Ya estamos en Semana Santa. Recojámonos (en el sentido menos divertido de la palabra) y meditemos...
Yo me rajo unos días por ahi (...no digo dónde, a ver si me persiguen) y voy a habilitar la moderación de comentarios, mientras tanto. No me queda otro remedio.
Me gustaría comprobar a mi vuelta que si se llegara a generar alguna opinión sobre este post, verse respecto al mismo y se formule en términos no agresivos, aún en el disenso. Si la/s hubiere, la/s publicaré el martes. Si en cambio dejaren de otro tipo de mensajes, va a ser al pedo, porque lo primero que haré será borrarlos.
La provocación para lo que voy a desarrollar partió del querido Federico y tiene que ver con la nota sobre los resultados de la encuesta. Pero lo haré dejando de lado ya los ejemplos puntuales a los que me he venido refiriendo. En todo caso, mencionaré otros, o -con perdón de la inmodestia- hablaré de mí.
Dice Fede: ‘habría mucho para pensar sobre estas cuestiones de la "artisticidad"’ y también ‘¡Siga con el tema, eh!’.
Creo interpretar a que se refiere, y si no, él tendrá como siempre el espacio abierto para enderezar la cuestión hacia donde le interese.
Yo no tengo muchas certezas sobre lo que sigue y aclaro que apenas tiro apuntes, disparadores para reflexionar conjuntamente, que es lo que en general intento.
Es difícil la situación del creador en nuestros tiempos. No pretendo historiar nada en forma rigurosa, pero parto del supuesto que hoy en día los mecanismos de producción cultural son muchísimo más complejos que en épocas pasadas.
En mi gremio, el teatro, somos muchos, y pocos los que subsisten solo con su propio oficio. La mayoría, como yo, tiene que dedicarse paralelamente a otra cosa para sobrevivir. O a ramificaciones del métier, como la docencia, aún cuando no se tenga mucha vocación ni preparación para ello. Pero ese rubro también está saturado, a esta altura del partido.
Hace poco, un amigo actor, integrante de un grupo muy conocido y exitoso, me decía que después de años de vivir exclusivamente del teatro, tenía que volver a aceptar otro tipo de laburo que nada que ver con lo artístico.
Yo soy básicamente un teatrero independiente. Lejos del circuito comercial. A lo sumo he participado de proyectos que contaban con apoyo oficial o he sido contratado directamente por algún organismo estatal, provincial, municipal. Hice muy poco en publicidad, o en trabajos financiados por empresas de cualquier tipo. Nunca intenté el cine ni la televisión, en la que si a uno le va bien, puede hacer buena guita. No lo busco, pero si algún día se diera, no digo que me disgustaría hacerlo. Depende de qué, de cómo y de cuánto. Vivo relativamente bien con lo que me deja el teatro y mis otros laburos, que me gustan y estoy muy cómodo con ellos. No tiraría todo por la borda por poner la jeta y ser “conocido”.
O sea que, hasta ahora, el diablo no ha venido a tentarme.
Hablando de Satanás... De adolescente, frecuentaba la Acción Católica y ya hacía teatro. Un cura tercermundista, que lideraba el grupo juvenil, me planteó este dilema: “Si tuvieras que optar por darle de comer a tu familia, a costa de ofrecerle mierda al público... qué elegirías?”.
Precisamente, porque me dedico a otras cosas para ganar el sustento diario, todavía no he podido dar respuesta a esa pregunta. Obvio que podría hacerlo desde lo teórico. Pero uno es lo que elige desde la práctica social cotidiana. Pepe Soriano empezaba “El loro calabrés” con esta frase que le había escrito un amigo y que me quedó grabada: “Caro Pepe: uno es lo que uno hace y uno hace lo que uno es”.
Por el momento, todo lo que hice en el teatro obedece -en poco más o en poco menos- a lo que deseaba hacer, más allá de los resultados. Aún cuando se me marcaran pautas he tenido la suficiente libertad creativa como para sentirme cómodo. No se qué me podría pasar en otros circuitos.
Quizá el darle respuesta a aquella pregunta, formulada treinta y siete años atrás por un tipo que ya debe haber muerto, sea lo que hace que sienta aún alguna curiosidad por conocer el “éxito”, en el sentido que le da al término esta sociedad. Lo digo con absoluta honestidad.
Claro que el dilema es extremo. No necesariamente, la lucha por la subsistencia implica tener que hacer basura. Pero paradójicamente, cuanto más se asciende en esta carrera, más esfuerzos cuesta mantenerse y menos posibilidades de elección se tienen. Hay excepciones, por supuesto. Alcón es un dignísimo ejemplo. Se ganó su lugar a fuerza de talento y elige libremente lo que quiere hacer. Aunque creo que no se lo puede encuadrar exactamente en la clase de carrera y de éxito que hablo.
El “éxito” entendido en términos del imaginario social, en esta profesión, pasa fundamentalmente por la televisión, en menor medida por el cine, y de última, por el teatro. En los dos últimos, sin la primera, se puede conseguir “prestigio”, que es otra cosa. “Exito” para la mayoría de la gente, equivale a popularidad.
Tampoco la tentación del diablo cobra formas obvias. Hanna Arendt describió magistralmente “la banalidad del mal”. Muy lejos de Eichmann, lo menciono acá en el sentido de pequeñas razones, autoengaños, ínfimas concesiones a la tentación, que suelen conducir a un camino sin retorno al creador que sostiene algunos principios. El que de entrada aspira al “éxito” por el “éxito” mismo, no se plantea dilemas morales en la tarea de alcanzarlo, y menos aún en la de sostenerlo una vez conseguido.
Hay muy buenos actores, surgidos del teatro, que terminaron arruinados por la maquinaria televisiva. Es posible que al principio se hayan propuesto usar el medio como un vehículo para sustentar proyectos mucho más importantes en lo creativo. Pocos son los que lo logran. En general terminan haciendo en teatro -si vuelven a él- un producto destinado al mismo público del último suceso televisivo, con idénticas herramientas.
Cuando rescato la frase de Biondi, en el post anterior, no se me escapa que pertenece a un tiempo donde la tevé no era aún el fabuloso negocio que es ahora.
Pero refirámonos, incluso, a “éxitos” más modestos, como pueden ser los del campo de la historieta. No por subestimar el género, sino porque cae de maduro que la industria que mueve tiene mucho menos alcance masivo.
Podría, con esta salvedad, asimilarse el “éxito” televisivo con el publicar en diarios, para el caso de los historietistas?
Revistas de historietas, que yo sepa, hay solo una en la Argentina, financiada precisamente por Página 12, y otra que recién empieza. Después, existen algunas editoriales que -saludablemente- empiezan a publicar en formato libro. Y finalmente fanzines. Ninguno de estos vehículos tiene la capacidad de llegada de una tira en cualquier diario.
Las descriptas son -creo- las únicas otras posibilidades de inserción en el mercado o de hacer conocer sus trabajos (aparte de la web, donde no hay dinero de por medio) para los historietistas. Estoy hablando específicamente del género y de estos pagos, claro.
Entonces se me ocurre que la hipótesis que arriesgo puede ser usada por un rato, hasta que algún argumento, de gente que conoce más este métier, la desmienta.
Hay un perfil de lector para cada periódico. Obviamente que no podemos caer en el clisé de decir que todos los que leen La Nación son gorilas ni que todos los que leen Página o el nuevo diario de Lanata sean “progres”. Pero existe una tendencia más o menos objetiva, me parece.
Sea cual fuere la característica de ese lector promedio en cada publicación, ejerce de algún modo una presión sobre los dibujantes, los periodistas, el diario todo. Es un ida y vuelta. La empresa editorial se dirige hacia un segmento de mercado, simbolizado por un tipo de lector, contrata a la gente que puede complacer sus gustos y tira líneas hacia allí. Pero el lector concreto, a su vez, influye sobre la orientación general del diario. Se me ocurre que todos los grandes matutinos harán frecuentes estudios de marketing e irán orientando sus rumbos de acuerdo a la recepción que encuentren. Quizá esto no alcance a la última página, la de los “chistes”. Pero el diario es un todo.
Hay un viejo aserto que dice que en la Argentina, los medios gráficos de derecha tienen a gente de izquierda ocupándose de la cultura. Uno podría ponerse en tremendista ideológico y vociferar que esos intelectuales y/o creadores son funcionales al medio en que publican. Sería injusto. De una manera u otra, todos somos funcionales al sistema, aún a nuestro pesar y aún cuando busquemos denodadamente las fisuras para ofrecer resistencia.
Hablo de influencias, de cambios más sutiles. De un diálogo mudo, a menudo inconciente, entre el contexto del diario, el creador y sus lectores. Aunque éstos últimos, cuando de humor se trata, suelen reírse una vez y después poner el aplauso en piloto automático.
Federico ha señalado aquí el envejecimiento de la última página del Clarín, que fue -acoté yo- revolucionaria en su momento respecto al género. Hay evidencias generacionales, incluso. Primero se nos fue Bróccoli, hace poco Fontanarrosa, acaba de morir Guinzburg. Circunstancias que parecieran no tener que ver con lo desarrollado hasta ahora, pero que también influyen. Es cierto que la mayor parte de las veces observamos chistes escritos con un dibujo ilustrativo que no agrega. Creadores que han demostrado sobradamente su valía, como Caloi, parecen adormecerse de a ratos. El soplo nuevo de “La Nelly” no alcanza para contrarrestar y el maestro Sábat, siempre brillante, anda por otras páginas, bastante lejos. Sin embargo, estas cosas las percibe Federico. A regañadientes las admito yo. Pasará con unos cuantos más. Ese no demasiado definido lector promedio no reclama nada, sigue conforme.
Voy a lo siguiente... Alguien que se pretenda creador, “artista” (no en el sentido del resultado, ni de proclamarlo, sino como actitud) y no meramente artesano con más o menos habilidad, tendría que estar alerta sobre todos estos peligros. El único reloj despertador en que se puede confiar, a veces, es el del propio juicio.
Tampoco lo que se reclama tiene una dimensión tremendista. No se trata de llamarse a retiro para reflexionar largamente sobre los rumbos creativos. Eso lo pueden hacer pocos, habiendo alcanzado sobradamente los medios para el sustento, lo cual no quita de todos modos la valentía de hacerlo. Se trataría de no acostumbrarse. De no repetir una fórmula que puede haber sido válida en el momento que se generó pero que termina convirtiéndose en clisé. Se trataría también de no perder una mirada crítica al contexto en que se trabaja, de estar alerta a las posibles modificaciones que se van generando, y que pueden ser poco perceptibles. De no complacerse con el aplauso fácil. De proponerse desafíos permanentes, en definitiva. Eso se puede hacer todavía desde la última página de un diario, aunque no desde la televisión, donde por más que uno quiera probar algo distinto, lo que manda es el minuto a minuto del rating.
Peldaños más abajo en la escalera del “éxito” es todavía más fácil permitirse las búsquedas. Sin embargo, hay otro tipo de mirada sobre el “éxito”, de índole más subjetiva. La reivindico cuando los parámetros son absolutamente propios. Qué quiero decir? Yo no me creo un tipo exitoso, porque no me planteo la cuestión en esos términos. Pero sí estoy seguro de ser una persona afortunada, por muchos logros personales que no tienen que ver con el sistema de valoración de los demás. En cambio, hay gente que cree haber alcanzado el “éxito” (otro tipo de éxito), porque publica en “Fierro”, por ejemplo. Y para no andar con eufemismos, me refiero concretamente al lamentable caso de Quattordio, que ya provoca vergüenza ajena. Este muchacho (no tanto, según me han dicho) cree ser el rey de la trasgresión y haberse convertido en el Crumb del subdesarrollo, sólo porque tiene el caprichoso respaldo de Sasturain. Hace un papel lamentable, realmente. Lo suyo no tiene nada de creación, ni de originalidad. Es lisa y llanamente burdo.
Pero ya me fui por las ramas y es tarde para volver al tronco...
Reitero que la cuestión es ardua, que estos son apenas apuntes, y pido disculpas si en algún tramo me ganó mi inclinación a pontificar. En todo caso, si notan el dedo en alto, reparen también en el gesto que lo acompaña.
Felices Pascuas. La casa queda en orden... al menos hasta que vuelva.
Recojámonos (si antes no nos recogen) y meditemos. La cuestión es ardua, mucho, y siempre compleja. No es contemporánea sino histórica. Toda "artisticidad" está atravesada por su "comercialidad" y, sobre todo, por la metadiscursividad de época: arte es lo que se nomina como tal. Están los intersticios que se aprovechan mientras se vive de otra cosa. Pero lo central es que no existe ni puede existir el "ser artista" en sentido cabal. Incluso no puede pedirse siempre arte del supuesto talento porque el arte emerge aquí y allá, en cualquier obra, o no. Siempre es un efecto posible de la obra, nunca del autor, por más que éste lo usufructue de pleno derecho jurídico y/o popular. Yo creo que la artisticidad es una dimensión de lo humano y que lo humano contemporáneo la devino don de unos pocos exitosos. Demasiadas veces exitosos post-mortem, porque la cultura y el mercado reconocen a posteriori. O no.
ResponderBorrarFelices Pascuas y buen descanso.
Bien por el post. Estaba en unas inmerecidas pseudo vacaciones en Bariloche,y me había quedado con ganas de opinar sobre la encuesta. Sin dudas, y por varios cuerpos me parece, los ganadores deberían haber sido Nik y Quattordio. Nik tiene su primer puesto merecido y Quattordio, creo yo, no estuvo entre los más votados simplemente porque no es conocido. Sin gustarme lo que hacen hoy Liniers y Maitena, creo que están a años luz del Sr. Q. Lo que pasa es que mientras que a Liniers lo leen un millón de personas, sólo unas mil creerán que su trabajo no es bueno, mientras que a Quattordio, de 3 que lo leen, 4 lo consideran malo (y no, no hay un error en los números) . Resultado: 1000 a 4.
ResponderBorrarComo sea, el éxito, creo yo, no pasa por haber llegado a mostrarse en el medio. Es recién ahí, con la obra expuesta, cuando uno puede empezar a percibir la respuesta del público. Triste que haya gente que no lo crea así.
Bien por el post. Estaba en unas inmerecidas pseudo vacaciones en Bariloche,y me había quedado con ganas de opinar sobre la encuesta. Sin dudas, y por varios cuerpos me parece, los ganadores deberían haber sido Nik y Quattordio. Nik tiene su primer puesto merecido y Quattordio, creo yo, no estuvo entre los más votados simplemente porque no es conocido. Sin gustarme lo que hacen hoy Liniers y Maitena, creo que están a años luz del Sr. Q. Lo que pasa es que mientras que a Liniers lo leen un millón de personas, sólo unas mil creerán que su trabajo no es bueno, mientras que a Quattordio, de 3 que lo leen, 4 lo consideran malo (y no, no hay un error en los números) . Resultado: 1000 a 4.
ResponderBorrarComo sea, el éxito, creo yo, no pasa por haber llegado a mostrarse en el medio. Es recién ahí, con la obra expuesta, cuando uno puede empezar a percibir la respuesta del público. Triste que haya gente que no lo crea así.
Jajajajajajja !
ResponderBorrarhacete el salame ahora... lo que pasa es que nadie te da bola en el teatro y tuviste que empezar a escribir sobre Historietas.
No se puede hacer nada cuando no tenés talento y vos haces cualquier cosa.
Otro tema..escribiste miles de palabras y en ninguna dijiste DE QUE CORNO TRABAJÁS ????????
DECILO DE UNA VEZZZZZZZZZZZZZZZ !
Desde mi reclusión en la celda de un convento, estoy subiendo los comments.
ResponderBorrarFelices Pascuas!!!
Ah, Miguel, agradezco tus palabras para con mi trabajo en Fierro. Tarde, pero seguro. Vamos a ver si se queda en eso o si la cosa sigue.
ResponderBorrarBuen descanso!
Pero vos no estás en un convento, estás en un CONVENTILLO !
ResponderBorrarY no se porqué das tantas vueltas para decir que sos Homosexual, sali del closet como hizo el de Rem !
Un beso !
Mr Anonimo
Mi estimado Cinzcéu: la paradoja es los pocos exitosos no tienen tiempo para reflexionar cuestiones sobre la artisticidad. Entonces, la tarea le queda a tipos como yo. No comas carne, eh... Yo me estoy absteniendo.
ResponderBorrarMi estimado Tony: Es muy certero lo que decís. Va mi voto porque sigas en la Fierro, desde el cibercafé del convento.