SOBRE ESTE BLOG...

Vas a encontrar, básicamente, data sobre historieta cómica argentina clásica. Además, bastante de bande dessinée. Algunas reflexiones sobre el lenguaje historietístico, muchas polémicas y miles de imágenes, la mayoría de mis propios archivos. La forma más fácil de ubicar un material o autor es ir a "Etiquetas", revisar y hacer click en la pertinente. También podés escribir una palabra clave en "Buscar en este blog". Tenés mi contacto, encima, acá al lado → → →→ → →→ Suelo responder mails si la consulta es muy específica. En cuanto a enlaces que ya no funcan, lo siento, llegaste tarde. Podés tomar lo que quieras, en tanto cites la procedencia. Si no citás, y te ubico, te escracho públicamente, como he hecho en varias oportunidades. Enjoy

jueves, septiembre 30, 2010

INVENTANDO VERSITOS A LAS ANDANZAS (2)

Una de las hazañas de Patoruzú que más me impresionó de pibe es la que realiza en Andanzas Nº 92, "El rey del contrabando". Si bien hoy en día observaría que allí se coloca al personaje directamente en la categoría de lo sobrehumano -límite que Quinterno cuidaba no traspasar-, la secuencia me sigue pareciendo admirable.








(...dedicado a Sergio Maganás, a quien le gustó la idea de los versitos)

miércoles, septiembre 29, 2010

CHATARREROS

Hacía tiempo que no veía en Feria Franca una Andanzas (con z de zopenco) de esta época tan hecha mierda. Encima, con defecto de corte original. Y pide 20 mangos por la "revistita"!!! Aclaro, como el vendedor es de La Plata, que no soy yo...
http://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-95871641-revistita-andansas-patoruzu-llamados-emergencia-en-la-plata-_JM
(...estreno nueva etiqueta: "Mercaderes")

martes, septiembre 28, 2010

INVENTANDO VERSITOS A LAS ANDANZAS

Estaba visitando el blog de Maganás, donde en el último post subió una tira de Patoruzú con verso y se me ocurrió inaugurar este jueguito, para matizar y no aburrir con sesudas notas todo el tiempo, ya que el puterío lo tengo abandonado.
Es sabido que con el Nº 55 de Las Grandes Andanzas de Patoruzú e Isidoro no sólo comenzaron las inéditas, sino que también desaparecieron los versitos que precedían cada tira y operaban a modo de comentarios humorísticos de la acción.
En esta sección tomaré cualquier tira de la franja de inéditas, y le incorporaré un verso. Por supuesto que, los amigos quinternianos (o no) que estén al pedo y quieran prenderse en el juego aportando variantes, son bienvenidos.
Comienzo con “Petróleo y Champán”...

domingo, septiembre 26, 2010

CURIOSIDADES QUINTERNIANAS (VII): CALCULANDO LA EDAD DE ISIDORO CAÑONES

Es sabido que, en general, los personajes de historieta no envejecen.
El caso de Patoruzú y Patoruzito, también se sabe, resulta singular, pero en tanto se los toma en edades estratificadas.
Sin embargo, la cantidad de años en cada etapa, resta imprecisa, por más que se intente hacer valer datos extraídos de aquí y de allá. Esos datos revelan contradicciones no bien se los confronta.
Varios coleccionistas, por ejemplo, han hecho mención a que en “El hombre de las mil caras” se le atribuye a Isidoro la edad de 30 años.
Debería entonces, en su fase adulta, tenerlos para siempre, si es que vale lo enunciado al principio.
Pero hete aquí que en el Nº 59 de Andanzas, “Misión secreta” (aventura original publicada en esa revista en noviembre de 1961), aparece un anclaje temporal en relación a la edad de Isidoro. Un personaje dice recordarlo de un domingo de octubre del año 1939, en el hipódromo de Palermo, en que había acertado seis carreras. Lo que Isidoro confirma, añadiendo que se trataba del gran batacazo de su juventud. Por más joven que fuera, no podría haber apostado en el hipódromo antes de la mayoría de edad, que hasta 1968 se establecía a los 22 años. O sea que, tomando esa cifra como referencia de mínima, para la época de “Misión secreta”, habiendo transcurrido otros veintidós años, Isidoro tendría 44 y no 30.
Invirtamos la hipótesis, y partamos del presupuesto que en 1961 seguía teniendo 30. Menos coherencia  se observa aún: en 1939 hubiera andado por los 8, y no sería un joven, según él mismo afirma, sino un niño. En tal caso además, como ya señalé, no resultaría creíble lo del batacazo.
Y si en base a estos cálculos, desconfiáramos del aserto inicial y supusiésemos que los personajes de Quinterno sí envejecen, se impone relacionar la referencia temporal de “Misión secreta” con  la de “El hombre de las mil caras”, publicada originariamente en 1938. Como se verá, las cuentas tampoco cierran, porque -más allá que en aquella época, una persona de 31 años (1939, circunstancia del hipódromo) ya no podía considerarse “joven”- hasta 1961 habían pasado veintitrés años, por lo que el padrino debería contar en “Misión secreta” con 53, lo que nunca condijo con su aspecto.
Concedamos inclusive que el punto de anclaje de los 30 años no sea 1938, sino que la fecha de la republicación en Andanzas de “El hombre de las mil caras” (1957) obrara a modo de actualización, y por ende Isidoro, en “Misión secreta”, estuviera instalado en la más creíble edad de 34 años... pero entonces en 1939 tenía 12, y vale lo mismo que apunté en el resultado de los 8.
A esta altura, resulta evidente que el uso de la fecha de 1939 en "Misión secreta" apunta a demostrar la prodigiosa memoria de quien la referencia, despreocupándose en absoluto de la implicancia que tiene en la edad de Isidoro.
Y es claro también que las pocas veces en que se consignaron edades de personajes, se lo hizo en forma arbitraria. De lo contrario, se hubiera tenido consecuencia, preocupación que nunca caracterizó a Quinterno en estos aspectos.
Ahora -mis queridos amigos coleccionistas de EDQ-, si  es que no he logrado convencerlos,  siempre existe  la posibilidad de exprimirse la sesera y buscar una solución distinta a los intríngulis matemáticos planteados.
Si no la hay, habrá que resignarse entonces a no confiar demasiado en este tipo de datos.

sábado, septiembre 25, 2010

THE SPIRIT EN ESPINACA

Me gusta contar estas extrañas coincidencias…
Resulta que el jueves a la tardecita concreté un canje con un coleccionista de Avellaneda, que me había contactado a mi correo, a través del blog. El había leído una nota, donde yo mencionaba que en el Parque se podían conseguir revistas de The Spirit (la edición española de Norma). Me escribió entonces preguntándome de qué Parque se trataba (suelo, erróneamente dar por sentado que hablo del Rivadavia), y mail va, mail viene, acordamos cambiar repetidas, como se acostumbraba en mi infancia. Ambos teníamos dos, y a ambos nos faltaba una del otro.
Un punto de encuentro posible era el final de la 9 de Julio, que me queda de camino cuando retorno a La Plata, y allí quedamos. De paso, me dije, visito al amigo Da Col en el Museo de la Caricatura.
La circunstancia del canje dio pie a una charla con César y Fabián Mezquita, que comenzó refiriéndoles mi hallazgo del post anterior (ver). Todos intentábamos hacer memoria, respecto donde habíamos leído Spirit por primera vez. Ellos, más jóvenes, recordaban que había sido en revistas españolas, tipo El Globo o Zeppelin, por los ’70. Dado que yo, una década antes, lo había hecho en una edición mexicana, suponíamos que ninguna revista argentina lo había publicado. Es la opinión que volqué en la nota que antecede.
Pero en el preciso momento de la conversación, ya tenía en mis manos el ejemplar canjeado, el Nº 37, que recién termino de leer, y donde, en una respuesta del correo de lectores, se consigna lo siguiente: “Las tiras de Spirit no tienen edición española, aunque sí argentina en la revista Espinaca.
Nótese que quien contesta la carta de lectores en la publicación de Norma, de los ’90, tampoco estaba al tanto que dos décadas antes The Spirit había sido publicado en España.
En cuanto a propia mi ignorancia se explica en que Espinaca era una publicación de Editorial Láinez, de la década del ’40, que no llegó hasta mi generación, y de la que no poseo ningún ejemplar. Si bien allí la historieta principal era Popeye, traía otros materiales, tanto argentinos como extranjeros. La portada que reproduzco está extraída de un blog dedicado a Alberto Breccia, que hacía en esa revista Mariquita Terremoto, una de las raras incursiones del dibujante en la historieta cómica (otra fue Pancho López).
Hay tanto por rescatar... Un día de éstos lo agarro, grabador en mano, al amigo Rodríguez Van Rousselt, que es auténtica memoria viviente de las ediciones argentinas de historietas, para que me desasne.

EISNER EN PIF-PAF

Tengo dos recuerdos infantiles de The Spirit. El más antiguo se trata de una figurita que aparecía en un álbum dedicado a personajes de historieta. El otro, una solitaria revista de posible procedencia mexicana. Estamos hablando de principios de los ’60, y en ambos casos el dibujo me deslumbró. En cuanto a la trama, la narrativa, el estilo, no tenían nada que ver con los modelos que yo frecuentaba, lo cual me producía una gran curiosidad. Tuve que esperar a la adultez para satisfacerla, porque -que yo me haya enterado, al menos- la creación de Will Eisner no se editaba en la Argentina.
Sin embargo, hace unos días, producto casual de otra búsqueda (“Pif” en el E-Mule), me encontré con un archivo titulado El Libro de la Historieta. Suplemento de Pif Paf. Lo descargué. Se trata de un gordo ejemplar, editado en julio de 1958. Pasando distraídamente el material que contiene, me detuve de golpe en una historieta -desconocida para mí- que exhibía la inconfundible impronta de Eisner. Busqué y rebusqué en cada página firma o mención de autor, y nada. Gugleé entonces el nombre del personaje, y saltó enseguida. Efectivamente, The Secret Files of Dr. Drew, es una serie creada por Eisner, a fines de los ’40. Sin embargo, parece haber sido realizada por un colaborador, Jerry Grandenetti. Recojo de un blog esta declaración del dibujante: "Will creó al Dr. Drew y yo tenía que hacerlo al estilo Eisner. Lo hacía, malamente. De todos modos, tras un par de historias empecé a hacerlo a mi propia manera".
Si el episodio aparecido en Pif-Paf perteneciera a Grandenetti, habría que concluir que el dibujante pecaba de modestia en cuanto a su capacidad de mímesis.
Pero más allá de esta circunstancia, resulta para mí un descubrimiento tanto la serie, como que en aquella época se haya publicado a Eisner en Argentina.



viernes, septiembre 24, 2010

MAZZONE, QUINTERNO, TORINO: SINGULARIDADES DE TRES MAESTROS DE LA HISTORIETA COMICA (III)

III.- EL CRONISTA DELIRANTE
Entre los tantos olvidos injustos de grandes historietistas, el de Torino es el más injusto de todos. Héctor Locuratolo (tal era su apellido real) nació en Buenos Aires en 1913 y falleció en la misma ciudad, un 16 de noviembre, a los 79 años.
En un reportaje para la revista “Dibujantes”, por la década del ‘50, Torino afirma haber iniciado su carrera en 1935, en “El Suplemento”, con la tira “Don Mamerto Detective” (34), contando con 20 años de edad.
Las cuentas no cierran. Tengo para mí que, llegando a la edad madura, comenzaba a quitarse años. Hay fotos que lo muestran junto a actrices de la época, con una estampa de galán que debe haberle costado resignar. Todos los testimonios lo pintan como un mujeriego empedernido.
En el mismo reportaje declara admirar, en su propia especialidad, a Disney. Y en otras, a Alex Raymond, Norman Rockwell, Arteche, Salinas y Bernabó.
Por otra parte, en una mini biografía publicada en “El Hogar”, se menciona su paso por Bellas Artes.
Ahora bien... Francisco Mazza, que trabajó años junto a Héctor L. Torino (así firmaba), en el obituario que le dedica en “Jaimito” Nº 196, de enero del ’93, lo ubica como un autodidacta que reconocía la influencia del Popeye, de Segar.
En otra nota de “Aquí está!”, Torino confesaba:  “Quiero ser muchas cosas en la vida”. Allí mismo, además de dibujante, se lo presenta como violinista, cantor popular, pianista, decorador, creador de joyas, modelista, actor, argumentista, empresario teatral. “No conforme con todo eso -prosigue el artículo, firmado por Silvestre Otazú- Torino se construyó con sus propias manos una cámara filmadora, con la que, nos dice, filma a ratos perdidos (de tres a cuatro de la mañana). Con esa cámara -nuevo Orson Welles-  está dando los primeros pasos que algún día lo llevaran a la meta (actual) de sus sueños: ser director de cine”.
Declara haber nacido en el barrio de Boedo, en “una casa común de barrio, con patio al fondo, sin ninguna particularidad digna de destacarse..., por ahora. No se si más adelante será distinto y algún día pondrán en su frente una chapa de bronce que diga así: ‘Aquí nació y vivió los primeros años de su gloriosa vida Héctor L. Torino’”
Torino soñaba mucho, y quería devorarse la existencia. Y buscaba -como casi todos lo hacemos- reconocimiento.
Hasta el momento en que esto escribo, los argentinos se lo debemos (35).
Sin la consecuencia ni el talento empresarial de Quinterno o Mazzone, el creador de Don Nicola fue sin embargo el que más se dedicó a la Historieta Propiamente Dicha.
Su prolífica carrera se desarrolló en innumerables publicaciones. Como también lo fueron los personajes salidos de su inventiva.
A poco de su debut en “El Suplemento”, realizó en “Leoplán” “Esculapio Sandoval, repórter sensacional” -otra tira-, donde aparece Caperucita, un cadete minúsculo que se desplaza en patines y que alterna todo el tiempo el tratamiento de “usted” y de “che”. Y en el suplemento en colores del diario “Crítica”, ya con formato de episodios continuados, “Barquinazo, un punto alto”, uno de cuyos personajes utiliza luego como imagen de Yulbri, el pelado amigo de Pascualín.
“Conventillo”, su máxima creación, fue publicada en la revista “Aquí Está!” desde el 1º de julio de 1937 (Nº 117) hasta comienzos de la década del ’50.  Allí surge por primera vez Don Nicola, el tano encargado del conventillo ubicado La Boca. El cocoliche en el que lo hacía hablar, es uno de los lenguajes más logrados de la historieta cómica argentina. Además, la galería de personajes que idea es riquísima en matices: el Maestro Esculapio, quien debuta como ladrón -junto al diminuto Agustín- pero terminará convirtiéndose en inseparable compañero de aventuras del protagonista; los dos sabios, Turbina y Lamparita; Barrabás, el enano maldito, Némesis de éstos, y su ayudante, Agapito; otro enano, Sansón; el marinero Dos Pipas. A lo largo de esos episodios se suceden dibujos increíblemente elaborados, con aguaditas y sepias, que muestran un estilo personalísimo (36).
En 1944, Torino se lanza con su primer intento editorial: “Bicho Feo”, “la revista que se pide silbando”, que tuvo corta vida. Su staff incluía a Breccia (37), Cortinas, Battaglia y Guerrero. Allí dibujó “Soplete”, “Los Dos Profesores” y “Salustiano y Buscapié”.
Otros historietas suyas, no tan conocidas, son “Bolita y Palito” (“Tibor Gordon”, década del 40), “En cada puerto una bronca” (“Cara Sucia”, década del 40), “Santiago y su huesito mágico” (“El Trencito”, década del ’50), “Marilyn García” ("Loco Lindo", décadas del 50 y 60).
“La Barrra de Pascualín” aparece por primera vez en la revista “Avivato” (1953). Torino, también allí, ilustra a Juan Mondiola. “Nicolita y su pandilla” tiene su antecedente en “Aventuras de Nicolita”, publicada en “Maribel”, donde ya el personaje, sobrino de Don Nicola, poseía un talismán mágico.
Varias de estas creaciones tendrán revista propia, sobre fines de la década del ’50, en Ediciones Torino, su segundo intento editorial.
El título inaugural es “La Barra de Pascualín”, en 1958, donde el flaco y lungo porteño aparece, inusitadamente, protagonizando historias del Far-West.
Si bien algo del Conventillo de “Aquí Está!” había sido compilado anteriormente en “Las aventuras de Don Nicola” (Editor Responsable: Vicente Mamut, mediados de los ’50, revista  de formato tabloide que duró pocos números), el debut de “El Conventillo de Don Nicola” en Ediciones Torino, fue en enero de 1961. Allí se reeditan algunas aventuras aparecidas en la publicación de origen y se suman nuevas. Aunque a éstas, Torino las dibuja en forma irregular, dejando el personaje -como en otros títulos de su editorial- a cargo de colaboradores, siendo el principal Francisco Mazza.
Poco después seguirán “Barrabás”, “El Mago Fun-yi-to” (38), “Nicolita y su pandilla” y “Soplete”. También editó revistas con historietas de Daloisio (“Tric y Trake”), Mazzeo (“Historias Tangueras”), Mazza (“Pepinucho y Coliflor”, “Búfalo Boy”) y Govio (“Piratón Kid”) (39), quien tenía un estilo de dibujo muy similar al de Mazzone.
A principios de los ’70, el cambio en los gustos del público y el desaprensivo manejo que, llevado por la vida bohemia, hizo Torino de su propia editorial, determinaron su cierre.
El personaje de Don Nicola pasa a ser editado por Cielosur, donde a poco andar sufre una transmutación en su identidad. Torino, quizá llevado por insidiosas críticas de anacronismo, le hizo ganar la lotería al gringo de Cattanzaro, abandonar el conventillo, y largarlo a una vida parecida a la que llevaba Isidoro Cañones.
El esquema, por supuesto, era difícil de sostener, ya que alejado de su mundo, Don Nicola resultaba poco reconocible y el efecto cómico que podía generar su inserción en el nuevo ambiente, se diluía muy rápido.
El autor dejó definitivamente las historietas de ese tano, que ya no era el suyo, en manos de otros.
Como si se hubiera rendido frente a las supuestas necesidades del mercado, pero sin convencerse del todo, siguió haciendo, de tanto en tanto, casi como un hobby, tiras del conventillo.
Con algún apunte de vestuario más actualizado, eso sí.
Aunque sin abandonar la pileta y las medias colgando de la soga en el patio, las chapas rotas de los techos, las palanganas atajando las goteras, los tachos desbordando de basura, las inquilinas gordas mateando junto al calentador. Y siempre, mudos testigos de todo, los perros, los gatos, las ratas...
En esas viñetas, en sus detalles, se cifra nuestra historia, la de nuestros padres y abuelos. Comunidad forzada de inmigrantes que habiendo llegado apiñada en barcos, volvía a apiñarse en  minúsculas piezas, compartiendo piletas de lavar ropa, cocinas, baños, patios. Allí la desavenencia, reforzada por la disparidad de lenguas, era moneda corriente. Pero en la historieta, también aparecía la solidaridad, que empezaba por el propio encargado, Don Nicola. A pesar de renegar constantemente con los inquilinos, el tano terminaba perdonando deudas y albergando gratis a los que estaban definitivamente “en la lona”. 
Además, se podía encontrar en “Conventillo” el barrio multirracial, dedicado al comercio: el tano verdulero o dueño de fonda, el turco cambalachero, el gallego almacenero.
Torino solía pintar un paisaje urbano de casas pobres, fábricas, baldíos, tapiales, montículos de tierra...
Un país en difícil construcción.
Entrevistado por Pablo de Santis (40), Torino cuenta que en principio se le había propuesto una historieta que transcurriese en una pensión. “Pero era un ambiente que no conocía. Me era más familiar el conventillo. Los conocía de mi barrio, San Juan y Boedo. La fuente de inspiración era lo que veía a mi alrededor”.
Al cumplirse un año de la publicación de la tira en “Aquí Está!”, la revista le dedica un artículo (Nº 224, del 11-07-38), donde se lee: Conventillo 1937 -ahora 1938- es una caricatura amable de la vida. Sus individuos no son tan ficticios ni tan convencionales como parecen. Es posible encontrarlos y tropezar con ellos a diario, en la calle, en la fábrica, o en el suburbio. Don Nicola, el carácter más definido de la historieta, se humaniza en la psicología ligeramente chaplinesca, bien estudiada por Torino. Y los dos profesores, los personajes más absurdos dentro de la atmósfera del Conventillo, los más irreales en su aspecto formal, ¿no recuerdan acaso a los inventores domésticos, más intuitivos que prácticos, que desarman cuanto reloj cae en sus manos y descubren, al armarlos nuevamente, que con las piezas “que sobran” pueden armar otra máquina?”
Ese mundo, que nació y alcanzó su máxima expresión en “Aquí Está!”, remite indubitablemente a los orígenes mismos del teatro nacional. Me refiero, por supuesto, al sainete de Vacarezza que, al igual que la historieta, era considerado “género chico”.
Pero se cuela además algo del tránsito del sainete al grotesco discepoliano.
Así lo entendió Enrique Breccia, en su adaptación a la historieta de “Mustafá” (41), sainete-grotesco del gran Armando Discépolo. En el primer cuadro aparece esta dedicatoria: “A Héctor Torino, con afecto y admiración”.
Está claro que el personaje del gringo Gaetano, que reclama al turco protagonista de la obra la mitad del premio de un billete de lotería comprado a medias, bien podría ser Don Nicola, y el conventillo en que transcurre, el suyo.
Por finales de los ‘30 se desarrolla en “Aquí Está!”  el extenso episodio del hallazgo de un tesoro, dejado por antiguos contrabandistas en el sótano del conventillo. Si bien Don Nicola y el enano Sansón son quienes lo descubren, es disputado por un inquilino turco. La desopilante lucha entre tano y otomano, remite a la pieza de Discépolo, estrenada a principios del '20. No descarto que el creador de Don Nicola conociera y admirara la obra de don Armando.
Torino, en un auto reportaje aparecido en “Leoplán”, afirma: “Yo hago historietas con tipos tomados de la realidad”.
Aún los personajes más delirantes del conventillo solían meterse con esa realidad. El 20 de febrero de 1939, en el Nº 288 de “Aquí Está!” aparece una nota que da cuenta del final de un concurso ideado por Torino. O mejor dicho, por los sabios Turbina y Lamparita, quienes habían demostrado ser más eficaces que el ingeniero Baigorri Velar, supuesto inventor de una máquina de la lluvia, que andaba en boca de todo el mundo por esos días.
El desafío se había gestado de la siguiente manera: “- Nosotros, que somos los que debemos ser, pero podríamos haber sido diez veces más de lo que somos, si los que no fueran mucho menos de lo que parecen ser, hemos inventado un aparato que, ése sí, hará llover lo que debía haber llovido si el que quiso hacer llover hubiera podido hacer llover lo que esperaban que lloviera... (42)
- Lo profosore!... Lo profosore hano enventado l’aparato para hacerte caer lo choporrone!...- gritó don Nicola con extraordinario entusiasmo.” (...) “tenemo que salvare lo prestiquio de lo conventiyo, de lo profosore, de don Necola e de lo aparato para hacerte abrire lo paragua. Semo lo tre moscotero: todo para uno e uno para todo! Vamo a lanzare lo reto a lo encrédolo. Vamo a pedire que te mándeno a decire lo día que quiere que llueva, e te le hacemo yovere. Ya va sapero lo mondo falace e descreído lo que somo capace nosotros, e que se yo!”
Traducido del cocoliche: los lectores debían adivinar el día exacto en que los sabios desencadenarían la precipitación pluvial. El concurso fue un éxito: se recibieron 37.480 cupones, según da cuenta la revista.
Otro dato que revela ese extraño y permanente tránsito entre la realidad y una historieta costumbrista con rasgos delirantes, es la preocupación de Torino por traducir la imagen de la mujer a su mundo. En el reportaje ya mencionado de la revista “Dibujantes”, expresa: “Hasta el momento lo que más dificultades me ha ofrecido ha sido encajar la figura femenina dentro de mi estilo un tanto exagerado sin que la misma pierda su gracia y belleza”.
Una propiocepción de lo más ajustada. Las hembras de Torino no tenían nada que envidiar a las de Divito. Sin embargo, al lado de Don Nicola y la fauna que lo rodeaba, resultaban demasiado contrastantes. No porque el gringo, aún con su veta sainetera y hasta grotesca, no tuviera asiento en la realidad, sino porque los “minones” que solían aparecer por el conventillo -no las vecinas gordas de batón, se entiende-, resultaban en extremo estilizados para ese ambiente.
Pero no siempre la realidad estuvo presente en “Conventillo”.
A Torino, según él mismo relata (43), le habían llegado críticas: “Cuando me dijeron que abusaba con el costumbrismo, empecé a meter aventuras en planetas lejanos, en Marte, hasta en el infierno, adonde Nicola viaja en busca de un antepasado muerto”.
Dicha vertiente, inusitada y absurda, que amalgamaba costumbrismo con ciencia-ficción, tuvo momentos sublimes.
Podría decirse que, a través de algunas de esas páginas, Torino cumplió el sueño de vincularse al cine, aunque de una manera extraña. “Viaje alucinante (Microscopia / Strange Journey)” es una película de ciencia ficción, dirigida en 1966 por Richard Fleischer, y ganadora de varios premios Oscar. Cuenta la travesía de un grupo de científicos por un territorio nunca antes explorado: el cuerpo humano. La misión consiste en eliminar el tumor que pone en peligro la vida de otro importante científico, para lo cual los exploradores deben reducir su tamaño al de una partícula e introducirse en el interior del cuerpo de aquél. El guión registra impresionantes similitudes con un episodio de “Conventillo”, desarrollado entre el 8 de enero y el 8 de febrero de 1945 (“¡Aquí Está!”, Nros. 902 a 911), en episodios continuados y a razón de una página por edición.
Otra historia memorable, de fines de los ’30, transcurre en el castillo de un inventor loco que resulta ser el padre de los sabios Turbina y Lamparita. En el momento del histórico encuentro se dispara por accidente el “rayo diabólico” y los tres quedan petrificados en un abrazo. Los hermanos profesores no tenían aún, en dicha etapa, los nombres con que después se los conoció. Es más, el segundo ni siquiera portaba la característica lámpara en la cabeza, sino que llevaba gorro. Es el sabio loco quien la lleva y posteriormente su hijo la adopta.
Las fantasías científicas, plagadas de robots y cohetes interplanetarios, tenían presencia permanente en las historietas cómicas de la época. Bambufoca, en “Capicúa”  es uno de los ejemplos. La singularidad de Torino radica en desarrollarlas en el ambiente del conventillo y con la precariedad que esto presuponía. Los dos profesores construyen sus aparatos con elementos cotidianos, tomados del entorno en que habitan, tornando más delirantes aún los resultados que con ellos logran.
Don Nicola también transita el frecuente tópico de las aventuras en islas exóticas, habitadas por tribus salvajes. Pero una vez más, la rica imaginería de Torino evade el lugar común, con un nivel de absurdo que el mismo Battaglia hubiera envidiado. En una de esas exploraciones, se produce el encuentro con un falso científico que transfiere a humanos características de animales.
Lo mismo se constata en historias “de terror”, como “El Hombre y la Bestia”, aparecida originariamente en “¡Aquí Está!”, y recopilada en el Suplemento Nº 2 de la Revista “El Conventillo...”, de 1968. Allí Torino hace que confluyan en Don Nicola tanto el personaje de Stevenson, como “El Fantasma de la Opera” y el cuento de Caperucita Roja.  En otra del mismo género, aparecida en “La Barra de Pascualín” Nº 19, de enero de 1960, Don Nicola y el Maestro se ven acechados por monstruos, que en realidad terminan revelándose como caracterizaciones de Liberto Pecci, actor de radioteatros de la época.
Sin embargo, de todas las vertientes argumentales que desarrolla para su personaje, hay una que resulta de una potencia inusitada, aunque no tan frecuente como las enumeradas. Es cuando Torino hace incursionar a Don Nicola en un submundo  sórdido y ominoso. Los sótanos del conventillo, al los que ya he hecho mención, juegan aquí un rol importante. Debajo de la superficie pintoresquista, se revela súbitamente un mundo subterráneo y siniestro.
Una historia que ejemplifica en forma magistral esta veta argumental, es la publicada -desconozco si por primera vez- en el Nº 84 de "El conventillo...". de diciembre del '67. En dicho episodio, Don Nicola vuelve de visitar a un paisano y encuentra el conventillo sombríamente vacío. A partir de allí, y con un clima que roza lo onírico, descubre que los inquilinos han sido desalojados por unos extravagantes delincuentes que utilizan los pasajes subterráneos para trasladar contrabando. Son dirigidos por un jorobado, con pata de palo y garfio en vez de mano, que juega al balero. Este personaje es de una crueldad inusitada, que se traduce en tomar esclavos para que trabajen atados a norias, fusilamientos y torturas. Don Nicola, Esculapio y Agustín -junto a Lechuga y Sopapo, quienes solían acompañarlos en algunas aventuras- caen en sus garras. Luego de varias vicisitudes, logran eludir  la mortal amenaza de una cámara de gas y atrapar al jorobado, que termina siendo linchado por una multitud.
Túneles, actividad nocturna y subterránea, sórdidas conspiraciones, excéntricos delincuentes... Situaciones y personajes que llevan a asociar la historieta de Torino con el mundo de Roberto Arlt. Una época se refleja en todas sus manifestaciones culturales, de una u otra forma. Pero sólo grandes creadores pueden abarcarla en sus aspectos más complejos y oscuros. Esta dimensión llegó a alcanzar Torino con Don Nicola.  
Es una verdadera lástima que en la época que transitó no se valorizara a la historieta. Y que en la actualidad, cuando quizá se la valora en demasía, no se rescaten, en Argentina, las obras maestras del pasado.
Luego del cierre de su editorial, Torino fue guionista para el Larguirucho de García Ferré, lo mismo que para títulos menores, basados en éxitos televisivos, como “El Gordo Porcel”, “La Voz del Rioba” o “El capitán Piluso”. También intentó asimilarse al estilo que imponía Quinterno para dibujar las “Andanzas de Patoruzú”, sin lograrlo.
Terminó sus días dando clases para pocos alumnos.
Las más de 1.000 páginas que realizó para “Aquí Está!”, así como otros magistrales trabajos suyos, están en la actualidad dispersas en manos de unos pocos coleccionistas (44).  
En lo que respecta a la etapa de Cielosur, hay que decir que “Grandes Aventuras de Don Nicola”, tanto sea como parodia o como remedo de las “Locuras de Isidoro”, constituyó un enorme desatino. Flaco favor se les hizo al personaje y a su creador. Es comparable con la política de  Editorial Universo al seguir editando “Selección de las Mejores” (Andanzas, Correrías, Locuras), que ni son “selección”, ni tampoco son “las mejores”. En las revistas de Cielosur hasta entrados los ’90, así como en las de Universo hasta el presente, son escasísimos los rastros que se pueden hallar del talento de Torino o Quinterno. Generaciones enteras que allí conocieron sus personajes creen que de eso se trataba, y con razón los menosprecian. En cambio, en las compilaciones de Capicúa, Afanancio o Piantadino que realizó Seijas, también por los ’90, solían encontrarse trabajos de las mejores épocas de Mazzone, sin ningún tipo de adaptación.
De todos modos, los tres merecen que se los rescate en ediciones cuidadas, en álbumes que respeten todo el esplendor original de sus creaciones. Seguimos debiendo el tributo a estos grandes maestros de la Historieta Cómica Argentina.
(34) En “La Argentina que ríe” -op. cit.- se consigna en cambio el año 1934, en la misma publicación, con dos tiras: “Don Mamerto, detective” y “Manate y Repollito”, firmada como “R.A. Toll”.
(35) No ha sucedido así por otros lares.  En el sector destinado a la Argentina de la edición 2008 del Festival International de la Bande Dessinée de Angoulême,  Torino ocupó  un lugar de privilegio.
(36) Lamentablemente con los años, quizá atrapado por otros intereses, ocupado en la bohemia de las orquestas típicas, Torino fue descuidando el trazo, simplificándolo, aunque sin perder nunca su impronta.
(37) Breccia hacía allí Gentleman Jim, firmando como “Vaghi”, dado que tenía contrato exclusivo con Ed. Láinez. La jugada le salió mal, porque “Bichofeo” tuvo escaso éxito y duró pocos números, al tiempo que en Láinez se enteraron y le retiraron trabajo (según lo relatado por el dibujante a Trillo y Saccomanno, en un reportaje que le hicieran para la Tit-Bits de Récord a principios de los ’80).
(38) El mago oriental es una maravilla surrealista, sobre todo en lo que respecta al don de transmutar objetos. El personaje venía de “Leoplán”, donde vivió su etapa de esplendor. En la revista propia, pocos rastros pueden hallarse del trazo y la imaginería de Torino.
(39) Si bien estas publicaciones, como las demás, llevaban el sello editorial de Torino, la dirección de cada una de ellas la ejercían los propios dibujantes.
(40) Suplemento "Risas Argentinas", nota de Pablo De Santis, revista "Hora Cero" Nº 4, septiembre 1990, Ediciones de La Urraca.
(41) Revista Fierro Nº 3 (primera etapa, Noviembre 1984). 
(42) Este extraño juego de palabras de los profesores, es repetido a menudo, con múltiples variantes. Los personajes de Torino, en general, como vengo apuntando, adoptaban giros linguísticos muy particulares y de gran eficacia cómica.
(43) ídem cita 38.
(44) No puedo dejar de agradecer a uno de ellos, Luis del Pópolo, con quien, a lo largo del tiempo, he  intercambiado abundante material sobre Torino. A él debo las notas de “Aquí Está!” que se mencionan y, además, el descubrimiento de la fecha de la primera publicación de Conventillo 1937.
El copyright de "MAZZONE, QUINTERNO, TORINO: SINGULARIDADES DE TRES MAESTROS DE LA HISTORIETA COMICA" pertenece a Miguel Dao, y se encuentra registrado. Cualquier reproducción -total o parcial- que omita mencionar la fuente será pasible de acciones judiciales. 

jueves, septiembre 23, 2010

MAZZONE, QUINTERNO, TORINO: SINGULARIDADES DE TRES MAESTROS DE LA HISTORIETA COMICA (II)

II.- EL URDIDOR DE VINCULOS 

Pocos casos hay, en la historieta argentina, de un interés periodístico y analítico tan grande por la biografía y la obra de un creador, como el de Dante Raúl Quinterno. Podría quizá equipararse en ese sentido a Héctor Germán Oesterheld. Y no resultaría caprichoso, para explicarlo, señalar una coincidencia extra historietística en sus vidas: las relaciones que tuvieron con la política. Claro que el fenómeno deriva de que ambos habían construido antes personajes emblemáticos, aunque en sentido casi opuesto (14).
Quinterno, además, ha alimentado la curiosidad rodeándose de un aura de misterio. Y aunque mucho se ha escrito sobre él, poco se ha podido develar. Son más bien los detalles sueltos, las anécdotas de sus colaboradores, de las pocas personas que lo frecuentaron y quieren hablar, las que brindan alguna pista de su personalidad. Por otra parte, en los datos que circulan, no todo es exacto. Y algunas de las inexactitudes se han instaurado, como la de su supuesta pertenencia de origen a la clase alta.
En una entrevista que realicé, en septiembre de 2008,  a Susana Muzio (15), me aseguró que sus padres eran simples inmigrantes chacareros, y que tuvieron que mandar a su hijo a trabajar desde muy jovencito, para sumar un aporte a la exigua economía familiar. Con lo que se derrumba el mito del terrateniente de cuna, junto al de antepasados piamonteses vinculados a la nobleza, que el mismo Quinterno contribuyó a construir, en una cosmética genealógica encargada por él -siempre al decir de Muzio- en sus años de florecimiento económico, ya lejos del humilde “pibe”, pasador a tinta de los dibujos del “Mono” Taborda.
Y esta revelación sobre su vida, se condice con aspectos de su creación, que es en realidad el objeto del presente análisis (16).
Hay una primera asociación de lo expuesto con la ascendencia egipcia que Quinterno elabora para Patoruzú a partir de “El Aguila de Oro” (17), y  desarrolla luego en forma de relato humorístico (18), para terminar incorporándola a numerosas aventuras. Si al autor, la genealogía inventada le otorgaba un dudoso prestigio, al cacique, en cambio, lo enriqueció como personaje, más allá del trasfondo ideológico que podría leerse en ello.
Pero existen otros elementos, nada transitados y más importantes, que muestran como esta obsesión del creador del indio por reinventar la urdimbre de los vínculos, termina redundando en una de las construcciones más sólidas de la historieta argentina. Es a lo que puntualmente me referiré aquí, tratando de referenciar lo ya conocido (19) sólo en la medida de lo necesario.
Ya he apuntado que el debut de Curugua-Curiguagüigua en “Crítica”, lo mismo que la llegada de Patoruzú a “El Mundo”, fue anunciado previamente con bombos y platillos. Quinterno parecía tener conciencia que lanzaba un personaje que haría historia.
Estaba buscando salir del lugar común de los tipos porteños, que venían utilizándose en las tiras cómicas desde 1912, año en que aparece Sarrasqueta, de Manuel Redondo (“Caras y Caretas”). Línea a la que Quinterno aportó personajes como Panitruco (1925, “El Suplemento”), Manolo Quaranta (1926, “La Novela Semanal”), Don Gil Contento (1927, “Crítica”) y Julián de Montepío (1928, “La Razón”), terminando este último eclipsado por Patoruzú (20).
Un apunte interesante de Susana Muzio, es el del corto viaje a la Patagonia realizado por Quinterno en su juventud, donde conoce a los últimos tehuelches, que vivían en un estado de extremo abandono y miseria. De allí extrajo -según Muzio- la imagen primigenia de Patoruzú.
Si bien no pongo en duda la veracidad del dato, creo que no alcanza como explicación. Sostengo que una de las fuentes en que abrevó Quinterno para crear al indio fue Antonio Pigafetta (21), quien por el 1520, describió a los antiguos aborígenes de la raza de la siguiente manera:
"Cierta mañana aparece sobre una colina una figura extraña, un hombre que en un comienzo no reconocemos como semejante, pues la primera impresión es una mezcla de terror y sorpresa, que nos hace ver a ese ser dos veces mayor que un hombre común. Era tan grande este hombre, que nosotros le llegábamos a la cintura."
Si se compara la estatura del primer indio, con la de Don Gil Contento, su arcaico tutor, se observará la coincidencia con la descripción.
Relata Pigafetta que los españoles se asombraron sobre todo de los enormes pies del “monstruo humano”, y en consideración a eso, denominaron a los nativos “patagones” y a la región “Patagonia”.
Demás está señalar esta vez la concordancia, y es cierto que el dato lo podía haber obtenido Quinterno sin ayuda del cartógrafo.
Lo esencial radica en este párrafo de Pigafetta: “Pero pronto se desvanece el temor producido por el hijo del desierto, pues ese ser envuelto en pieles abre continuamente los brazos riendo con toda la boca".
Descripción casi literal de una de las posturas más primitivas de Patoruzú. La de su primera aparición en Gilito y Julián, cuando el poncho era largo y con rayas en vez de cruces, y usaba una especie de calzón a media pierna. Allí se lo puede ver con los brazos extendidos y riendo a mandíbula batiente.
No hay dudas que Quinterno buscaba un prototipo de personaje nacional, muy distinto del porteño, y lo encontró en una de las razas autóctonas. Si bien cambió la historia, borrando la conquista del desierto e invirtiendo los roles de vencedores y vencidos, no cabe duda que, en lo estrictamente historietístico, el mecanismo resultó eficaz.
Cuenta Muzio que Quinterno llenaba cuadernos enteros con apuntes sobre la personalidad del indio, de los que salieron luego las famosas instrucciones para los dibujantes y guionistas que lo sucedieron.
Esto explica que más allá del nombre y la gráfica, el personaje no haya experimentado cambios importantes. Ingenuidad, nobleza, fortuna, fuerza, osadía son caracteres que lo acompañaron casi desde su nacimiento. Fue gestado muy sólidamente.
No parece ser ésta la idea que ha quedado instalada. Por el contrario, se sugiere que intervino el azar en su construcción. Son numerosas las referencias a que Patoruzú fue creciendo en protagonismo gracias al favor del público. Y también a la cuestión de derechos que hubo en el medio (22)Aún aceptando la incidencia de dichos factores, propongo una lectura más compleja.
Quinterno, como lo demostró a lo largo de su carrera, siempre equilibró lo  empresarial con lo creativo (23). Sabía muy bien la carta que tenía entre manos con el indio, y por eso insistió con el personaje a dos años de su primera aparición abortada en “Crítica”, insertándolo en Julián de Montepío, tira que había iniciado en “La Razón” inmediatamente después.
Entonces, creo que la cuestión esencial no radica en que Quinterno, a fines del ’34, aprovechó la ida de “La Razón” -poseedora del copyright de Julián de Montepío- para poner el acento en el indio y manejarlo como empresa propia, dada la aceptación que provocaba en el público. Desde agosto de 1931 la tira había cambiado su título por el de Patoruzú, o sea que estaba listo desde mucho antes para intentar ese salto. Se decidió a hacerlo, recién cuando tuvo resueltas las características de quien iba a ser el compañero de aventuras del indio. En esa construcción, la del vínculo con un padrino, es donde aparece el ensayo y error. 
Se necesitaron tres personajes para llegar al definitivo.
Don Gil Contento (1927 - "Crítica"), Julián de Montepío (1930 - "La Razón") e Isidoro Batacazo (1931 - "El Mundo") se terminan fundiendo en Isidoro Cañones (1935 - "El Mundo"). Las características salientes de los dos primeros son -como apunté antes - la aspiración de pertenencia a una clase, que no se condice con su realidad. La mayor diferencia radicaba en la elegancia de Julián, que no poseía Gilito. Pero de ellos se ha hablado mucho. No así de quien llevó por primera vez el nombre del padrino de Patoruzú. Quizá porque la condición de oficinista de Batacazo lo aleja del Isidoro que hoy conocemos, aunque compartiera con él la característica de burrero empedernido.
En el libro "La Historieta Argentina, una Historia" (24) se cita: "El dibujante y coleccionista Elenio Pico atesora los ejemplares del diario en el que, con la forma de aviso publicitario, se publicaron leyendas que decían "palpítelo con Isidoro", "Isidoro tiene una debilidad, los burros" o "Isidoro es el rey de los palpitadores". De hecho, las carreras eran el tema en el que se centraba gran parte de los chistes de esta tira, en la que el personaje abusa de los términos lunfardos."
Nótese que "el rey de los palpitadores" se convierte, casi cuarenta años más tarde en "el rey de los play-boys" (1968, "Locuras de Isidoro"). Quinterno, como Ferré, ambos grandes empresarios, no desaprovechaban una sola idea, un solo personaje, una sola frase.
Pero el oficinista reo y fracasado no podía prosperar en el mundo que construye posteriormente para su héroe máximo. El sólo elemento de la afición por los burros era pobre, no tenía la estatura suficiente. Se requerían características mucho más complejas para ser contracara y complemento del indio. Quinterno, en pos de lograrlo, a más de amalgamar tres personajes, tuvo que crear otros condimentos.
Porque tampoco alcanzaban la avidez de dinero y figuración de Gilito y Julián. Don Gil Contento y Julián de Montepío, eran interesantes como protagonistas de tiras de humor costumbrista. Dejaban de serlo cuando aparecía el indio a su lado. No sólo porque la potencia de éste los desplazaba, sino porque no habían sido diseñados en función de él. Quinterno lo debe haber advertido prontamente. Y es también es probable que haya meditado el tema en silencio, durante largo tiempo. Patoruzú, devenido en protagonista, requería que se reformulara a su acompañante.
Esa es, a mi entender, la razón profunda de que el 11 de diciembre de 1935, aprovechando el pasaje al diario “El Mundo”, Quinterno contradijera de entrada todos los encuentros anteriores y diera vida a Isidoro. Personaje que, si bien -como dije- compartía características con sus prototipos (25), fue pensado exclusivamente en función de Patoruzú. Y junto al nacimiento del nuevo padrino, se consolida en forma definitiva su ahijado, el gran cacique. También se inauguran las largas aventuras, la Historieta Propiamente Dicha, que si bien Quinterno ya había ensayado en Julián, ahora tenía la pista preparada para desarrollar.
El primer episodio de Patoruzú duró 48 tiras. Hasta el 1º de febrero del ’36, a razón de una por día. Aunque no llevaba título, se lo conoce desde siempre como “El Gitano Juaniyo”. La historia está narrada con un ritmo propio de los dibujos animados. Cuenta en principio la lucha en un ring de mala muerte, entre el gitano del título y el indio, donde lógicamente el primero es vencido. La unidad culmina con un augurio de Lola, la esposa del gitano: Isidoro, manager de éste, caído en desgracia a raíz de su derrota, será quien acompañe a Patoruzú en miles de aventuras. Y, además, lo protegerá de los que quieran aprovecharse de su ingenuidad. Dos destinos unidos, concluye la gitana. El indio sella el encuentro con un estruendoso beso y nombra a Isidoro como padrino.
A mi entender, la dupla nacida en ese cuadrito es la más rica en matices que haya dado la historieta cómica argentina. El rol de Isidoro es el de opuesto complementario a la valentía y la nobleza del patagón. No sólo se juega allí lo ideológico, respecto a vicios de la gran ciudad en contraste con virtudes del interior. Es también una cuestión de construcción dramatúrgica. Patoruzú resulta lineal y previsible. Son las complejas características de la personalidad del padrino, las que permiten que la trama argumental y vincular se ramifique en vicisitudes. Quinterno lo hace rozar el ilícito, pero no permite nunca que caiga del todo. Le propone dilemas éticos. Lo pinta cobarde, pero le otorga  dosis inusitadas de arrojo en situaciones límite. En resumen: hace que, a pesar de la frágil moralidad del personaje, algo de la nobleza y bravura de su ahijado se le termine pegando.
Isidoro puede ser tanto compañero del indio, aportando la inteligencia y astucia que compensan la ingenuidad de aquél, como aliarse circunstancialmente a los villanos de turno, en un equilibrio a menudo peligroso respecto a la línea del delito. También puede dificultar la tarea de Patoruzú, a raíz de su cobardía o sus pequeñas venalidades. Y por supuesto, aporta gran parte de la comicidad. Tenemos así un elemento que triangula el clásico enfrentamiento héroe-villano, y que suele oscilar entre estas dos fuerzas del conflicto, potenciando las historias. Las características enunciadas, hacían tolerables una extensión de cien páginas (muy lejos de las historietas de Mazzone o Torino), sin incurrir en reiteraciones, ni provocar aburrimiento. O sea, no es sólo mérito de los guionistas que han colaborado con Quinterno y que han seguido después con otros dibujantes. El material de base con que contaban les facilitaba la tarea.
Isidoro, a su vez, aporta otro interesante personaje. “El irascible coronel”, como bautiza Andanzas (Nº 13, enero del ’58) la recopilación de los episodios originariamente publicados en las semanales (Nros. 101 a 112, año 1939), marca la primera aparición del Coronel Cañones en el mundo de Patoruzú e Isidoro, a quien hasta el momento no se le conocía familia alguna. Introducida la novedad brillantemente en esa historia, Quinterno avizoró que podía desdoblar a Isidoro, y hacerlo vivir otra vida junto a su tío. Los dos rectores morales, el indio y el Coronel, sobreabundaban. Pero el Coronel era una excelente excusa para que Isidoro recuperara la faceta costumbrista de su prototipo, Julián de Montepío, un tanto relegada en las aventuras junto a Patoruzú.
De ese modo, en la revista semanal, Isidoro, aparte de su vida junto al indio comienza a llevar, con pocas páginas de diferencia, otra paralela junto al Coronel Cañones, sin que Quinterno se preocupara por explicitar la interrelación de ambas.
La tira se inaugura poco después que finalizara el episodio de presentación de don Urbano Cañones (Nro. 140, año 1940) y se la anuncia de esta manera -correspondiendo las mayúsculas y la negrita al original-: “(...) Isidoro, además de seguir apadrinando a Patoruzú en sus habituales aventuras, ACTUARÁ INDEPENDIENTEMENTE (...)”. Como se notará, la información es de carácter casi instrumental, cuando fácilmente se podría haber consignado algún tipo de precisión (temporal, por ejemplo) que explicara el desdoblamiento.
Otro detalle: apenas en la cuarta entrega de la tira el añoso militar aparece intentando llevar hasta el altar a una vedette. Se borra así el casamiento que luego de muchas peripecias termina consumando en “El irascible coronel”. Poco le importó a Quinterno, nuevamente, ser consecuente con esa circunstancia, en tanto obstaculizaba la principal motivación de Isidoro para soportar los rigores a los que lo sometía su tío. El anzuelo de la herencia resultaba imprescindible para este nuevo vínculo.
Fuerza es decir que el desprecio por el valor de la coherencia en las historietas, era compartido por los lectores de la época. La introducción de ese concepto corresponde a generaciones posteriores, que no se formaron consumiendo material nacional, precisamente.
Sin embargo, Quinterno sí se esmeraba por lograr verosimilitud en la estructura interna de cada sección, en tanto mantenía los antagonismos complementarios (ahijado-padrino, sobrino-tío). La dicotomía entre una moral rígida y otra disipada, estaban presentes en una y otra historieta, aunque la de Isidoro tenía alcances menos pretenciosos en lo argumental y se reducía a una tira autoconclusiva, de una sola página.  Esa vertiente es la que se retoma y amplía, casi tres décadas después, para las Locuras de Isidoro. De este modo, el Coronel Urbano Cañones muy poca participación más tuvo en las historietas de Patoruzú (26).
Quien tuvo una incidencia decisiva en el binomio, como tercer personaje en discordia, es Upa, el hermano de Patoruzú.
La historia de su extraña aparición en la vida del indio, arranca en marzo del ’37, en la revista. Consta de varios episodios. El primero -corto, 16 tiras, apenas- cuenta su descubrimiento en la cueva, donde lo había encerrado el Tata por sietemesino, y no haber gritado “Huija!” al nacer. A partir de allí, se suceden: 1) el traslado del buen salvaje a la ciudad, con los gags que genera la difícil adaptación; 2) el rapto de Upa por los gitanos Juaniyo y Lola (27), quienes lo ponen a trabajar en un circo; 3) la vuelta a los intentos de atenuar en algo su primitivismo, lo que finalmente se logra bautizándolo (metáfora del pasaje de “salvaje” a “cristiano”).
Es evidente que con él, Quinterno buscaba rescatar la faceta bárbara de Patoruzú, que había desarrollado en las tiras de Julián, pero que no le era posible repetir en esta nueva etapa, dado que el indio comenzaba a acostumbrarse a la ciudad. Así, la distancia que lo separaba de Isidoro, podía llegar a acortarse, y no era conveniente. Upa es quien en adelante acompañará a Patoruzú en los usos y costumbres del interior, resistidos por el padrino. Le servirá de ancla telúrica a su hermano en la ciudad, y aparte funcionará como nuevo resorte dramatúrgico, en tanto será sensible a menudo a la perniciosa influencia del padrino. Se convertirá además en el talón de Aquiles del indio, cuando los villanos lo utilicen en su contra.
Quinterno le va concediendo al gurí algunas palabras como “Pumba!” o “Ca-ne-jo!”, aparte del críptico “Turulú” del inicio. Y suaviza, paulatinamente,  sus rasgos salvajes. Aunque no llega nunca a borrarlos por completo, lo que sí sucederá en etapas posteriores, en manos de otros dibujantes y guionistas. Con Lovato, que lo interpreta como un niño, ya habla a media lengua. Pero luego, al recuperar estatura, y al no otorgársele una edad definida, se lo convierte, desatinadamente, en un deforme infradotado. El único comportamiento que lo une a su origen, para entonces, son los panzazos con los que ataca o se defiende.
Aunque también los primeros cambios son criticados lúcidamente por Steimberg (28), quien rescata el trazo inicial de Upa, “personaje monstruoso por no-hecho, por no-formado”, en contraste con la “inmediatez representativa” de los demás. “En los primeros episodios -prosigue el semiólogo-, cuando pasea su naturaleza indefinible por una ciudad que no fue hecha para él, llega a convertirse incluso, en lo bueno -lo incalificable, lo intraducible- del dibujo de Quinterno.”
Con la incorporación de Upa, los vínculos quedan trabados de una manera perfecta y definitiva (29), y muchas veces se autoabastecen para sustentar las aventuras, siendo los malvados de turno apenas detonantes del conflicto.
Así y todo, la galería de villanos es rica. A los citados Juaniyo y Lola, se agregan El Hindú y Miko, Gastón y el mismísimo Mandinga, entre los más notorios.
Mención aparte merece Pampero, el caballo de Patoruzú, que aparece por primera vez en la tira de “El Mundo” el 20 de agosto del ’36. Cumple una misión de rescate de la identidad del indio en la ciudad, parecida a la que posteriormente viene a completar Upa, y da pié para numerosas aventuras, donde se ponen en juego tanto las hazañas de flete y jinete, como las debilidades turfísticas de Isidoro.
Para finalizar, cabe destacar que aunque Patoruzito no fue dibujado ni guionado por Quinterno, sí era suya la estructura básica de la historieta. Allí una vez más reformula el encuentro entre Patoruzú e Isidoro, ubicándolo en la infancia de ambos. Y si desmiente lo anterior se debe a la poderosa razón de no privar al protagonista de su opuesto complementario (30).
Entonces, planteado este panorama, cabe concluir que el éxito y la permanencia de Patoruzú se debió no sólo a su singularidad como personaje, sino al mundo vincular que Quinterno supo urdir para él.
Y ese fue el universo historietístico del que mamó Goscinny, en su infancia en Buenos Aires, y que sin duda influyó en sus creaciones. Aunque no en el sentido que habitualmente se señala, estableciendo forzadas comparaciones con Astérix. Sostengo desde hace tiempo que es en Oumpah-pah (31), donde se verifican extraordinarias correspondencias con la urdimbre quinterniana. En especial, las referentes al contrapunto entre las virtudes del “bárbaro” y los vicios del “civilizado”.
Si bien he rescatado a Quinterno, en su faz creativa, desde el exclusivo ángulo de la capacidad para idear caracteres complejos y de relacionarlos entre sí, no puedo dejar de mencionar sus habilidades como dibujante. Que podrían haber sido excepcionales, en tanto hubiera evolucionado en la impronta absolutamente personal que mostró en sus principios. Pero que pronto abandonó, influenciado por algunos dibujantes de Disney (32). Esta línea “redondeada”, que termina prevaleciendo en él, es objeto de análisis en el ensayo de Steimberg (33).
En cambio, lo que siempre conservó Quinterno fue un pulso narrativo que el  mismo Eisner hubiera admirado.
Y de los tres seleccionados, en su faz de editor fue -que duda cabe- el más brillante, al punto de marcar a fuego con sus publicaciones toda una época de la historieta argentina.
(14) El singular paralelismo que planteo excede largamente los márgenes de este análisis, pero no está demás apuntar que ambos -Oesterheld y Quinterno- fueron artífices de una época de oro de la historieta argentina, tanto con sus creaciones, como con las revistas que publicaron.
(15) Susana Muzio es autora de “Releyendo Patoruzú”, libro editado por Espasa en 1994. Su padre fue Carlos Muzio Saénz Peña, periodista que ocupara importantes cargos en distintas publicaciones, y que diera a Quinterno la oportunidad de debutar con tira propia (Panitruco, en “El suplemento”); y que además, según cuenta la leyenda, fue quien sugirió reemplazar el impronunciable Curuguá-Curiguagüigua inicial, por el de Patoruzú.
(16) Lo centro exclusivamente en Patoruzú debido a que es el único personaje de “Historieta Propiamente Dicha” que Quinterno dibujó y guionó -aún con alguna colaboración, como la de su hermana Laura- personalmente,  durante alrededor de seis años (1935-1941). Luego de esa etapa, si bien es posible hallar trazos suyos en algunas historietas, lo dejó en manos de sus colaboradores. Siempre, claro, bajo su exigente supervisión.
(17) Extensa aventura de Patoruzú, publicada originariamente en el diario “El Mundo”, en formato de tiras, de marzo a agosto de 1936.
(18) Al republicarse el año siguiente “El Aguila de Oro”, en la revista Patoruzú, Quinterno agrega como cierre el mencionado relato, bajo el título: “La ascendencia de Patoruzú - Historia de Patoruzek Iº y Patora la Tuerta”.
(19) A más del mencionado libro de Muzio, puede hallarse profusa documentación sobre Quinterno en “Patoruzú, Vera Historia no Oficial del Grande y Famoso Cacique Tehuelche”, Ediciones La Bañadera del Cómic, 2001. En cuanto al análisis ideológico, considero insuperado el ensayo de Oscar Steimberg, "1936-1937 en la vida de un superhéroe de las pampas”. También se pueden consultar las numerosas notas que le  he dedicado al autor y sus creaciones  en este mismo blog, y sitios dedicados exclusivamente al tema, como la Patoruzú Web.
(20) No obstante la aparición del indio, Quinterno reincidió luego con este tipo de personajes: Isidoro Batacazo (1931 - "El Mundo") y Don Fermín (1932, “Mundo Argentino”). No es ocioso destacar que en los diarios en que publicó, formaban parte del staff escritores de la talla de Borges, Tuñón, (“Crítica” del ‘28, la de Botana.) Arlt, Nalé Roxlo o Marechal ("El Mundo"),  entre otros.
(21) Cartógrafo y cronista de la expedición de Fernando de Magallanes. Autor del libro “Primer Viaje En Torno Del Globo”.
(22) El copyright de Don Gil Contento y de Julián de Montepío, quedaron para los diarios en que se publicaron originariamente, como era la costumbre hasta el momento. No así Patoruzú, con el que Quinterno sienta precedente en el país de derechos de una historieta en manos de su autor.
(23) Uno de los tantos ejemplos lo constituye el alejamiento de Divito de su staff, para fundar editorial propia. Rápidamente Quinterno tuvo que poner a “Patoruzú” semanal a la altura de “Rico Tipo”, para frenar la competencia. Es decir, convertirla en una publicación para adultos y no para todas las edades, como lo había sido hasta ese momento. Las historietas, en la época, eran consideradas socialmente cosa de chicos. Si las aventuras (mucho más tarde “andanzas”) de Patoruzú constituían una excepción se debía a su nacimiento en periódicos, lo cual daba a los adultos la excusa para seguirlas, lo mismo que las tiras cómicas que allí solían aparecer. Así, reservando sólo para “Patoruzú” las tiras clásicas de Quinterno (las del indio, Isidoro, Don Fierro y El Fantasma Benito), surge el semanario “Patoruzito”, versión infantil del personaje,  recogiendo el resto de la gama historietística. Pero, además, ampliándola brillantemente. Con esto, no sólo logra poner a “Patoruzú” en un pié de igualdad con “Rico Tipo”, sino que suma otro éxito editorial.
(24) “La Historieta Argentina, una Historia”, de Gociol y Rosemberg, Ediciones de La Flor, 2000. Otro libro de consulta imprescindible.
(25) Deliberadamente he omitido mencionar, en la amalgama que compone a Isidoro, a Pepe Torpedo, personaje creado ad hoc para la página automovilística de La Razón, en 1930, y que Quinterno firmaba como Escape Libre. Sus características no difieren demasiado de los citados, salvo en que el acento estaba puesto en la faceta de la pasión por los fierros.
(26) En el Nº 55 de “Las Grandes Andanzas de Patoruzú e Isidoro” (“La Extraña Herencia”, julio del ’61) se  da por muerto al Coronel Cañones. Pero curiosamente, cuatro números después ("Misión Secreta"), se lo revive sin explicaciones, en corta intervención, encomendando a su sobrino una tarea de espionaje. Las mencionadas, junto a la que es objeto de la presente cita,  son las únicas apariciones del personaje que se registran junto al indio. Aunque sólo “El Irascible Coronel” fue realizada integralmente por Quinterno. Este argumento se reelaboró hábilmente para el primer número de “Locuras de Isidoro” (“Vivan los Novios!”, 4 de Julio de 1968), reemplazando a Patoruzú por el Capitán Metralla. El cambio no afecta en absoluto la historia, ya que los verdaderos protagonistas en el original son tío y sobrino. En la primera didascalia de “Vivan los Novios!” hay un guiño a su precedente, y se sienta la diferenciación con el Isidoro de Andanzas de una forma muy escueta: “Tras una larga temporada en las termas, el irascible Coronel Cañones regresa al domicilio, donde vive con su sobrino Isidoro”.
(27) Es en este tramo argumental que se inspira el corto animado “Upa en apuros” (1942).
(28) Steimberg Oscar, ensayo "1936-1937 en la vida de un superhéroe de las pampas”, recopilado en el libro del autor "Leyendo Historietas (estilos y sentidos en un arte "menor")", Ediciones Nueva Visión, 1977.
(29) Considero a La Chacha y a Ñancul como personajes episódicos. Y si dejo afuera a Patora, es porque, aún siendo idea original de Quinterno, pertenece a una época muy posterior (1959), en la que éste ya  no dibujaba ni guionaba las aventuras de Patoruzú.
(30) En las aventuras del Pequeño Gran Cacique, a diferencia de su versión adulta, suele aparecer con frecuencia el -entonces- Capitán Cañones. Si bien éste, desde el episodio inaugural, delega la formación moral de su sobrino en la Chacha y Patoruzito, es evidente que no podía desligarse del todo, no resultando redundante su presencia. Suele ser disparador de viajes a exóticos países, con el pretexto de su condición de militar comisionado en el exterior.
(31) Historieta guionada por Goscinny y dibujada por Uderzo, anterior a Astérix, originaria de Le Journal de Tintin. En la Argentina se la conoció a través de Billiken, que publicó, entre 1962 y 1964, en entregas semanales de dos páginas a color, los cinco títulos de la serie: " Umpah-Pah, aventuras de un piel roja", "En el sendero de la guerra", "Umpah-Pah  y los piratas", "Misión secreta" y "Umpah-Pah  contra Hígado Enfermo".
(32) En especial Floyd Gottfredson, quien durante décadas estuvo a cargo de las historietas de Mickey.
(33) Steimberg Oscar,  op. cit.
El copyright de "MAZZONE, QUINTERNO, TORINO: SINGULARIDADES DE TRES MAESTROS DE LA HISTORIETA COMICA" pertenece a Miguel Dao, y se encuentra registrado. Cualquier reproducción -total o parcial- que omita mencionar la fuente será pasible de acciones judiciales.