Y POR EL MISMO PRECIO...

domingo, junio 07, 2020

¿ A QUÉ ESCENARIO TE VAS A SUBIR ? (4)

Llegué a conocer los viejos teatros zarateños.


-Como "En búsqueda del tiempo perdido", el sabor de las salchichas con puré suele retrotraerme a un momento de la infancia. En Zárate, los domingos a la tarde, en un teatro ubicado en la calle principal, la Justa Lima, a unas pocas cuadras de la plaza (se trataba, me apunta un amigo, del Teatro Argentino, inaugurado por los '30 y ya por los '60, alquilado al Club Central Buenos Aires)... en ese teatro, digo, se hacía una feria de entretenimientos como cualquiera de las que todavía se ven en la tele, en un tiempo en que pocos tenían tele. El público participaba de pruebas, y mi vieja, que me había llevado, me insistió en que subiese al escenario. La competencia que me tocó en suerte consistía en cuál participante  -infantes, todos-  comía más rápido un plato de salchichas con puré. Era la primera vez que probaba las salchichas con puré y me gustaron mucho, de modo que el desafío pasó a segundo plano. Me distraje en saborearlas y esa tarde de hace más de cincuenta años, salí último en la prueba. Pero contento.


-"El castillo de la Gorgona" (1964), con dos grandes, Christopher Lee y Peter Cushing, fue la primera película de terror que vi en mi vida, a los 8 años calculo, acompañado de mi vieja, en el viejo Cine Teatro Unión, de Zárate, que quedaba en Castelli entre Brown y Justa Lima. La daban con otra nacional del mismo género, de la que solo me acuerdo que actuaba Nathán Pinzón, el Peter Lorre argentino. Muchas décadas más tarde, leí un reportaje en una revista, donde este actor –ya anciano- mencionaba sus ganas de hacer "El asesino sin gajes", de Ionesco, obra que descubrí muy tempranamente, en la adolescencia, y que en cada relectura me sigue fascinando. También de adolescente, recuerdo que había logrado que el centro de jubilados que funcionaba en el Unión, me prestara la sala para ensayos. Supongo sería para dos obritas cortas, que dirigía con el grupo del secundario... pero esa ya es otra historia.



-Y por último el Coliseo -al que ya me referí, aunque  no como espectador-,  de la mano de mis padres, teatro que aún sigue en pié sobre 19 de Marzo, la paralela a la principal... Se trataba de una obra de la que sólo recuerdo una escena, la más potente que haya visto nunca, o al menos  la que más me impresionó. Trataré de describirla. En la escena vacía, sólo se observa un ataúd, en penumbras. Un potente foco (hoy en día deduzco se trataba de un seguidor) acompaña la entrada de un personaje con sombrero aludo y totalmente cubierto por una capa negra, con la que se emboza. Su actitud es sigilosa. Se detiene ante el féretro, comprueba que está solo. Lanza entonces una carcajada mefistofélica que retumba hasta en el último rincón de la sala y se retira, siempre acompañado por el haz de luz. Mi madre acostumbraba a seguir varios radioteatros, de modo que no me cabe duda que se trataba de uno de esos elencos en gira. Me jugaría por la compañía de Audón López, "El negro Faustino", cuyo villano era Omar Aladio, y que guionaba y dirigía Héctor Bates. Beatriz Seibel, estudiosa de la tradición circense y del "teatro bárbaro del interior" (así tituló uno de sus libros), recoge el testimonio de otro intérprete de radioteatro de la época, sobre el citado autor y director: "Bates le exigía al actor ser completo. Obligaba a estudiar, a observar. Tuve que aprender a bailar sevillanas flamencas y jotas; a cantar en andalú; más tarde a bailar malambo, a cantar zambas, a  acompañarme con la guitarra; luego tuve que aprender bailes rusos, porque hicimos una obra de ese ambiente, y bailes italianos para otra pieza." Hace poco, a contramano de esta semblanza,  me encontré en un ejemplar de Talía (revista de teatro "culto"), del año 1967, en una nota que abordaba la problemática del Teatro Nacional Cervantes, un párrafo que aludía en términos peyorativos  a Bates. El contexto es  la crítica que el autor del artículo realiza a un estreno en dicha sala, de temática campera, donde destroza la labor del director, nada menos que Mario Soffici: "Además recargando algunas situaciones hasta caer en el ridículo: las apariciones y desapariciones de Juan sin Ropa  y la risa tipo Héctor Bates que le marcara con pretensiones de ser diabólica". A pesar de los esfuerzos de investigadoras como Seibel , fue esa mirada descalificatoria sobre el teatro popular la que primó en la Argentina. No obstante, mi derrotero en la escena, luego de luchas internas y externas con los profesores que me formaron, pretendiendo que me transculturizase, quedó marcado por aquella risa. 

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