Remito -antes de abordar esta nota- a "Leyendo Historietas", que si bien fue publicada antes que la presente, figura en primer lugar y no sé como cambiar la ubicación... Ahora sí, y retomando un poco lo del referido blog... En la Argentina, han surgido grandes creadores de historieta, tanto en la vertiente
cómica como en la
seria. Alguno de ellos, inclusive, han saltado de la primera a la segunda, donde finalmente alcanzaron una calidad que trasciende el género y se ubica en el terreno de la plástica pura, tal el caso de -como lo apunté antes- Alberto Breccia.
Ahora, en el campo propio de la Historieta, quizá sea necesario aclarar que los arbitrarios rótulos de cómico y serio no implican juicio de valor sobre las respectivas categorías. Hay impresionantes talentos cuyo estilo fué siempre lo cómico, tanto en dibujo como en argumentos.
Así, la caprichosa brújula de las lecturas de mi infancia, me lleva ahora hasta Adolfo Mazzone, un verdadero militante de la querida Historieta cómica.
El rastro más antiguo que he encontrado de él, se remonta al año '39. En las amarillentas y quebradizas páginas del Patoruzú semanal de esa época, aparece con su firma, la entonces tira Mi sobrino Capicúa...
Se dice que fué Lino Palacio quién lo alentó a mostrar sus trabajos a Quinterno. No le fué fácil su entrada en la editorial, pero finalmente logró ingresar.
En una nota de Fabián Polosecki, para la ya citada -post de Torino- sección Risas Argentinas, se lee: "Mazzone era mecánico de los talleres Chrysler y se ganaba la vida golpeando chapas con un martillo que le aturdía el pulso de dibujante. Copiando a Hide Irving, descubrió que un pulso 'tembleque' -como él lo llama- podía esconder una línea posible para el dibujo."
La referencia seguramente fonética de Polosecki, hace que se confunda al escribir el nombre, ya que a quien Mazzone reconoce como maestro es a Jay Irving (1900-1970), afecto a caricaturizar policías, lo que sin duda también influyó en don Adolfo, que a menudo los incluye en sus historietas. Es de destacar que Mazzone es uno de los pocos grandes de la historieta cómica argentina, que no ha recabado en Disney como fuente inspiradora.
No puede ser más acertada la autocaracterización de pulso 'tembleque' para definir su estilo. Es ese 'defecto' justamente, el que dota de extraordinaria movilidad física a sus criaturas.
Pero siguiendo la pista de Mazzone, el siguiente hito lo encuentro en Rico Tipo, del año '45. Allí se publica con regularidad Piantadino en formato de tira, al igual que la anterior.
Y también aparecen en Rico Tipo los cuadros humorísticos que pueblan muchísimas ediciones y que lucen maravillosamente en las tapas de El trencito, una revista de juegos...
(aclaro, para que no me hinchen las pelotas, que las imágenes que siguen son las únicas no pertenecientes a mi colección y que las saqué de un aviso de Legaristi).
Además, datos recogidos ubican a Piantadino, desde el '41 al '60, en el diario El Mundo.
Y, sin precisar fecha, se menciona a Perkins, en El Correo de la Tarde.
También se señala la enorme popularidad que habían alcanzado los personajes de Mazzone, al punto que sus nombres (o sobrenombres, no se sabe) terminaron instalándose como lugar común en el lenguaje cotidiano.
El hallazgo consistía en caracteres simples, casi unilaterales, cuyos apelativos cifraban sus personalidades.
Así Capicúa era un suertudo, Piantadino un convicto que vivía planeando fugas, Cariseca un tipo apacible que, si se lo golpeaba en la nuca, se transformaba en una fiera, Afanancio un punguista que rozaba la magia.
Y los de menor rango: Perkins un servil mucamo de librea, Batilio un alcahuete, Yoloví -el pequeño chantajista- un nene que sacaba provecho de la hipocresía de los adultos, Fiaquini un holgazán, Tacañino un avaro.
La traslación de estos nombres paradigmáticos a apodos populares, debe haber resultado poco menos que automática, perdurando algunos de ellos hasta hoy en día.
Otros creadores del género, han logrado también este tipo de repercusión: Divito con Pochita Morfoni, Fúlmine y Fallutelli; Lino Palacio con Don Fulgencio -el hombre que no tuvo infancia- y Avivato.
Pero el caso es que yo descubro por primera vez a Mazzone en la revista Capicúa y Piantadino, cuyo número inicial aparece en octubre del '59 (ver tapa en blog sobre Lúpin), donde debuta como editor.
En aquélla época, y en la Argentina, la Historieta se encaraba como un oficio artesanal, a diferencia de los yanquis, donde los estudios de mercado empezaron desde muy temprano.
Salvo en el caso de adelantados, como Quinterno, que para sostener monstruos editoriales comenzaban a crear equipos de trabajo, la producción era personal y continua. Muchos creadores realizaban integralmente las labores de dibujo y guión.
Eran grandes talentos que improvisaban sobre la marcha.
Esto implicaba muchas veces que sus personajes fueran modificando sus características a lo largo de las publicaciones. La aceptación del público podía convertir un personaje secundario en protagónico. También determinar el pasaje de tira unitaria a episodios más extensos.
Así, en la revista Capicúa y Piantadino las tiras de ambos personajes se convierten en historietas más extensas, que muchas veces, retoman el esqueleto argumental de las antiguas dos páginas, para desarrollarlo.
Aquí, en el número 4, vemos como la tira del Patoruzú semanal Nº 108, reproducida ut supra, se convierte 20 años después en una historia de17 páginas.
Asimismo habrán notado los importantes cambios gráficos en el personaje de Capicúa, que pasa de ser un imbécil absoluto a un moderado bobalicón.
También ha cambiado el cuadro de presentación de la historieta.
Si en Patoruzú, el protagonista aparecía mencionado diegéticamente por el tío, en la revista propia queda sólo su nombre. Sin embargo, Olegario no desaparece aún del dibujo y se agrega el Profesor Bambufoca, ambos mirando resentidos a Capicúa por su extraordinaria suerte. Por fin, el glotón de queso conquista el protagonismo absoluto también desde la gráfica, cuando en el segundo año de la revista, reposa en el cuadro inicial junto a una enorme bolsa de dinero.
Piantadino también sufre una transformación. Del presidiario inicial que era -en compañía de otros reclusos como Afanancio, Batilio y Fiaquini- pasa a la condición contraria: detective (sabemos que no hubiera sido lo contrario a delincuente si se hubiese transformado en policía). Adopta como ayudante a un nuevo personaje -Pocoseso- reproduciendo así el modelo clásico de la dupla Holmes-Watson.
Sospecho que más que por motivos morales, el cambio se produjo porque el ámbito cerrado de una cárcel no permitía desarrollar mucho mas que cortos gags.
Piantadino pronto se independiza de Capicúa, para tener su propia revista. Aunque la ruptura no es absoluta, ya que en los primeros números se la presenta como Suplemento de... y con formato
tabloide, que abandonará rápidamente para tomar el más frecuente de apaisado.
Aquí vemos el número inaugural, de enero del '61, donde precisamente se cuenta la transformación de Piantadino en detective. Como observarán en los dibujos marginales, Afanancio y Batilio forman parte del staff. Estos siguen en tiras separados del titular de la revista, pero igualmente fuera del presidio que en común otrora los albergaba. Pronto seguirán su propio camino, pero antes, apenas iniciado el '62, salta súbitamente al estrellato Cariseca, personaje del que no encuentro antecedentes, en la tercera publicación de la creciente editorial Mazzone.
Y fiel al estreno de una revista por año, llega por fin Afanancio, tan asombroso ladrón como siempre (no podría haber sido de otra manera), pero -como ya dije- fuera de presidio y con el pronto agregado de una familia. Una tía primero, y un sobrino -Botafogo-, después.
Si bien Batilio y Fiaquini también tuvieron su publicación propia, no alcanzaron la repercusión de las anteriores y duraron unos pocos números.
Cabe acotar que aquéllos, durante mucho tiempo, siguieron apareciendo en tiras unitarias dentro de las revistas de los otros personajes-estrellas.
Pero hablemos de Capicúa, que era de todos el que más me gustaba...
Poco hay para decir de él, aparte de su aire distraído, su tonto buenhumor, su culo a toda prueba y su no menos extraordinaria voracidad con los quesos.
(Permítaseme una pequeña disgresión: hoy en día creo que me gustan más estas maravillosas tapas que las historietas en sí)
Si como mencioné, Mazzone termina avivando un poco -nunca demasiado- a Capicúa, era tratado habitualmente como un idiota por su tío Olegario y el profesor (trasnochado y fracasado inventor, en realidad) Bambufoca, con los que convivía. Este trío conformaba una familia totalmente atípica para la realidad, cuyos vínculos eran difusos y sus antecedentes nunca explicados (al menos yo, los ignoro).
Pero la asociación de este tipo era común en el lenguaje de la Historieta, ya que abundaba la convivencia entre hombres. Aparte del archisabido vínculo padrino-ahijado, citaré -para no extenderme- sólo unos pocos casos: Don Nicola y el maestro Esculapio, Tric y Trake, Javier y su hermanastro Cariseca, Anteojito y Antifaz...
Resulta paradójico que esta estratagema, presumiblemente creada para eludir la cuestión sexual y la procreación que aparecería inevitablemente con parejas convencionales, dió pábulo para que algunos miserables infirieran conductas homosexuales en los personajes (basura de gente!!!).
En realidad, las familias tipo en nuestra Historieta, recién empiezan a aparecer con Mafalda.
Volviendo al tema... Olegario y Bambufoca estaban siempre en la lona (como el primer Isidoro) y vivían pergeñando planes supuestamente ingeniosos para zafar. Vocación argentina, si las hay.
Demás está decir que intentaban utilizar en beneficio propio la prodigiosa suerte de Capicúa, pero este don -misteriosamente- sólo podía ser aprovechado por él.
Tío y profesor terminaban siempre peor que antes, mientras el despreocupado sobrino era cubierto de billetes, joyas o toneladas de queso gruyère.
La suerte de Capicúa era directamente proporcional a la desgracia de Olegario y Bambufoca.
Este esquema básico -repetido invariablemente- constituía el eje de las aventuras de Capicúa.
La pregunta que me hago es: Qué asociaciones, representaciones, identificaciones habrá hecho uno de pibe, para que estas historietas sumamente lineales hayan quedado tan grabadas en el imaginario?
Algunas respuestas estarán en el diván.
(Advertencia para los ingeniosos que abundan en comments: aquélla que podría vincular mi rostro con el del personaje, resulta demasiado fácil como chiste).
El queso me gusta, pero creo que lo central está en el elemento suerte. A quién le toca y a quién no.
Seguramente, en la época que yo leía Capicúa no me sería fácil discernir lo verosímil de lo inverosímil, la realidad de la ficción.
Pero también de adulto... uno ha fantaseado tanto con sacarse la lotería, encontrar una valija repleta de dólares, recibir una herencia de algún pariente ignoto...
Nada de eso ha pasado.
Por otra parte... uno ha observado indolentemente, con cierta indiferencia y hasta con desdén los afanes de aquellos hijos de puta que están en la carrera del lucro y la especulación.
Y ha comprobado que generalmente, alcanzan lo que persiguen.
Todo al revés que en Capicúa...
Ahora me doy cuenta...
Usted me ha engañado, maestro Mazzone!!!
ANALISIS DE ESTRUCTURA: Remate con gag verbal, en intento de relato serio sobre Historieta cómica que, probablemente -todo es tan relativo-, (continuará)