El amigo Carlos, en la entrada anterior, me comenta que no encontró nada en su último viaje a Salta. Se refiere a historietas, claro, porque se volvió con una novela de Filloy, pavada de hallazgo. Yo por ejemplo, anduve en busca de algún libro de poemas de Juan Carlos Dávalos y regresé con las manos vacías en ese aspecto, así que no se puede quejar.
Pero en cuanto a historietas... Lo primero que se debe hacer al llegar a una ciudad, es preguntarle al taxista o a quien nos lleve desde el aeropuerto o terminal hasta el hotel, si conoce casas de canje de revistas. Así, en estos términos. Fuera del ambiente tilingo de Capital Federal no funciona comiquería o librería de viejo. Alternativamente se puede averiguar por mercado de pulgas, no ferias. Si lo del conductor fracasa, hay que recurrir al conserje del hotel. Y si aún así no consiguiéramos nada, salir a la calle y preguntar al primer viejo con pinta de lugareño que encontremos (jamás a un joven, son ignorantes de todo, no saben siquiera que es una revista!).
Importante: salir de mañana bien temprano. En las provincias todo el mundo duerme la siesta y la tarde es corta, sobre todo si uno tiene que hacer función, como es mi caso. Ni hablar de los sábados, donde lo único que se puede encontrar abierto a partir de las cinco son odiosos locales para odiosos turistas.
Cualquier dato es bueno. Lo más probable es que lleguemos al lugar indicado y algún comerciante vecino nos diga que cerró hace veinte años. No hay que descorazonarse. A ese mismo comerciante hay que preguntarle si sabe donde se pudo haber trasladado o si conoce otra casa de ese tipo. Y partir nuevamente, con una información incierta que en algún momento dará sus frutos.
Otro problema es la forma de dar indicaciones de los provincianos. Resulta siempre vaga, aproximada. "Dos cuadras" pueden querer decir cinco, y "en la esquina", justo en la mitad de la cuadra. Se soluciona tratando que, si no suministran la calle (indispensable: mapita traído desde el hotel), den al menos nombre del local o de su dueño, o cualquier tipo de descripción. Hay que insistir, a riesgo de resultar hinchapelotas. Esa información será vital a la hora del sistema de postas descripto.
Por supuesto que al cabo de una mañana habremos trajinado unas cien cuadras, si uno anda a pie. Pero sirve como ejercicio, como forma de conocer lugares apartados del circuito turístico, y además se llega al almuerzo con el desayuno continental bien digerido y con el estómago dispuesto a almacenar platos típicos y buenos tintos locales, que son los mejores recuerdos para llevarse.
Si se encontró algo, no hay que darse por satisfecho. Puede haber más. Aparte de consultar al dueño del local, un recurso útil es revisar en las revistas conseguidas, o en cualquiera que esté en los estantes, si aparece algún sello de otra casa. Los sellos son una información vital para el coleccionista. Muchos pelotudos puristas desdeñan los ejemplares con sellos. Gracias a ellos he conseguido gangas increíbles. Mientras todos creían que el kiosco de Alberdi no funcionaba más, y apartaban con asco cualquier revista donde estuviera estampada su dirección, yo me apersoné hasta allí y lo encontré más lozano que nunca. Durante años, hasta su cierre definitivo, periódicamente volvía de la excursión con joyitas a precios irrisorios. Lo mismo hacían los puesteros de Parque Rivadavia, que revendían a coleccionistas no tan exigentes lo que compraban allí, a veinte veces del valor que habían pagado, con el único valor agregado de una bolsita de celofán (...ojo! el celofán no es adecuado pa' la revista vieja, a pesar de lo que digan los giles!).
Y si el sello corresponde a un local de otra ciudad, se debe tomar nota igual. Uno nunca sabe donde lo va a conducir la suerte.
Respecto a los precios, como ya dije, son escasísimos los casos en que pueden llegar a estar internetizados. Y aún cuando lo estuvieran, rápidamente se puede hacer volver a la realidad al comerciante. Porque si las revistas siguen estando en los estantes, habiéndolas publicado en Te Bajo el Martillo o Feria Franca, los clientes locales se le cagan de risa de los precios.
Los coleccionistas -bastante estúpidos, en general, no me canso de repetirlo- si consiguen un ejemplar de Correrías de Patoruzito Nº 20 a dos pesos en Purmamarca, salen corriendo del local, abrazados a él, por miedo a que quien se los vendió se avive. No entienden que esto es una cuestión de oferta y demanda. En Purmamarca tiene ese valor, no otro, y el comerciante está feliz de haberse sacado de encima ese clavo.
Por otra parte, el 80% de los precios que se publican en internet son literalmente virtuales: nadie los paga. O los paga solamente algún boludo enfermo, lo que sirve para fijar un techo que nunca más se va a volver a tocar.
En fin... esta segunda entrega tenía por objeto hablar de las otras revistas que conseguí en Salta, pero ya me extendí demasiado por las ramas. Quedará para otra oportunidad.
Seguramente, algunos me agradecerán los consejos. Y los otros, los que me putean y me llaman rata, serán como siempre los primeros en tomarlos...