...me regala –digo- un original inédito. Actual. ¿Cuánto hace que el Viejo no dibuja las Andanzas, más allá de algunas tapas, que en nada se parecen a las de la época de oro?.
Me regala nada más ni nada menos que “La muerte del Indio”, algo así como la muerte del colega del Norte, después desmentida porque estos yanquis no tienen seriedad. El patagón, en cambio, moría de verdad en esta historieta. Deposita el Maestro en mis manos su obra póstuma, me la confía sólo a mí, ya que nunca la publicará, permanecerá inédita para todos menos para mí. También me confía que si la dibujó es porque quiere que el Indio lo acompañe en el más allá, aunque todos -menos yo- crean que sigue estando acá, mientras que en realidad continúa dialogando sólo con él, como lo hacía en aquélla lejanísima foto, donde aparece en el aire, sólo apoyado en su hombro, revoleando contento las boleadoras como un perro que mueve la cola ante la presencia de su amo, y un joven Maestro le pide, hablando en globitos como él, que le avise cuando esté listo para empezar sus nuevas andanzas y el Indio le contesta: ¡Metéle, canejo! Estoy que me salgo ‘e la vaina por largarme a trotiar por “El Mundo”. Y es posible que sea justamente el tiempo transcurrido desde aquella memorable foto, que se sacaron juntos por diciembre del ’35, lo que ha hecho pensar al Maestro en la cercanía de la muerte, que sin embargo se produce bastantes años después, llegando a los noventa y tres, longevo el misterioso Viejo, que comete el error de quebrar la leyenda de su mutismo de décadas –desde el ’31 sólo se sabía de él por sus creaciones- con el olvidable reportaje que en el ’96, cuatro años antes de morir, concede a la revista de un diario, contestando por escrito apenas seis preguntas insulsas formuladas por un profano, contestando sin mucho entusiasmo, repitiendo lo que había escrito una y otra vez sobre el Cacique Tehuelche, guardándose para sí lo esencial. Lo único verdaderamente rescatable entre las trece páginas a color rellenas de archiconocidos datos y algunos testimonios de dibujantes es la foto: el Maestro, esta vez no en el tablero de dibujo ni con el Indio, sino callado junto a su mujer, rodeado de fastuosidad, todavía entero, conservando un aspecto señorial, distinguido. Su hijo, en cambio, luce avejentado en su postrer aventura, que el Maestro me regala a mí y sólo yo tengo, puesto que jamás fue publicada, y todos los otros coleccionistas me envidiarían por ello, ofreciéndome fortunas o urdiendo mil intrigas para arrebatármela si supieran que la poseo, cosa que jamás revelé hasta ahora, respetando el pedido del Maestro, que me pidió reserva hasta pasado un tiempo de su muerte.
El dibujo es único, no observable en ninguna etapa anterior: casi no quedan rastros de la impronta caricaturesca. El Maestro utiliza un trazo seco, sombrío, plagado de contraluces, que recuerda la última etapa de Breccia. La atmósfera visual es densa, ominosa, casi expresionista. Sin embargo, el esquema de los seis cuadritos por página, de formato apaisado, se mantiene, casi sin variantes. La historia es extensa, ocupa los antiguos ciento setenta y cinco episodios y su tramo final es el más duro, el más trágico podría decirse... (continuará).
Este cuento fue originalmente publicado en el Suplemento Cultura, del diario La Voz, de Zárate, el 14/08/96. Después, con modificaciones, pasó a formar parte de la novela "Las claves del Indio" -inédita-
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