FRAGMENTOS DE “LAS CLAVES DEL INDIO” (novela - Miguel Dao -2004)
“Recuerdo que El pensaba que los rengos eran todos jodidos, y Carlos no sería para nada la excepción de esa regla prejuiciosa; aunque yo le había entrado por el lado de las mujeres, me estoy separando de Cristina, mi segunda, y él también anda con problemas. Lo veo en un Mac Donald’s, cerca del Parque, yo haciendo tiempo para que abriera su puesto y él sentado ahí con una minita, discutiendo. El ámbito restaba entidad a la discusión (no se pueden debatir grandes temas en un Mac Donald’s), y por eso me acerco y le pregunto la hora en que va a abrir. Me da muy poca pelota, pero una hora después, cuando abre el puesto, mientras espero pacientemente que acomode las revistas, lo que hace ignorando mi presencia, con lentitud de rengo, le tiro un pié, pidiendo disculpas por haber sido inoportuno al abordarlo. Y es entonces que empezamos a hablar de minas, de ex-mujeres, y él se engancha con eso, pero mi pensamiento no está en la charla, sino en la futura transacción, esperando el momento justo, cuando ya lo considere ablandado, para preguntarle, como casualmente ¿a cuánto tenés la número... ?.
Así le conseguí rebajas importantes, pero la dos de Correrías la ví de lejos, porque era él quien la tenía en el revistero, y como sabía que yo ni ahí podía juntar la guita para comprarla, no accedía ni siquiera a sacarla de su lugar para mostrármela de más cerca, ni hablar de hojearla. No había charla que valiera con ésa. Me dice: si no me pagan cuatrocientos, no la muevo. Está de adorno; mirála, ¿no queda linda ahí?. Rengo sádico hijo de puta, tenía razón El cuando hablaba de los rengos…”
(…)
“Sin embargo, la imagen que me queda del rengo va más allá, porque parece ser alguien que desprecia profundamente a los coleccionistas furtivos, que andan de incógnito por el Parque, alucinados, no existiendo sino ellos y el objeto de su deseo. Ni siquiera el rengo es una persona, sino mero intermediario, que pocas veces facilita y las más es impedimento. Pero Carlitos parece saber eso y no importarle. Goza con su papel, y los coleccionistas se llenan de fantasías de robo, de muerte, para eliminar ese obstáculo y apoderarse de lo que alguna vez les perteneció y no pueden entender que ahora no les pertenezca.”
(…)
“Carlos, el rengo del Parque, quizá escucha la conversación y sonríe, tranquilo, esperando en su tela de araña que ningún coleccionista se atreverá a profanar jamás, a pesar de las fantasías de robo, destrucción y muerte. Está seguro, sabe muy bien que el ídolo protege al templo odiado y que seguirá siendo un sacerdote intocable mientras subsistan los que buscan el ejemplar perfecto, sin lomos redondeados, y sin el sacrilegio de un sello en la tapa.”
( ver nota agencia Télam)