”, que -a más de otras incoherencias comprobables- dan cuenta del contexto en que se produjo.
Uno de ellos, no lo había notado en las anteriores lecturas y es grueso, producto sin duda de que Oesterheld empezó la historieta sin plan alguno. En las primeras viñetas, Salvo ancla sin vacilar el espacio-tiempo en que cae (la Tierra, 1957), mientras que en el último episodio ignora la época, siendo informado de ella (1959) por su interlocutor. La conversación con el guionista dura una noche que en realidad se extiende dos años, correspondientes a las fechas de aparición reales de la primer y última entrega. Hasta aquí, el recurso es válido. HGO, aunque se cague en la coherencia, lo utiliza para un fin mayor: que el lector se sienta contemporáneo a la trama, como bien acota el amigo Chinelli (muy sensible a cualquier crítica a su autor de cabecera), a quien le trasladé la cuestión. Pero más allá de esto, e incluso de la contradicción entre saber primero e ignorar después, la reacción de Salvo en el final, cuando se entera del año en que se halla, resulta lógica: correr al encuentro de su mujer y su hija; mientras que volviendo al principio, surge la pregunta de por qué -si lo sabía entonces- no hizo lo mismo, en vez de sentarse a hablar al pedo.
La otra gaffe que noté es menor, y podría atribuirse a un descuido de edición, en el original de Hora Cero Semanal. Está referida a los resúmenes que preceden cada episodio (los cuales nunca había leído y constituyen una de las singularidades de este volumen). El del Nº 84, antes que un resumen de lo publicado, es anticipo del episodio, por lo que se deduce que debería haber correspondido al número siguiente. Pero no hay aliteración, porque en el 85 se cuenta lo mismo, con otras palabras. O sea, deben haber advertido a tiempo la metida de gamba.
El Eternauta es esto: una historieta que se hizo a las apuradas, sin ninguna pretensión, al igual que se hacía toda la historieta de la época. Y publicada en una revistita de cuarta, lo mismo que los folletines románticos o de aventuras. Entonces, lo que Chinelli u otros fans de HGO pueden recelar de crítica, resulta en realidad todo lo contrario. Porque dichas circunstancias son, precisamente, las que hacen grande a El Eternauta: trasciende desde allí, a pesar del contexto de origen y de las intenciones de sus creadores. Con esto tiene que ver mi defensa a ultranza del lugar marginal de la historieta en la cultura. Es el único espacio desde donde puede llegar a ser verdaderamente revulsiva, y no pretendiendo la desdibujada y devaluada etiqueta de "arte".