Según la fecha que se tome, el indio Patoruzú registra varios nacimientos. Pero el primero de todos sucede, diría el maestro Siulnas, un día como hoy. En efecto, el 17 de octubre de 1928, se anuncia en el diario Crítica que en la tira humorística Las aventuras de Don Gil Contento -que Dante Quinterno venía realizando en dicho periódico desde hacía un año- el protagonista “adoptará al indio Curugua- Curiguagüigua”. El anuncio explica las circunstancias que conducen a esta incorporación, y grafica características del personaje. Al día siguiente, 18, otra publicidad reza “Mañana debuta el indio Curugua- Curiguagüigua en las aventuras de Don Gil Contento”, invirtiendo ya el orden de aparición. Finalmente, el 19 se produce el anunciado debut, y...
No vale la pena seguir por este camino, porque todo el mundo sabe que el personaje es rápidamente rebautizado, que el nuevo nombre es sugerido por Carlos Muzio Saénz Peña, que Patoruzú dura un episodio más, el del 20-10-28, y que recién reaparecerá... etc., etc., etc.
Siempre traté de eludir estos lugares comunes que se repiten acá y allá en cualquier oportunidad que se presente. Si retomo el tema Quinterno, cuando creía que ya había dicho todo lo que tenía que decir sobre él, es porque hoy, ojeando en un bar el diario Hoy, me encontré con la consabida efemérides, y cuando promedio, aburrido, la lectura, me detengo en este párrafo, referido a Diógenes Taborda, el maestro de Quinterno: “Taborda era, además, íntimo amigo del entonces presidente de la Nación, Marcelo T. de Alvear, quien le había encomendado al dibujante la misión pública de hacer vivir la noche de Buenos Aires a los más importantes turistas y visitantes extranjeros, verdaderos playboys del jet-set internacional que venían a la cuidad durante ‘esos años locos’ ”.
Hasta lo de la amistad con Alvear sabía, pero lo de la “misión” que le encomienda el presidente me sorprendió. Ignoro cuales serán las fuentes del cronista, que no resultaría muy confiable, porque dice entre otras cosas que Las aventuras de Don Gil Contento “luego pasaría a llamarse Isidoro Cañones”. Pero de ser cierto, explicaría como un muchacho de dieciséis años conociera tan bien a ciertos personajes de la noche porteña. En efecto, cuando Quinterno dibuja (aunque con guión ajeno) en “El suplemento”, en 1925, Panitruco, que frecuenta esos ambientes y es su primer personaje, tenía esa edad. Un año menos, cuando empezó a trabajar como ayudante del “Mono” Taborda, impelido por la situación económica, ya que los padres de Quinterno eran inmigrantes chacareros, lejos de la nobleza piamontesa, cosmética genealógica que encargó mucho después (según lo que me refirió la hija de Muzio). Y un año más cuando Taborda fallece y pasa definitivamente a hacer su carrera sin tutelajes.
O sea que esos tres años, en plena adolescencia, de los catorce a los diecisiete, solo en la gran ciudad, de la mano de Taborda, deben haber sido fundamentales para Quinterno no únicamente en relación a la adquisición de las técnicas del dibujo, sino también a una educación sentimental que bien pudo estar ligada al cabaret, la timba, los burros. De ser así, se explicaría la búsqueda de un algo que viniese a poner fin a tan temprano desenfreno. Eso, quizá, significó Patoruzú, no sólo para Isidoro, sino también para el propio creador de ambos. Quizá, Quinterno, haya sido ambos.
Crítica, Aventuras de Don Gil Contento, 24.12.27 |
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