Hace poco, Federico Reggiani reprochaba sutilmente -o sea, con la mesura que lo caracteriza cuando no discute conmigo- a la autora del libro “El Oficio de las Viñetas”, el haber dedicado demasiadas páginas a Oesterheld, “guionista canónico que quizás se nos esté volviendo demasiado canónico” (VER).
Fuera del trabajo dela Sra. Vázquez , al que ya me he referido, coincido con el párrafo transcripto. Es más, quitaría el diplomático “quizás”. Supongo que también compartimos con Federico la valoración del autor de “El Eternauta”, obra cumbre de la historieta. No se trata de que no sea un gran guionista. El problema (y ya estoy hablando por cuenta propia) es que un medio -el de teoría e historia del lenguaje en la Argentina-, donde se nota una marcada proclividad a la repetición de lugares comunes, Oesterheld termina invisibilizando -para usar un neologismo en boga- a otros de similares méritos.Y creo que en el camino de recuperación del espacio que alguna vez tuvo la historieta en las preferencias populares, es absolutamente necesaria la revisión de los resortes que llevaron a ello. Si es, claro, que podemos dejar de lado ese otro resignado lugar común que los gustos han cambiado.
Fuera del trabajo de
En el cielo y en la tierra hay más de lo que pueda soñar tu filosofía, Horacio. Incluso agregando a la lista a Wood, Barreiro -que no son santos de mi devoción- o Trillo -al que sí valoro-, no se agota ni lejanamente el universo de grandes guionistas que hemos tenido. Y por ahí debería pasar el repaso de los logros del pasado. Con respecto a los dibujantes, aún con importantes omisiones, y aún cuando no se reediten sus trabajos, se ha escrito bastante. Si bien es comprobable que, desde el actual reinado del dibujo en el mundillo de la historieta, suele tratarse a los historietistas integrales desde ese único aspecto, relegando el análisis de lo argumental. A lo sumo, se habla de la habilidad para crear personajes (otro tema sobre el que cabría reflexionar con mucha más profundidad). Pero Quinterno, Mazzone, Torino, Battaglia, Ferro, en la historieta cómica, o Breccia y Pratt -para poner dos ejemplos de la seria-, no sólo eran efectivos creando caracteres, sino que sabían ponerlos en acción. Lo uno sin lo otro no hubiera alcanzado. Tengo escrito desde hace tiempo (a pedido del amigo Rodríguez Van Rousselt) un extenso artículo donde me refiero a este aspecto en los tres primeros citados. Espero que finalmente se de a conocer en forma impresa -tal era el destino-. De no concretarse, lo haré en el blog. En tanto, me propongo repasar a algunos guionistas que sólo ejercieron ese rol, y que se encuentran injustamente olvidados. Comenzaré por Leonardo Wadel.
Sobre su extensa trayectoria me limitaré a apuntar unos pocos datos, para centrarme luego en el comentario de las páginas que acompañan el post. Se ubica a Wadel, ya en plena madurez creativa, en la etapa de oro de la "Patoruzito" semanal, ocupando el cargo de Director de Redacción, por lo que puede atribuírsele parte de la excelencia que caracterizaba a esa publicación. Pero además, fue allí, junto a Breccia, el artífice de la mejor etapa de Vito Nervio, historieta que hizo historia y que se menciona -una vez más- casi exclusivamente en función de la trayectoria del dibujante. Otras series memorables que llevó adelante en "Patoruzito" fueron “¡A la Conquista de Jastinapur!” y “Conjuración en Venecia”. Pero su concepción del lenguaje se aprecia mejor una vez alejado de las rígidas pautas de Quinterno. Sobre todo en el mensuario “Top”, que dirigió en una etapa, y en las revistas -también de Cielosur- “Fabián Leyes” y “El Huinca”. De esta última (Nº 75, marzo del ’74) extraigo una historieta unitaria, con su firma, junto a Hugo D’ Adderio en dibujos.
Se observa que la primera viñeta obra -junto con el título y según el modelo de cómics de superhéroes, de terror, o también de Eisner, que lo usaba en "The Spirit"- a manera de presentación del conflicto. Toma a éste en el punto crucial y plantea un interrogante sobre su resolución. Es un recurso sumamente efectivo, que conduce el interés del lector en dos direcciones: como se llegará hasta dicho momento y como será el desenlace. Claro que hay que usarlo sabiamente, en función de no anticipar demasiado ni desarrollo ni final. Wadel instala allí la duda sobre la conducta a adoptar por una “ella”, que vemos apenas a través de una ventana. En la didascalia siguiente, describe a una mujer que el cuadro muestra en segundo plano. Parecería que se trata de la misma “ella”, pero a poco, la aceptación de la casi esclavitud que padece el personaje, debilita esa hipótesis. No da para imaginarla dueña de una situación como la esbozada en el principio. Se trata de una colla, en trámite de ser vendida por su patrón a un estanciero y codiciada al mismo tiempo por un gaucho bandido. El interés que suscita surge de la no correspondencia entre su sumisión en el trabajo con la sexual. “Nunca la pude lograr”, dice el patrón primigenio, Don Antenor, al que la colla le fue cedida por el abuelo, para que le cuide el rebaño. Ese comentario lleva al estanciero Protasio a elevar la suma a pagar, y despierta a un tiempo la lujuria del gaucho Ercilio, que escucha subrepticiamente la conversación. Tres hombres, representantes de distintas escalas sociales, desean doblegar el orgullo de una mujer que está por debajo de ellos. Todo esto desarrollado en una sola página.
De inmediato, Wadel da paso a un elemento explícitamente incluido en el inicio: el clima. Obligada por Don Antenor a bañarse en el gélido arroyo, y dándose por supuesto en la orden que la transferencia al estanciero tendrá carácter sexual, la colla acepta resignada y piensa en el frío que hará al día siguiente. La didascalia va más allá, dando cuenta de las terribles consecuencias del viento blanco.
Ya están fijados los ingredientes que elevarán la propuesta autóctono-costumbrista a dimensiones trágicas: dualidad sumisión-orgullo, deseo, furia de los elementos.
A partir de allí, el dominio narrativo de Wadel, terminará haciendo creíble que esa esclava, que sólo se expresa con un “Sí, siñó” y que recuerda nostalgiosamente la vida que llevaba con su “agüelito”, urda una estratagema que termine con la vida de los hombres que intentan sojuzgarla. Y lo hace usando las debilidades que ellos exhiben: el deseo sexual, la codicia.
Una vuelta de tuerca cimentada por antecedentes hábilmente diseminados. Entonces, la respuesta a lo planteado en el primer cuadro, que creíamos poder deducir fácilmente de acuerdo al comienzo de la trama, se transforma al final en la opuesta: “No, siñó!”. El tránsito de la acción, guiada a una situación límite, implacable clima de por medio, despierta un carácter que aparentaba transitar un sólo matiz, pero que llevaba implícito el germen de la rebelión.
Y una vez que la liberación se concreta, que se rompe con un destino vislumbrado como ineluctable, la colla emprende el regreso al paraíso perdido de la infancia, junto a su abuelo. Con la esperanza de encontrar, algún día, un hombre que de verdad la quiera.
Peripecia, personajes y ambiente resultan absolutamente coherentes y funcionales, sin que se advierta detalle alguno que no esté al servicio del relato. En apenas seis páginas y media, utilizando parámetros clásicos, Wadel logra una interacción exquisita de todos los elementos presentados. No es casualidad, por supuesto.
Se suele mencionar, en los pocos testimonios que existen acerca del autor, su extensa cultura. Se observa en esta historieta, sin embargo, que dicho bagaje aparece implícito, sin ostentaciones literarias -frecuentes en Wood, por ejemplo- y al servicio de una narrativa popular. Por otra parte, acotaciones (escuetas comparadas con guionistas de esa generación, incluido Oesterheld, y también posteriores) y diálogos están expresados en un estilo sutil que acompaña la difícil amalgama entre costumbrismo y tragedia.
Se suele mencionar, en los pocos testimonios que existen acerca del autor, su extensa cultura. Se observa en esta historieta, sin embargo, que dicho bagaje aparece implícito, sin ostentaciones literarias -frecuentes en Wood, por ejemplo- y al servicio de una narrativa popular. Por otra parte, acotaciones (escuetas comparadas con guionistas de esa generación, incluido Oesterheld, y también posteriores) y diálogos están expresados en un estilo sutil que acompaña la difícil amalgama entre costumbrismo y tragedia.
Nueva coincidencia con Reggiani: en una charla que mantuvimos antes de ayer, Federico comparaba la lectura que tenían estos monstruos del pasado con la de los actuales historietistas, que en su mayoría sólo se han nutrido de historieta. Acoto que, de última, no estaría tan mal si se tratase de la que hacían tipos como Wadel. Y si no se fijaran, claro, sólo en los dibujitos. Quizá eso los llevara a imitarlos, aunque sea en la forma. Pero mejor aún, en la formación.
Miguel, Felicitaciones por este veradero ensayo sobre la obra de Wadel. Y etoy totalmente de acuerdo con vos cuando te referís a la cultura que tenía esta raza de guionistas. "A la conquista de Jastinapura", por ejemplo, estaba basada en su lectura del Mahabharata.
ResponderBorrar...y bastante antes de Peter Brook.
ResponderBorrarPor suerte, Quique, esa raza tiene continuadores, aunque estén en minoría. Vos sos uno ellos, sin duda.
Esta entrada, y la de Cézard, y la de la historieta inglesa, me recontra gustaron. Lamento no poder aportar nada más que este seguimiento silencioso...
ResponderBorrarQué buen artículo, che, parece escrito por otro... (Pelearse con Dao es de lo más entretenido)
ResponderBorrarMarcado para releer con cuidado.
Me alegro, Fer, que te gusten. Y se agradece siempre el acompañamiento, sea silencioso o bullanguero.
ResponderBorrarViste, Fede? A veces me equivoco y escribo algo interesante...