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martes, abril 08, 2014

EL VEROSIMIL

Siempre tengo presente una anécdota que cita Stanislavky en uno de sus libros. Conocida es su obsesión por lograr un arte "vivo". Sin embargo, era muy exigente consigo mismo respecto a la forma de narrar, como director. A sus ensayos generales solía invitar un niño -algún sobrino o pariente suyo, no recuerdo bien-. Sostenía que un niño, por muy adulta que fuese la obra, debía poder rescatar la línea de acción, lo fundamental de la trama, "el cuentito". El caso es que aplica esta modalidad a alguna pieza por estrenar de Chéjov, supongo -ubicar el fragmento pertinente, me llevaría días- , uno de cuyos actos transcurría en un exterior (pongamos que se trataba de "La gaviota").
El comentario del niño, se redujo a una pregunta: "¿Por qué ese parque tiene techo?".
En ese simple cuestionamiento se concentra toda la problemática de la naturalización de la convención.
Siempre, cualquier tipo de ficción, nos requiere una suspensión de la incredulidad acotada, un marco para juzgar la verosimilitud. Si alguien, por ejemplo, sale del cine comentando lo verdadera que le pareció la trama y las interpretaciones de la película que acaba de ver, y otro espectador le cuestiona que cómo podría ser verdadera una historia que sucede en dos dimensiones, dentro de una pantalla, es evidente que no se van a entender nunca, porque no manejan los mismos códigos.
O mejor aún... uno critica, por poco creíble, determinada escena, y el otro responde que nada fue creíble en tanto se trató de una simple proyección lumínica. 
Obviamente que a medida que nos alejamos de lo cotidiano, la ficción nos exige más, en cuanto a aceptar convenciones. Ni hablar de la historieta, y menos aún la de súper-héroes. 
Lo curioso es como funciona este mecanismo de credulidad restringida. Más de una vez he oído burlarse a algún historietómano del hecho que Súperman engañara a todo el mundo respecto a su personalidad secreta, con el aditamento de un simple par de anteojos. Pero no se cuestionan que un ser humano vuele.
Para poder ver teatro (un teatro que pretenda ser realista, aclaremos) tenemos que disimular el marco del escenario. Para leer Súperman, olvidarnos que no conocemos ningún extraterrestre, y menos aún con tales poderes.
Claro que, aceptado esto, no vamos a aceptar a pie juntillas cualquier otra cosa que nos presenten.
Y acá, llegamos a un punto que vengo explorando desde hace tiempo: el del verosímil, no en relación a parámetros externos (creo o no creo en determinada conducta o  situación porque se asemeja o no a conductas o situaciones de la realidad), sino vinculado a la propia propuesta, a la estructura interna.
Todo esto viene a cuento de una historieta de Flash de mediados de los '60. Presento el principio y el final, a través de los cuales va a ser muy fácil entender la historia: la aparición fantasmal de un hombre que acaba de morir con una gran culpa a cuestas; visita al héroe para que éste rectifique las consecuencias de su accionar delictivo. 
Advertirán, en el último cuadrito, que el guionista realiza una tardía exhortación a la credulidad del lector, en el temor, seguramente, de haberla forzado en algún punto.
¿Cómo se podría forzar la credulidad con un simple fantasma -es dable preguntarse-, en un cómic donde frecuentemente aparecen seres de otros planetas o de otras dimensiones? ¿Donde el protagonista corre a velocidades pasmosas y los villanos no le van en zaga en cuanto a habilidades? 
Sin embargo, la conciencia del guionista de haber transgredido un límite, es certera. Se fue de código, de lenguaje. En Cuentos de Misterio, esta historia podía haber sido perfectamente verosímil. En Flash, no. Una cosa es lo sobre natural, otra lo extra natural. Una cosa es lo que vuelve de la muerte, otra lo que viene de otros mundos. 
No digo que sea imposible la mezcla, pero para lograrla habría que sudar mucho más de lo que lo hizo nuestro guionista.
Resumiendo: el verosímil está enmarcado.
Ojo con eso... 


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