Upa funcionaba a menudo como talón de Aquiles de Patoruzú. Su condición de infante propiciaba que, aparte de los habituales secuestros (inaugurados por el gitano Juaniyo), otro tipo de peligros lo acecharan. Por ejemplo, la pésima influencia de Isidoro. O las modas, fatales para el espíritu conservador del indio. Tempranamente, en 1938, o sea, apenas a un año del descubrimiento del engendro en la gruta, Quinterno lo hace caer en prácticas adultas (“Upa en las garras del alcohol”, publicada en semanales y reeditada veinte años más tarde en el Nº 8 de Andanzas). Tres de las cuatro historias tratadas en el post anterior, también lo tienen como protagonista, no ya cediendo a vicios, pero sí a las costumbres en boga (que para Patoruzú eran una misma cosa). A la misma etapa pertenece “Teddy boys” (Nº 112 de Andanzas, mayo del ‘66), que difiere de las referenciadas por un matiz: Upa simula su inserción en una patota juvenil, con el propósito de enderezar a sus integrantes, siguiendo de esta manera el ejemplo de su hermano. Lo curioso es que allí una subcultura londinense -surgida en los ’50, e influenciada por la movida del rock and roll yankee- sea asimilada al delito. Vagamente recuerdo que la denominación “teddy boys” gozó de efímera popularidad local, pero mi memoria no llega a precisar el alcance que se le daba. Quizá algún lector de mi generación, como lo hace Cinzcéu en la nota que antecede, pueda contribuir...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario