Descubrí a El
Bosco en mi más temprana adolescencia y me deslumbró. Desde entonces la fascinación perdura. He recorrido su obra, a lo largo de mi vida, una y otra vez.
Pude
incluso, aunque tardíamente, estar frente a algunos de sus originales, tanto en Holanda, como en Bélgica,
como en España.
Hace un
mes se me concedió la gracia de asistir a la exposición del V Centenario en El
Prado, que reunía gran parte de su producción, diseminada en museos de todo el
mundo.
Previo
a ese viaje, que renovó mi entusiasmo por el pintor, y ya de regreso, leí y sigo
leyendo el más variado material sobre su vida y obra. Del enigmático maestro de 's-Hertogenbosch se han escrito bibliotecas enteras. Se sigue sabiendo poco y
nada, sin embargo.
Es más,
como en el Derecho, una mitad de la biblioteca afirma como certeza irrefutable
lo contrario a lo que se da por sentado en la otra.
Uno de
los cuadros que más polémica suscita es El Jardín de las Delicias, aunque no hay
mayores disidencias con el tríptico cerrado y los paneles laterales.
Para no
aburrir a los que conocen del tema, resumo:
El
tríptico cerrado representa al mundo en el tercer día de la creación, con Dios
fuera, y las leyendas «Él lo dijo, y todo fue hecho. Él lo mandó, y todo
fue creado», frases extraídas de los Salmos.
Una vez
abierto, el panel izquierdo muestra el Edén y a Dios (Cristo) bendiciendo la
unión de Adán y Eva.
En el
panel central un desfile cortesano de hombres y mujeres desnudos, junto a todo tipo
de animales y frutos, sugiere una
gigantesca orgía sexual.
El
panel derecho exhibe los castigos que reciben los pecadores en el Infierno.
En la
primera ala se ha señalado con acierto que,
aun cuando la escena transcurra en el
Paraíso, ya el mal acecha. La lechuza (de simbología ambivalente durante el Medioevo) en la fuente de la vida, la serpiente en
el árbol de la sabiduría, los animales deformes que salen de la charca, son
claros ejemplos de ello.
En la tercera
tabla, si bien se la ha denominado como "infierno
musical", por las torturas con instrumentos de ese tipo aplicadas a los juglares
que practicaban el género profano, se exponen distintas formas de mortificaciones
a los penitentes, según sus faltas. Están claramente reflejados los castigos al
juego, la avaricia, la vanidad, la envidia. Un guerrero es asaltado por perros
diabólicos, una liebre transporta como
presa a un presunto cazador. Está representado
también el clero. Si bien El Bosco perteneció a una cofradía dominicana, dicha filiación
no le impedía criticar a los franciscanos, orden mendicante rival. Una pequeña
digresión al respecto: situada en el extremo inferior, una cerda con tocado de
monja intenta seducir a un hombre sentado, mientras un engendro con yelmo le
alcanza pluma y tinta. Sobre la pierna del hombre descansa un pergamino con un
escrito de tipo protocolar. En el afán de disimular las faltas de la Iglesia, algunos exegetas ensayan la interpretación que ese pergamino se trataría de un pacto con el Diablo que el condenado habría
firmado en vida y que los demonios se lo estarían recordando para que lo cumpliese.
Absurdo desde todo punto de vista puesto que la acción se ubica en el infierno
mismo. Qué función tendrían el tintero y la pluma, en tal caso, si el contrato ya se halla en vías de ejecución? El conjunto alude, según consenso generalizado,
al legado de bienes que el clero obligaba a efectuar a los fieles, e incluso al
fraude que se efectuaba con ellos (hacer firmar a los muertos).
El
panel central, “El jardín de las delicias” propiamente dicho, es el que más
disenso provoca. Se ha intentado justificar la desnudez de las figuras con la leyenda improbable de la pertenencia de El Bosco –respetado burgués,
miembro de una prestigiosa cofradía- a la secta de los adamitas, que propiciaba
entre sus prácticas andar como Dios nos trajo al mundo. Otros aluden a un Falso
Paraíso del Amor, que durante el medioevo se creía existía, denominado Grial, sin que
tuviese que ver con la copa de la última cena del ciclo artúrico. Finalmente, la mayoría de los eruditos ven en esta tabla sólo pecado y lujuria.
El
nombre actual del cuadro data del siglo XIX. Nadie sabe cuál era su título
original, si es que lo tenía. En algún
momento se lo llamó “de la variedad del mundo” o “los deleites terrenales”, pero nada hace
suponer que las escenas del centro del tríptico –al que aluden en exclusivo esas
denominaciones, ya que los paneles laterales no hay duda donde se sitúan- estén
ocurriendo en nuestro orbe. Más bien todo indica que existe una continuidad
espacial, una identidad con el paisaje de la izquierda. Se trata, sin dudas, del Jardín del Edén, con los cuatro ríos que lo regaban, inclusive, Lo cual abonaría a la teoría adamita, pero no explica por qué el destino
final de los nudistas sería el Infierno, en tanto el nudismo resultaba bien visto para esa secta herética. Deberíamos volcarnos entonces a la tesis del Falso Paraíso o Grial.
Claro que en tal caso surge una pregunta que veo nadie se hace: por qué en el
Paraíso real aparecen indicios del mal, y en el Falso Paraíso no? En la tabla izquierda, prácticamente a los pies de Cristo, pululan alimañas monstruosas y repugnantes, mientras que los animales que juegan con los degenerados del panel vecino lucen estilizados y bellos... no debería ser al revés?
Otro
enigma al que se dan diversas respuestas es el del trío situado en una cueva, en
el extremo derecho, donde aparece la única figura vestida de todo el conjunto.
Hay bastante acuerdo en que se trata de Adán culpando a Eva del pecado
original. El tercer personaje es el más controversial. En general se lo ignora,
pero algunos arriesgan que puede ser Noé. Son aquellos pocos exégetas que discrepan con el significado del exterior
del tríptico y afirman que en vez del tercer día de la creación, se expone el
mundo después del diluvio. Nadie explica qué tiene que ver ese trío cavernícola con el Jardín, qué
hacen ahí, qué pito tocan en el conjunto.
Creo
que la gran dificultad para un análisis integral del cuadro es que ha
permanecido durante demasiado tiempo en España. Se han tenido que hacer
malabarismos para que el oscurantismo imperante durante siglos en ese país no lo
considerara una aberración digna de la hoguera. Para lograr tal cometido no cabía otra conclusión sobre
el panel central que se trataba del
retrato del pecado de lujuria, condenable al infierno sin escalas. Aun cuando en la tabla contigua,
curiosamente, no se grafique el castigo a esa falta. Para lograr que se imponga
tal sentido, se han ensayado alambicadas explicaciones, buscando símbolos del mal en una escena
de lo más placentera, en la que muchos contemporáneos no desdeñarían zambullirse de cabeza. Cuánto más un
contemporáneo de El Bosco.
Así, en
el trascurso de mis lecturas, e incluso en los muchos videos que hay en la web sobre esta obra, he
encontrado las interpretaciones más disparatadas, lo cual me exime
de privarme de realizar una propia. Que podrá sonar tanto o más absurda que las existentes,
pero que creo -a diferencia de las demás- cierra a la perfección. Parto del comitente (el que
encargó el cuadro, para los legos). Bien sabido es que el tríptico resultaba un
formato habitual para iglesias, pero que
“El Jardín de las delicias” jamás estuvo expuesto en una. Que fue realizado a
requerimiento de Engelbrecht II, conde de Nassau, del que se chismorrea por
aquí y por allá, no gozaba de buena reputación, aun siendo un entusiasta promotor
de las artes.
A esto
se suma el propósito de la comisión del cuadro: que fuese “de
conversación”, como se denominaba en la época. Es decir, un elemento de entretenimiento para los cortesanos,
que no disponían ni de cine ni de internet. Y encima con la imprenta en sus albores... De pornografía ni hablemos, pobres.
Me he
referido ya a Marcel Ruijters, un historietista holandés que plasmó en ese
formato una biografía tentativa de El Bosco, en base a profundos estudios sobre
su obra, su vida y fundamentalmente el universo que lo circundaba.
La
secuencia que muestro, en la que el Conde de Nassau encarga el cuadro, es por
demás sugerente. No creo –al igual que Ruijters- que en “El Jardín de las delicias” estén tan presentes
las convicciones del pintor, como las intenciones de su comitente. El siniestro personaje, en la historieta, recalca que el tríptico debe resaltar «el pecado omnipresente de la lujuria», agregando «...en todas sus formas». Y con una risa lúbrica, recomienda: «Sed imaginativos, señores míos».
Imaginemos, pues, una escena posterior, que este enfoque de Ruijters sugiere, pero no desarrolla: el Conde lleva hasta un rincón de su palacio a una jovenzuela (o jovenzuelo,
vaya uno a saber) para mostrarle una pintura sobre la creación del mundo. Al
muchacho (o muchacha) no le llama demasiado la atención esa bola en grisalla. Es
allí cuando Engelbrecht despliega, cual un taumaturgo, los paneles laterales, haciendo aparecer inquietantes
escenas de un deslumbrante colorido. Inquietantes sobre todo las de la tabla central, para quien no
tiene en absoluto el hábito de ver gente desnuda.
La
muchacha (o muchacho), turbada (o turbado) pregunta el significado del tríptico. Entonces
el Conde, con voz meliflua, señalando al Señor pone en su boca la frase: «Creced y
multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar,
las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra.» Es el
punto donde Engelbrecht explica, con toda lógica, que es en el segundo panel donde se ilustra la
orden divina. O sea: ni más ni menos que la ucronía de cómo hubiese sido la vida de la humanidad en el Paraíso, de no haber mordido
Eva la manzana. «Que no era la del sexo -aclara-, sino la de la suposición que el sexo es
impuro. Contradiciendo así el mandato divino de practicarlo libremente y sin culpa». Para reforzar el
concepto, vuelve a citar el Génesis: «Estaban ambos desnudos, Adán y su mujer,
y no se avergonzaban». Y culmina con voz tonante: «Mas Jehová Dios llamó al
hombre, y le dijo: '¿Dónde estás tú?' Y él respondió: 'Oí tu voz en el huerto, y
tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí'. Y Dios le dijo: '¿Quién te
enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no
comieses?'» Remata el noble indicando ahora el extremo inferior del panel central: «Aquí está
Adán, imputando a Eva, mirándonos, diciéndonos: ‘Ella tuvo la culpa de hacerme
creer que todo lo que se muestra más arriba, la desnudez, el sexo, el placer, era pecado, contrariando el criterio del Creador. Por eso iremos al infierno. Por
eso el Diablo, que está acá, detrás nuestro, nos viene a buscar para llevarnos al
próximo panel' ».
Lo que
hacen después el Conde de Nassau y el extasiado muchacho (o muchacha) ya no es cosa
nuestra.
Para mí, la única lectura de “El Jardín de las delicias” que cierra, en serio, es la que acabo de exponer.
Curiosamente, en la viñeta de Ruijters, donde El Bosco describe al Conde de
Nassau, se halla el mismo mecanismo de relato gráfico. Un narrador en el
extremo izquierdo, y el hecho narrado detrás, en el centro de la imagen. El
viejo recurso del racconto, tan viejo como la historieta misma, que proviene a su vez de las pinturas que contaban historias, para entretenimiento de cortesanos (como El Jardín de las Delicias) o del populacho.
Al
punto que yo conocí el mecanismo gráfico del racconto de muy pibe, antes inclusive de saber de la existencia
de El Bosco, a través de las Patoruzú y las Patoruzito. Nadie de mi generación podía
dejar de entender, por ejemplo, el
sentido de la yuxtaposición de escenas de la portada de “El Crimen Perfecto”,
la Nº 115 de Correrías, aparecida en marzo del ’67.
Pasa
que los estudiosos de El Bosco, deben haber frecuentado muy poco la historieta
y demasiado las iglesias.
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