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miércoles, julio 28, 2021

HISTORIETA Y TEATRO

En 1925, "Trifón y Sisebuta" (o sea Bringing up father, de Mac Manus), tira cómica que publicaba el diario La Nación bajo el título "Pequeñas delicias de la vida conyugal", fue llevada al teatro por la compañía de Roberto Casaux, un actor famoso por sus camaleónicas caracterizaciones, que estaba a la altura de los grandes y que murió joven. La adaptación corrió por cuenta de Enrique García Velloso, prestigioso dramaturgo de la época.

A la notoriedad del actor se sumó la popularidad de la historieta, lo que hizo que el espectáculo -ofrecido en el Teatro Nuevo de la calle Corrientes- superara las doscientas representaciones, cifra récord para la época, en que las compañías cambiaban de repertorio semanalmente.



"El cuerpo es la cita", Interpretación, creación y puesta en escena, por Marina Wainer

De adolescente incursioné a través de profusas  lecturas en el "método" de actuación stanislavskiano / strasbergiano. Creí entender de qué se trataba.

Tiempo después comprobé que existían cantidad de variables de interpretación posible cuando el tal "método" -que no es tal- se llevaba a la práctica, y que poco tenía que ver con lo que tempranamente di por sabido.

Más tarde aún, cuando de alumno pasé a maestro, realicé a mi vez una operación sincrética entre mis tempranas lecturas y lo que mis propios maestros me habían transmitido. Operación que no fue única, puesto que iba mutando a medida que adquiría horas de vuelo.

Así cualquier certeza adquirida se convertía en transitoria, apenas un sendero a explorar, nunca una garantía de resultado. 

En algún momento, a raíz de tanta relativización permanente, llegué al extremo de preguntarme si los textos teóricos de teatro servían para algo. Si la actuación no debería aprenderse al viejo estilo, de forma totalmente empírica, tratando de desentrañar los recursos de los grandes actores y transitando el escenario.

Mi contestación de hoy es que no, que los textos son necesarios, en tanto no se conviertan en dogmáticos o exegéticos de otros textos. En tanto abran en vez de cerrar. En tanto sean (odiosa palabra, pero adecuada aquí) "inspiradores".

Y en tanto, fundamental, sean concebidos como una teoría entre dos prácticas.

En "El cuerpo es la cita", el libro de Marina Wainer, existe una unidad conceptual muy grande, en contenido y forma. Lo cual significa unión de vertientes difíciles de imaginar, incluso para mí, que seguí de cerca el proceso de elaboración del texto y que compartí muchas horas de ensayos y funciones con la autora.

El mundo imaginativo y asociativo, el delirio creativo, esa máquina de proponer permanente que es Marina Wainer, parece en principio imposible de ser plasmada en un entorno teórico.

Allí radica el esencial acierto de "El cuerpo es la cita", en eludir lo teórico a la manera acostumbrada y transmitir en cambio propuestas de búsqueda que nunca se encierran en sí mismas, que jamás se convierten en "receta", que no pretenden ser soluciones, sino maneras –variadas maneras- de abordar las problemáticas del actor. 

"El cuerpo es la cita" es manual, es guía, es poética de la escena. Estimula, provoca, pincha. Es libro de consulta, para acudir a él en momentos de atolladero creativo, de confusión escénica, de neblina teatral.

Adecuado para el bolsillo del estudiante o para la cartera de la actriz.

Yo recomendaría que lo consigan...la autora podrá informarles el cómo (la ubicarán fácilmente en Facebook)

lunes, julio 12, 2021

BANDE DESSINÉE EN PANDEMIA (X): "FLORENCIO Y LOS GAUCHOS" ≠ “STRAPONTIN CHEZ LES GAUCHOS”

El anuncio de la publicación de un Quijote en español en China suena un tanto extraña si uno no conoce la historia de la "traducción" de Lin Shu, que la acompañará.

El mundo de las traducciones siempre me resulta fascinante.

Acabo de leer  "Florencio y los gauchos", comprado en Barcelona (VER) va a hacer casi dos años, en un afortunado viaje, teniendo en cuenta que muy poco tiempo después ya no se pudo viajar más (al menos como acostumbrábamos a hacerlo).

Diez años antes del posteo referenciado, había leído “Strapontin chez les gauchos” (VER), su original.

El desafío para el traductor español, en este caso, consistía en que el protagonista llegaba a Argentina, donde se hablaba un idioma que no entendía, que resultaba ser el mismo idioma en que el traductor debía hacer hablar al protagonista. 

Para colmo de males, dentro de la historieta misma, un personaje, el gauchito del segundo posteo, oficia de intérprete.

De tratarse de novela o cuento para adultos la cuestión se solucionaría con una simple llamada: "en español en el original"...  pero eso no vale en la historieta, claro.

El truco que encuentran en la edición de Jaimes pasa por la tercerización del idioma: el hacendado argentino, resulta ser allí un italiano que se afincó en nuestro país. 

Así Julio Ramírez, propietario de una gran estancia en Argentina (según el original) se convierte en Tino Sarto, siciliano que vino a probar suerte aquí.


Esto habilita que sus empleados, e incluso otros terratenientes, hablen una lengua que  Florencio – Strapontin no comprende y que el gauchito bilingüe  (también rebautizado) le traduce. 



A primera impresión el recurso me resultó forzado,  pero a medida que pasaba las páginas, veía que funcionaba, por más que no solucione todos los problemas que presenta el guión de Goscinny, que como de costumbre no son pocos. Basta remitirse a la delirante secuencia del diccionario, que como se observará ha salido airosa...

Y al fin y al cabo, la inmigración italiana en el país resultó mayoritaria en relación a otras comunidades europeas. A más, terratenientes italianos tenemos de sobra... Macri y su amiguito Benetton, sin ir más lejos.

Volviendo al inicio, y parangonando los diccionarios a los que acuden los gauchos con Lin Shu, éste "tradujo" el Quijote al chino oyendo a un ayudante que le leía una versión en inglés de la obra de Cervantes. 

Un tipo de audacia, como la restauración del  Ecce Homo de Borja, que suele generar hechos artísticos  nuevos y discutibles (aunque por suerte, el Quijote original no fue sobrescrito). 

"Florencio y los gauchos" no es exactamente “Strapontin chez les gauchos”, pero conserva el aire de familia. Me alegra incorporarlo a mi colección.