III.- EL CRONISTA DELIRANTE
Entre los tantos olvidos injustos de grandes historietistas, el de Torino es el más injusto de todos. Héctor Locuratolo (tal era su apellido real) nació en Buenos Aires en 1913 y falleció en la misma ciudad, un 16 de noviembre, a los 79 años.
En un reportaje para la revista “Dibujantes”, por la década del ‘50, Torino afirma haber iniciado su carrera en 1935, en “El Suplemento”, con la tira “Don Mamerto Detective” (34), contando con 20 años de edad.
Las cuentas no cierran. Tengo para mí que, llegando a la edad madura, comenzaba a quitarse años. Hay fotos que lo muestran junto a actrices de la época, con una estampa de galán que debe haberle costado resignar. Todos los testimonios lo pintan como un mujeriego empedernido.
En el mismo reportaje declara admirar, en su propia especialidad, a Disney. Y en otras, a Alex Raymond, Norman Rockwell, Arteche, Salinas y Bernabó.
Por otra parte, en una mini biografía publicada en “El Hogar”, se menciona su paso por Bellas Artes.
Ahora bien... Francisco Mazza, que trabajó años junto a Héctor L. Torino (así firmaba), en el obituario que le dedica en “Jaimito” Nº 196, de enero del ’93, lo ubica como un autodidacta que reconocía la influencia del Popeye, de Segar.
En otra nota de “Aquí está!”, Torino confesaba: “Quiero ser muchas cosas en la vida”. Allí mismo, además de dibujante, se lo presenta como violinista, cantor popular, pianista, decorador, creador de joyas, modelista, actor, argumentista, empresario teatral. “No conforme con todo eso -prosigue el artículo, firmado por Silvestre Otazú- Torino se construyó con sus propias manos una cámara filmadora, con la que, nos dice, filma a ratos perdidos (de tres a cuatro de la mañana). Con esa cámara -nuevo Orson Welles- está dando los primeros pasos que algún día lo llevaran a la meta (actual) de sus sueños: ser director de cine”.
Declara haber nacido en el barrio de Boedo, en “una casa común de barrio, con patio al fondo, sin ninguna particularidad digna de destacarse..., por ahora. No se si más adelante será distinto y algún día pondrán en su frente una chapa de bronce que diga así: ‘Aquí nació y vivió los primeros años de su gloriosa vida Héctor L. Torino’”
Torino soñaba mucho, y quería devorarse la existencia. Y buscaba -como casi todos lo hacemos- reconocimiento.
Hasta el momento en que esto escribo, los argentinos se lo debemos (35).
Sin la consecuencia ni el talento empresarial de Quinterno o Mazzone, el creador de Don Nicola fue sin embargo el que más se dedicó a la Historieta Propiamente Dicha.
Su prolífica carrera se desarrolló en innumerables publicaciones. Como también lo fueron los personajes salidos de su inventiva.
A poco de su debut en “El Suplemento”, realizó en “Leoplán” “Esculapio Sandoval, repórter sensacional” -otra tira-, donde aparece Caperucita, un cadete minúsculo que se desplaza en patines y que alterna todo el tiempo el tratamiento de “usted” y de “che”. Y en el suplemento en colores del diario “Crítica”, ya con formato de episodios continuados, “Barquinazo, un punto alto”, uno de cuyos personajes utiliza luego como imagen de Yulbri, el pelado amigo de Pascualín.
“Conventillo”, su máxima creación, fue publicada en la revista “Aquí Está!” desde el 1º de julio de 1937 (Nº 117) hasta comienzos de la década del ’50. Allí surge por primera vez Don Nicola, el tano encargado del conventillo ubicado La Boca. El cocoliche en el que lo hacía hablar, es uno de los lenguajes más logrados de la historieta cómica argentina. Además, la galería de personajes que idea es riquísima en matices: el Maestro Esculapio, quien debuta como ladrón -junto al diminuto Agustín- pero terminará convirtiéndose en inseparable compañero de aventuras del protagonista; los dos sabios, Turbina y Lamparita; Barrabás, el enano maldito, Némesis de éstos, y su ayudante, Agapito; otro enano, Sansón; el marinero Dos Pipas. A lo largo de esos episodios se suceden dibujos increíblemente elaborados, con aguaditas y sepias, que muestran un estilo personalísimo (36).
En 1944, Torino se lanza con su primer intento editorial: “Bicho Feo”, “la revista que se pide silbando”, que tuvo corta vida. Su staff incluía a Breccia (37), Cortinas, Battaglia y Guerrero. Allí dibujó “Soplete”, “Los Dos Profesores” y “Salustiano y Buscapié”.
Otros historietas suyas, no tan conocidas, son “Bolita y Palito” (“Tibor Gordon”, década del 40), “En cada puerto una bronca” (“Cara Sucia”, década del 40), “Santiago y su huesito mágico” (“El Trencito”, década del ’50), “Marilyn García” ("Loco Lindo", décadas del 50 y 60).
“La Barrra de Pascualín” aparece por primera vez en la revista “Avivato” (1953). Torino, también allí, ilustra a Juan Mondiola. “Nicolita y su pandilla” tiene su antecedente en “Aventuras de Nicolita”, publicada en “Maribel”, donde ya el personaje, sobrino de Don Nicola, poseía un talismán mágico.
Varias de estas creaciones tendrán revista propia, sobre fines de la década del ’50, en Ediciones Torino, su segundo intento editorial.
El título inaugural es “La Barra de Pascualín”, en 1958, donde el flaco y lungo porteño aparece, inusitadamente, protagonizando historias del Far-West.
Si bien algo del Conventillo de “Aquí Está!” había sido compilado anteriormente en “Las aventuras de Don Nicola” (Editor Responsable: Vicente Mamut, mediados de los ’50, revista de formato tabloide que duró pocos números), el debut de “El Conventillo de Don Nicola” en Ediciones Torino, fue en enero de 1961. Allí se reeditan algunas aventuras aparecidas en la publicación de origen y se suman nuevas. Aunque a éstas, Torino las dibuja en forma irregular, dejando el personaje -como en otros títulos de su editorial- a cargo de colaboradores, siendo el principal Francisco Mazza.
Poco después seguirán “Barrabás”, “El Mago Fun-yi-to” (38), “Nicolita y su pandilla” y “Soplete”. También editó revistas con historietas de Daloisio (“Tric y Trake”), Mazzeo (“Historias Tangueras”), Mazza (“Pepinucho y Coliflor”, “Búfalo Boy”) y Govio (“Piratón Kid”) (39), quien tenía un estilo de dibujo muy similar al de Mazzone.
A principios de los ’70, el cambio en los gustos del público y el desaprensivo manejo que, llevado por la vida bohemia, hizo Torino de su propia editorial, determinaron su cierre.
El personaje de Don Nicola pasa a ser editado por Cielosur, donde a poco andar sufre una transmutación en su identidad. Torino, quizá llevado por insidiosas críticas de anacronismo, le hizo ganar la lotería al gringo de Cattanzaro, abandonar el conventillo, y largarlo a una vida parecida a la que llevaba Isidoro Cañones.
El esquema, por supuesto, era difícil de sostener, ya que alejado de su mundo, Don Nicola resultaba poco reconocible y el efecto cómico que podía generar su inserción en el nuevo ambiente, se diluía muy rápido.
El autor dejó definitivamente las historietas de ese tano, que ya no era el suyo, en manos de otros.
Como si se hubiera rendido frente a las supuestas necesidades del mercado, pero sin convencerse del todo, siguió haciendo, de tanto en tanto, casi como un hobby, tiras del conventillo.
Con algún apunte de vestuario más actualizado, eso sí.
Aunque sin abandonar la pileta y las medias colgando de la soga en el patio, las chapas rotas de los techos, las palanganas atajando las goteras, los tachos desbordando de basura, las inquilinas gordas mateando junto al calentador. Y siempre, mudos testigos de todo, los perros, los gatos, las ratas...
En esas viñetas, en sus detalles, se cifra nuestra historia, la de nuestros padres y abuelos. Comunidad forzada de inmigrantes que habiendo llegado apiñada en barcos, volvía a apiñarse en minúsculas piezas, compartiendo piletas de lavar ropa, cocinas, baños, patios. Allí la desavenencia, reforzada por la disparidad de lenguas, era moneda corriente. Pero en la historieta, también aparecía la solidaridad, que empezaba por el propio encargado, Don Nicola. A pesar de renegar constantemente con los inquilinos, el tano terminaba perdonando deudas y albergando gratis a los que estaban definitivamente “en la lona”.
Además, se podía encontrar en “Conventillo” el barrio multirracial, dedicado al comercio: el tano verdulero o dueño de fonda, el turco cambalachero, el gallego almacenero.
Torino solía pintar un paisaje urbano de casas pobres, fábricas, baldíos, tapiales, montículos de tierra...
Un país en difícil construcción.
Entrevistado por Pablo de Santis (40), Torino cuenta que en principio se le había propuesto una historieta que transcurriese en una pensión. “Pero era un ambiente que no conocía. Me era más familiar el conventillo. Los conocía de mi barrio, San Juan y Boedo. La fuente de inspiración era lo que veía a mi alrededor”.
Al cumplirse un año de la publicación de la tira en “Aquí Está!”, la revista le dedica un artículo (Nº 224, del 11-07-38), donde se lee: “Conventillo 1937 -ahora 1938- es una caricatura amable de la vida. Sus individuos no son tan ficticios ni tan convencionales como parecen. Es posible encontrarlos y tropezar con ellos a diario, en la calle, en la fábrica, o en el suburbio. Don Nicola, el carácter más definido de la historieta, se humaniza en la psicología ligeramente chaplinesca, bien estudiada por Torino. Y los dos profesores, los personajes más absurdos dentro de la atmósfera del Conventillo, los más irreales en su aspecto formal, ¿no recuerdan acaso a los inventores domésticos, más intuitivos que prácticos, que desarman cuanto reloj cae en sus manos y descubren, al armarlos nuevamente, que con las piezas “que sobran” pueden armar otra máquina?”
Ese mundo, que nació y alcanzó su máxima expresión en “Aquí Está!”, remite indubitablemente a los orígenes mismos del teatro nacional. Me refiero, por supuesto, al sainete de Vacarezza que, al igual que la historieta, era considerado “género chico”.
Pero se cuela además algo del tránsito del sainete al grotesco discepoliano.
Así lo entendió Enrique Breccia, en su adaptación a la historieta de “Mustafá” (41), sainete-grotesco del gran Armando Discépolo. En el primer cuadro aparece esta dedicatoria: “A Héctor Torino, con afecto y admiración”.
Está claro que el personaje del gringo Gaetano, que reclama al turco protagonista de la obra la mitad del premio de un billete de lotería comprado a medias, bien podría ser Don Nicola, y el conventillo en que transcurre, el suyo.
Por finales de los ‘30 se desarrolla en “Aquí Está!” el extenso episodio del hallazgo de un tesoro, dejado por antiguos contrabandistas en el sótano del conventillo. Si bien Don Nicola y el enano Sansón son quienes lo descubren, es disputado por un inquilino turco. La desopilante lucha entre tano y otomano, remite a la pieza de Discépolo, estrenada a principios del '20. No descarto que el creador de Don Nicola conociera y admirara la obra de don Armando.
Torino, en un auto reportaje aparecido en “Leoplán”, afirma: “Yo hago historietas con tipos tomados de la realidad”.
Aún los personajes más delirantes del conventillo solían meterse con esa realidad. El 20 de febrero de 1939, en el Nº 288 de “Aquí Está!” aparece una nota que da cuenta del final de un concurso ideado por Torino. O mejor dicho, por los sabios Turbina y Lamparita, quienes habían demostrado ser más eficaces que el ingeniero Baigorri Velar, supuesto inventor de una máquina de la lluvia, que andaba en boca de todo el mundo por esos días.
El desafío se había gestado de la siguiente manera: “- Nosotros, que somos los que debemos ser, pero podríamos haber sido diez veces más de lo que somos, si los que no fueran mucho menos de lo que parecen ser, hemos inventado un aparato que, ése sí, hará llover lo que debía haber llovido si el que quiso hacer llover hubiera podido hacer llover lo que esperaban que lloviera... (42)
- Lo profosore!... Lo profosore hano enventado l’aparato para hacerte caer lo choporrone!...- gritó don Nicola con extraordinario entusiasmo.” (...) “tenemo que salvare lo prestiquio de lo conventiyo, de lo profosore, de don Necola e de lo aparato para hacerte abrire lo paragua. Semo lo tre moscotero: todo para uno e uno para todo! Vamo a lanzare lo reto a lo encrédolo. Vamo a pedire que te mándeno a decire lo día que quiere que llueva, e te le hacemo yovere. Ya va sapero lo mondo falace e descreído lo que somo capace nosotros, e que se yo!”
Traducido del cocoliche: los lectores debían adivinar el día exacto en que los sabios desencadenarían la precipitación pluvial. El concurso fue un éxito: se recibieron 37.480 cupones, según da cuenta la revista.
Otro dato que revela ese extraño y permanente tránsito entre la realidad y una historieta costumbrista con rasgos delirantes, es la preocupación de Torino por traducir la imagen de la mujer a su mundo. En el reportaje ya mencionado de la revista “Dibujantes”, expresa: “Hasta el momento lo que más dificultades me ha ofrecido ha sido encajar la figura femenina dentro de mi estilo un tanto exagerado sin que la misma pierda su gracia y belleza”.
Una propiocepción de lo más ajustada. Las hembras de Torino no tenían nada que envidiar a las de Divito. Sin embargo, al lado de Don Nicola y la fauna que lo rodeaba, resultaban demasiado contrastantes. No porque el gringo, aún con su veta sainetera y hasta grotesca, no tuviera asiento en la realidad, sino porque los “minones” que solían aparecer por el conventillo -no las vecinas gordas de batón, se entiende-, resultaban en extremo estilizados para ese ambiente.
Pero no siempre la realidad estuvo presente en “Conventillo”.
A Torino, según él mismo relata (43), le habían llegado críticas: “Cuando me dijeron que abusaba con el costumbrismo, empecé a meter aventuras en planetas lejanos, en Marte, hasta en el infierno, adonde Nicola viaja en busca de un antepasado muerto”.
Dicha vertiente, inusitada y absurda, que amalgamaba costumbrismo con ciencia-ficción, tuvo momentos sublimes.
Podría decirse que, a través de algunas de esas páginas, Torino cumplió el sueño de vincularse al cine, aunque de una manera extraña. “Viaje alucinante (Microscopia / Strange Journey)” es una película de ciencia ficción, dirigida en 1966 por Richard Fleischer, y ganadora de varios premios Oscar. Cuenta la travesía de un grupo de científicos por un territorio nunca antes explorado: el cuerpo humano. La misión consiste en eliminar el tumor que pone en peligro la vida de otro importante científico, para lo cual los exploradores deben reducir su tamaño al de una partícula e introducirse en el interior del cuerpo de aquél. El guión registra impresionantes similitudes con un episodio de “Conventillo”, desarrollado entre el 8 de enero y el 8 de febrero de 1945 (“¡Aquí Está!”, Nros. 902 a 911), en episodios continuados y a razón de una página por edición.
Otra historia memorable, de fines de los ’30, transcurre en el castillo de un inventor loco que resulta ser el padre de los sabios Turbina y Lamparita. En el momento del histórico encuentro se dispara por accidente el “rayo diabólico” y los tres quedan petrificados en un abrazo. Los hermanos profesores no tenían aún, en dicha etapa, los nombres con que después se los conoció. Es más, el segundo ni siquiera portaba la característica lámpara en la cabeza, sino que llevaba gorro. Es el sabio loco quien la lleva y posteriormente su hijo la adopta.
Las fantasías científicas, plagadas de robots y cohetes interplanetarios, tenían presencia permanente en las historietas cómicas de la época. Bambufoca, en “Capicúa” es uno de los ejemplos. La singularidad de Torino radica en desarrollarlas en el ambiente del conventillo y con la precariedad que esto presuponía. Los dos profesores construyen sus aparatos con elementos cotidianos, tomados del entorno en que habitan, tornando más delirantes aún los resultados que con ellos logran.
Don Nicola también transita el frecuente tópico de las aventuras en islas exóticas, habitadas por tribus salvajes. Pero una vez más, la rica imaginería de Torino evade el lugar común, con un nivel de absurdo que el mismo Battaglia hubiera envidiado. En una de esas exploraciones, se produce el encuentro con un falso científico que transfiere a humanos características de animales.
Lo mismo se constata en historias “de terror”, como “El Hombre y la Bestia”, aparecida originariamente en “¡Aquí Está!”, y recopilada en el Suplemento Nº 2 de la Revista “El Conventillo...”, de 1968. Allí Torino hace que confluyan en Don Nicola tanto el personaje de Stevenson, como “El Fantasma de la Opera” y el cuento de Caperucita Roja. En otra del mismo género, aparecida en “La Barra de Pascualín” Nº 19, de enero de 1960, Don Nicola y el Maestro se ven acechados por monstruos, que en realidad terminan revelándose como caracterizaciones de Liberto Pecci, actor de radioteatros de la época.
Sin embargo, de todas las vertientes argumentales que desarrolla para su personaje, hay una que resulta de una potencia inusitada, aunque no tan frecuente como las enumeradas. Es cuando Torino hace incursionar a Don Nicola en un submundo sórdido y ominoso. Los sótanos del conventillo, al los que ya he hecho mención, juegan aquí un rol importante. Debajo de la superficie pintoresquista, se revela súbitamente un mundo subterráneo y siniestro.
Una historia que ejemplifica en forma magistral esta veta argumental, es la publicada -desconozco si por primera vez- en el Nº 84 de "El conventillo...". de diciembre del '67. En dicho episodio, Don Nicola vuelve de visitar a un paisano y encuentra el conventillo sombríamente vacío. A partir de allí, y con un clima que roza lo onírico, descubre que los inquilinos han sido desalojados por unos extravagantes delincuentes que utilizan los pasajes subterráneos para trasladar contrabando. Son dirigidos por un jorobado, con pata de palo y garfio en vez de mano, que juega al balero. Este personaje es de una crueldad inusitada, que se traduce en tomar esclavos para que trabajen atados a norias, fusilamientos y torturas. Don Nicola, Esculapio y Agustín -junto a Lechuga y Sopapo, quienes solían acompañarlos en algunas aventuras- caen en sus garras. Luego de varias vicisitudes, logran eludir la mortal amenaza de una cámara de gas y atrapar al jorobado, que termina siendo linchado por una multitud.
Túneles, actividad nocturna y subterránea, sórdidas conspiraciones, excéntricos delincuentes... Situaciones y personajes que llevan a asociar la historieta de Torino con el mundo de Roberto Arlt. Una época se refleja en todas sus manifestaciones culturales, de una u otra forma. Pero sólo grandes creadores pueden abarcarla en sus aspectos más complejos y oscuros. Esta dimensión llegó a alcanzar Torino con Don Nicola.
Es una verdadera lástima que en la época que transitó no se valorizara a la historieta. Y que en la actualidad, cuando quizá se la valora en demasía, no se rescaten, en Argentina, las obras maestras del pasado.
Luego del cierre de su editorial, Torino fue guionista para el Larguirucho de García Ferré, lo mismo que para títulos menores, basados en éxitos televisivos, como “El Gordo Porcel”, “La Voz del Rioba” o “El capitán Piluso”. También intentó asimilarse al estilo que imponía Quinterno para dibujar las “Andanzas de Patoruzú”, sin lograrlo.
Terminó sus días dando clases para pocos alumnos.
Las más de 1.000 páginas que realizó para “Aquí Está!”, así como otros magistrales trabajos suyos, están en la actualidad dispersas en manos de unos pocos coleccionistas (44).
En lo que respecta a la etapa de Cielosur, hay que decir que “Grandes Aventuras de Don Nicola”, tanto sea como parodia o como remedo de las “Locuras de Isidoro”, constituyó un enorme desatino. Flaco favor se les hizo al personaje y a su creador. Es comparable con la política de Editorial Universo al seguir editando “Selección de las Mejores” (Andanzas, Correrías, Locuras), que ni son “selección”, ni tampoco son “las mejores”. En las revistas de Cielosur hasta entrados los ’90, así como en las de Universo hasta el presente, son escasísimos los rastros que se pueden hallar del talento de Torino o Quinterno. Generaciones enteras que allí conocieron sus personajes creen que de eso se trataba, y con razón los menosprecian. En cambio, en las compilaciones de Capicúa, Afanancio o Piantadino que realizó Seijas, también por los ’90, solían encontrarse trabajos de las mejores épocas de Mazzone, sin ningún tipo de adaptación.
De todos modos, los tres merecen que se los rescate en ediciones cuidadas, en álbumes que respeten todo el esplendor original de sus creaciones. Seguimos debiendo el tributo a estos grandes maestros de la Historieta Cómica Argentina.
(34) En “La Argentina que ríe” -op. cit.- se consigna en cambio el año 1934, en la misma publicación, con dos tiras: “Don Mamerto, detective” y “Manate y Repollito”, firmada como “R.A. Toll”.
(35) No ha sucedido así por otros lares. En el sector destinado a la Argentina de la edición 2008 del Festival International de la Bande Dessinée de Angoulême, Torino ocupó un lugar de privilegio.
(36) Lamentablemente con los años, quizá atrapado por otros intereses, ocupado en la bohemia de las orquestas típicas, Torino fue descuidando el trazo, simplificándolo, aunque sin perder nunca su impronta.
(37) Breccia hacía allí Gentleman Jim, firmando como “Vaghi”, dado que tenía contrato exclusivo con Ed. Láinez. La jugada le salió mal, porque “Bichofeo” tuvo escaso éxito y duró pocos números, al tiempo que en Láinez se enteraron y le retiraron trabajo (según lo relatado por el dibujante a Trillo y Saccomanno, en un reportaje que le hicieran para la Tit-Bits de Récord a principios de los ’80).
(38) El mago oriental es una maravilla surrealista, sobre todo en lo que respecta al don de transmutar objetos. El personaje venía de “Leoplán”, donde vivió su etapa de esplendor. En la revista propia, pocos rastros pueden hallarse del trazo y la imaginería de Torino.
(39) Si bien estas publicaciones, como las demás, llevaban el sello editorial de Torino, la dirección de cada una de ellas la ejercían los propios dibujantes.
(40) Suplemento "Risas Argentinas", nota de Pablo De Santis, revista "Hora Cero" Nº 4, septiembre 1990, Ediciones de La Urraca.
(41) Revista Fierro Nº 3 (primera etapa, Noviembre 1984).
(42) Este extraño juego de palabras de los profesores, es repetido a menudo, con múltiples variantes. Los personajes de Torino, en general, como vengo apuntando, adoptaban giros linguísticos muy particulares y de gran eficacia cómica.
(43) ídem cita 38.
(44) No puedo dejar de agradecer a uno de ellos, Luis del Pópolo, con quien, a lo largo del tiempo, he intercambiado abundante material sobre Torino. A él debo las notas de “Aquí Está!” que se mencionan y, además, el descubrimiento de la fecha de la primera publicación de Conventillo 1937.
El copyright de "MAZZONE, QUINTERNO, TORINO: SINGULARIDADES DE TRES MAESTROS DE LA HISTORIETA COMICA" pertenece a Miguel Dao, y se encuentra registrado. Cualquier reproducción -total o parcial- que omita mencionar la fuente será pasible de acciones judiciales.
Dale Miguel,la hinchada te lo pide,para cuando el libro de oro con tus investigaciones?como no va haber un editor interesado?
ResponderBorrarJe! Lo que pasa, Fer, es que está lleno de "ensayistas" que se tiran un pedo y pretenden publicarlo. Yo ni siquiera me muevo respecto a mis obras de teatro, que debe ser lo mejor que tengo escrito, así que imagináte... Abrazo
ResponderBorrarGracias por mencionarme, Miguel, pero no hay nada que agradecer. A mí tus artículos también me han brindado mucho.
ResponderBorrarY cuando lo encuentre, te mando lo prometido. Tal vez más adelante agregue cosas de Torino en mi blog, pero bueno, donde estén es lo de menos, creo.
Y felicitaciones por todo este análisis, y creo como no, que es para publicar. Recuerdo que la Gociol publicó en Todo es Historia antes de llegar a De la Flor. Allí también publicó Siulnas. O en alguna otra revista. Ese puede ser un paso para después volcar esto y más textos de este blog u otros que tengas en formación en un libro.
Acá en la web tambien es un poco riesgoso, porque no te llevarán un escrito en forma textual pero pueden soplarte algunas de las ideas que vertís. Y eso estaría muy mal.
Un abrazo.
Es verdad que esté donde esté la información, es lo de menos. Lo realmente importante es rescatar a estos creadores, y entonces resulta muy bueno que surjan nuevos sitios. Y que además haya intercambio entre ellos. Ayer justamente hablaba con César Da Col, y coincidíamos en que es en este tiempo -en que todavía se pueden hallar, aunque trabajosamente, las producciones- cuando hay que dar batalla por la preservación de estas gloriosas épocas de la historieta argentina. Si no, quizá, en 20 años más no quede nada, sobre todo cuando venimos padeciendo generaciones de historietómanos que sólo consumen, conocen y valoran lo que viene de afuera.
ResponderBorrarEn cuanto a publicar en la web... no hay drama en que se tome la data objetiva. Yo mismo recurro muchas veces, para llenar los huecos de mi colección, a material ajeno (aunque siempre citando). Y si le ahorro a alguien el laburo de organizar, y a su vez aporta o corrige, bienvenido sea. Lo que en general noto es una actitud parasitaria. Con respecto a Patoruzú, por ejemplo, proliferan post y "megapost", que solo hacen copypaste de la Patoruzú Web, y pretenden ser originales. Y para que no se piense que me quejo de gusto, acá consigno el patético ejemplo de un tipo que repite los lugares comunes de siempre y termina mandándole copyright (!!!): http://www.suite101.net/content/patoruzu-el-superheroe-argentino-a26117. Y encima con un título de lo más desafortunado, dado que el concepto de súper héroe es de los yankees, no nuestro. Es decir, mira a Patoruzú desde afuera, lo prestigia desde ahí. Eso sin contar que el indio no entra, a mi juicio, dentro del parámetro de "súper héroe".
Pero el punto más delicado es el de las ideas, los enfoques. No se si los míos son valiosos o no, pero estoy seguro que son absolutamente particulares e intrasferibles. Y ahí, deviene imprescindible la cita. Es una cuestión de honestidad intelectual. Valor que, desgraciadamente, no corre en estos tiempos.
Claro que si quieren chorear, lo van a hacer tanto de acá, como de un libro.
Hasta te diría que la web tiene la ventaja de ser más accesible para el que quiera comprobar el origen de determinado concepto.
Abrazo
Me acordé de una anécdota que me parece nunca referí acá.
ResponderBorrarEn los '80 se dio un auge del cine en Súper '8 en todo el país. Yo me integré a ese movimiento y participé de varios concursos. Una modalidad era la del montaje en cámara: el rollo duraba 3' 20", se filmaba íntegro, con escenas, cambios de plano, fundidos, lo que uno quisiese, pero se entregaba sin revelar, saliera lo que saliera. Por esa misma época, aparecían los primeros letreros de publicidad computarizada, y en la 9 de Julio, enfrente del obelisco, había uno que mostraba una animación de Chaplin, entre anuncio y anuncio. Resulta que en un concurso, un superochista -en Provincia- presenta la filmación de ese cartel, mostrando sólo las partes que aparecía Chaplin. Yo le pregunté cuál era el propósito, en que consistía la originalidad, la labor creativa. Me contestó: "Vos porque viste el letrero, pero el que no lo conoce, cree que la animación la hice yo".
Era el germen de esta actitud cada vez más frecuente que hoy se observa en internet.
Je. Me di manija con el tema y armé un loguito, que ubiqué a la derecha de la página. El quiera sumarse, no necesita en este caso mencionar la fuente :)
ResponderBorrarEstimado Dao, (permitame llamarlo así, a secas) hace tiempo que lo sigo y no sólo ideologicamente estoy de acuerdo con sus posturas, sino que me parecen muy interesantes los contenidos sobre historietas de esta blog. Como admirador de este arte, (las historietas), coincido con el letor que pide un libro co ss investigaciones. Un abrazo
ResponderBorrarGracias, Maelternik! Esperemos que caiga algún editor por acá, y que opine lo mismo... Abrazo
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