Publicado en el Suplemento Cultura, del diario La Voz de Zárate, el 14/08/96
Es bien sabido por los seguidores del indio que desde hace mucho tiempo no se editan nuevas historias que den cuenta de sus andanzas. Lo que actualmente se publica es un refrito (aggiornado, mutilado) de algunas viejas aventuras.
Sin embargo este cronista (nostálgico frecuentador de lo que queda de la editorial de Quinterno), tuvo el privilegio de conocer la última de las «Andanzas de Patoruzú», dibujada y guionada por el propio Maestro hace muy poco tiempo.
Escasísimas personas conocen este verdadero acontecimiento (hace ya muchas décadas que el legendario, misántropo, octogenario Dante Quinterno no se ocupaba de su criatura), y es altamente improbable que el episodio de marras se difunda alguna vez. Quienes tengan algún dato de la personalidad del Maestro y de su política editorial entenderán el por qué. Entenderán también los gravísimos riesgos que corre quien esto escribe, al difundir un «secreto de estado» de tal magnitud. Pero me es imposible callar semejante noticia y estoy dispuesto a afrontar los costos de mi infidencia. Omitiré, eso sí, las circunstancias por las que puede acceder a ese material, para no involucrar a terceros.
Lo cierto es que en una noche febril leí y releí mil veces «El ocaso del indio», la genial aventura pergeñada por Quinterno en el ocaso de su propia vida. Antes de narrar el episodio, diré algo sobre el estilo del dibujo: el Maestro abandona aquí la impronta caricaturesca y utiliza un trazo seco, sombrío, plagado de contraluces, que recuerda a la última etapa de otro grande: Alberto Breccia. La atmósfera visual es densa, ominosa, casi expresionista. Tampoco se mantiene el esquema de los seis cuadritos por página de formato apaisado, ya que los originales son tabloides, al igual que el boceto de tapa. La historia es extensa, por lo que me limitaré a narrar su tramo final, el más duro, el más trágico -me atrevería a decir. Aquí va ... y que los dioses de los tehuelches se apiaden de mí:
El indio -notoriamente envejecido-, montado en un famélico Pampero, atraviesa la desolada e infinita extensión patagónica. Va en búsqueda de la montaña de sus antepasados. Está abrumado por las peripecias que viene de sufrir en Buenos Aires y desea consultar al espíritu del Tata. El horizonte se puebla de negros nubarrones. Al llegar, la tormenta de nieve se desata. Patoruzú deja a Pampero a resguardo en una caverna al pié de la montaña y se dispone a emprender el ascenso. Sus fuerzas ya no son las mismas; la elevación es escarpada y el indio jadea, se agota rápidamente. Mientras la tormenta arrecia y la ascensión se torna cada vez más penosa, por su mente se suceden como relámpagos las escenas de su antigua fortaleza. Los cuadritos de bordes redondeados que denotan el recuerdo, lo muestra deteniendo una locomotora tan solo con los dientes, peleando con el gitano Juaniyo y elevándolo de una trompada a la estratósfera, sobreviviendo ileso al embate de una aplanadora ... Tantas hazañas. La realidad ahora es otra: la cumbre aparece muy lejana, inalcanzable. Trastabilla, corre peligro de caer. Decide llamar al Tata desde donde está, supone que él no lo va a dejar en la estacada ... El eco le devuelve su propia voz cascada. Luego, el silencio. Lo intenta de nuevo. No resulta. La desesperación le hace sacar de algún lugar recóndito las fuerzas que le faltan. Sus uñas taladran la roca. Se estabiliza. Reanuda el ascenso. Se alienta con un: «iJuerza, indio sotreta!». Ahora sí se parece al Patornzú que todos conocemos. Llega por fin a la cima. Un estruendoso «jHuija!» corona la ascensión. La Sombra del Tata lo está esperando.
El terrible espectro de Patoruzek l°, de brazos cruzados y mirada severa, con su cuerpo esfumándose fantasmagóricamente, increpa a su hijo:
-PATORUZEK: «¡Maula! ¿Dende cuándo no rispetás las tradiciones 'e tu tribu? Solo me podís llamar enllegando a esta cima».
-PATORUZU: «Me flaquiaban las juerzas, Tata».
-PATORUZEK: «De tanto andar con el mantequita ése del Isidoro, te me has ablandau».
-PATORUZU:«No es eso, Tata. Tu hijo está viejo»
-PATORUZEK: «¿Y pa' quejarte de los años has venido a molestarme?».
-PATORUZU: «El asunto es otro».
- PATORUZEK: «Andá al grano».
-PATORUZU: «Estoy en la ruina, Tata».
-PATORUZEK: «¿Y la fortuna que te he legau?» (Abarcando con su índice amenazador) «¿Y la inmensidá de estas tierras?».
-PATORUZU: «Tuito perdido. Empeñau ... »
-PATORUZEK: «¿Has visto? ¿Qué te he dicho del' padrino? Le has dejau la rienda demasiau suelta».
-PATORUZU: «No es culpa de él, Tata. El padrino ha cambiau mucho ... »
Sobre el relato del indio, un largo racconto visual da cuenta de la actual situación de Isidoro Cañones, de su lamentable decadencia. Físicamente destruído por el alcohol, el cigarillo y las antiguas calavereadas, se ha convertido en un ser hosco y resentido. Ha sido relegado de la «HIGH SOCIETY» por una nueva raza que privilegia la febril actividad a la holganza, que adora al «vil metálico» por sí mismo y no para hacerlo desaparecer en el «vértigo del torrente circulatorio», que ama el "poder por sobre todas las cosas: los «yuppies». Son ellos los que protagonizan ahora, además del mundillo político y financiero, la vida nocturna. Son ellos los que ocupan las primeras planas de los diarios y los que monopolizan las fotos en las revistas de actualidad. En el último cuadro del racconto, un Isidoro arrugado, con el cabello ralo -aunque conservando el clásico jopo con tres pelos parados-, de mueca despectiva, arreglando su deslucido moño, dice: «Ya no hay lugar para un play boy de la vieja escuela, che».
Los cuadritos abandonan los bordes redondos que sugieren el recuerdo del indio, para volver al presente, donde un Patoruzek, siempre acusatorio, dice:
-PATORUZEK: «¡Si no jué el padrino, ha sido el gurí, entonces, el que te arruinó! Eso te pasa por haber desafiau mi autoridá ... sos un cabeza dura ... Lo tendrías que haber dejau encerrado en la cueva donde lo confié por no haber gritau «!huija!» al nacer, a más por deforme y sietemesino».
-PATORUZU: (Con el rostro enternecido) «No, Tata ... ¡Pobre Upa! Sigue tan inocente como aquel día que lo encontré en la gruta ... »
El cuadro vuelve a la forma del recuerdo y ahora el trazo de Quinterno no se aliviana, tomando algo de la antigua forma caricaturesca, para dibujar a Upa, quizá contagiado el Maestro por la misma ternura del indio. Sin embargo, Upa también ha cambiado: su mitológica panza casi ha desaparecido, acentuando así su altura. Un ligero encorvamiento lo toma lánguido y desgarbado. Su rostro, el ponchito y el chiripá no presentan cambios, lo que remarca la patética desmesura del conjunto.
Upa, ahora, está berreando y en su media lengua de bebé (arbitrariedades de la historieta, ya que ha sobrepasado largamente los cincuenta años) dirige sus reclamos a un Patoruzú que, impotente, le ofrece leche en tetra-brick:
-UPA: «!Nene quere lete! ¡Letepura! No con Latobacilu Je-Je ni ninguna de estas poqueías ... ¡Lete sola, ca-neco!»
En el siguiente cuadro el indio corre, llevando a la rastra a su hermano, mientras el tetra-brick vuela por los aires.
-PATORUZU: «¡Te has encaprichau, sotreta!... ¡Vamos pa' la estancia!. .. ¡ahí te vas a empachar de leche pura!».
El gag se resuelve -como tantas otras tantas veces- con Upa, rodeado de vacas esqueléticas en el casco de la estancia, berreando nuevamente, mientras un Patoruzú desesperado, explica:
-PATORUZU:«Ya no me quedan vacas, gurí ... Me las has secau a tuitas».
En el presente el Tata, siempre severo, dice:
-PATORUZEK: «¡Tengo razón, entonces ... ! Jué el gurí el que te arruinó.»
-PATORUZU: «¿Dende cuándo mi fortuna se ha visto afectada por unas cuantas vacas? No, Tata, no ha sido eso...»
-PATORUZEK: «Jué la Chacha, entonces ... O Ñancul. Siempre dejaste la administración 'e la estancia do, en sus manos...»
-PATORUZU: «Si la pobre Chacha hasta ha intentau ayudarme...»
Otro cuadro retrospectivo muestra una Chacha centenaria, cruzada de brazos y dormitando frente a la puerta de un modesto comercio, en cuya vidriera se lee: «Empanadas criollas y locro». A sus costados se levantan gigantescos locales, atestados de gente, cuyos carteles luminosos rezan: «Fast-Food», «Burger King», «Pumper Nick», «Dunkin Donuts», etc. Ahorar al .indio se le llenan los ojos de lágrimás.
-PATORUZU: «Y Ñancul ... Ahijuna, que es in justa la vida ... Parece que me ha entrau una basurita en el ojo ... Snif Snif ... ».
En otro único cuadro, el Maestro resuelve la situación de Ñancul: el gaucho octogenario corretea penosamente detrás de una chinita, mientras le exhibe sus partes pudendas -una audacia otrora impensable en Quinterno-. En primer plano Patoruzú, compungido, escucha la explicación del galeno:
-DOCTOR: «Tanto asado le comió en su vida ... La grasa le taponó las arterias cerebrales ... Es irreversible. Si puede pagar, le aconsejo le lo interne en un geriátrico». Volvemos a la desolada cumbre y es el hijo quien habla:
-PATORUZU: «¿Te das cuenta, Tata? ... Ansí andamos tuitos, como bola sin manija... »
-PATORUZEK: «Pero al final no me has contau como perdiste tu fortuna. ¡Desembuchá de una vez, canejo! ¿O te crees que los espíritus tenemos el tiempo pa' perderlo escuchando pavadas?».
-PATORUZU: (Demudado, intenta explicar) «Los pobres, Tata ... Fue por ellos que me he arruinau ... La beneficencia ... No doy abasto ... Siempre creiba que mi fortuna iba a alcanzar pa' tuitos, pero cada vez hay más gurises en la calle, gente sin trabajo, viejitos pidiendo ... Antes con el asilo de las Pamelitas bastaba, pero ahura ... Así no hay fortuna que aguante. No entiendo, algo ha de estar marchando mal... ¿Cómo, con el páis que tenemos ... ? Pa' pior, mis antiguos enemigos pasan ahura por ser gente rispetable ... »
El cuadro siguiente muestra al terrible Gastón abrazándose con el Presidente de la Nación. Al Iado del francés, una enorme bolsa lleva la leyenda «Blanca».
-PATORUZU (en off) ... y a otros no los veo desde hace tiempo ...
Sobre el off del indio aparece el infierno, con Mandinga mirando un mapa de la Argentina. El diablo piensa: “Ya no necesito ir por allá... ¡Ah... que satisfacción la del deber cumplido!»
Retorna la escena a la montaña, para instalarse allí hasta el inminente final:
-PATORUZU: «¿Te das cuenta ahura, Tata, por qué venido a consultarte? Me siento solo, derrotau, sin recursos ... sin saber contra quien ni contra que peliar ... Ayudáme, Tata ... Qué puedo hacer?».
La sombra del Tata reflexiona. Por fin dice:
-PATORUZEK: «Yo soy un espectro, m'hijo. No un mago ... Te las vas a tener que arreglar solo».
Y dicho esto, Patoruzek l° se esfuma en la nada.
Tres últimos cuadros mudos:
-Primer plano del rostro estupefacto de Patoruzú.
-Plano medio: se sienta en la cumbre desierta.
-Plano general: Montaña. Allá arriba, la silueta vencida, apesadumbrada del indio. Sigue nevando. Un buitre ronda las alturas. La palabra FIN.
Poco resta agregar después de la descripción -lo más detallada que mi memoria me ha permitido- de esta última y magistral historia de Quinterno.
Un solo temor me asalta: ¿No estará ideando el Maestro una continuación de esta aventura? ¿Un postrer episodio donde el indio tenga un final trágico, a semejanza de su famoso colega del Norte? ¿No pretenderá el autor llevarse su máxima creación junto con él?... El tono apocalíptico de la aventura narrada parece sugerirlo.
Ruego que no sea así...
Patoruzú es el último héroe nacional vivo que nos queda en este país. Si desapareciera, nuestro desamparo sería total.