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miércoles, diciembre 10, 2025

GRAFOVIDA

Un gran tipo al que conocí gracias a este blog, me hace de tanto en tanto regalos principescos de los cuales no soy merecedor en absoluto.

El último fue GRAFOVIDA, un volumen de lujo que compila la obra de Luis J. Medrano, mérito del Tano Cascioli quien se empeñó siempre en sacar del olvido a los grandes del humorismo gráfico argentino. 


Editado en la primera década de este siglo, se me escapó en su momento. Acabo de recorrer sus 256 páginas, y me quedó una rara sensación.
Medrano no formó parte de mi educación sentimental. En mi casa no se leía La Nación, donde aparecían sus Grafodramas. Tampoco de adulto, en mis rastreos de coleccionista, me topé con una Popurrí, la única revista que editó.
Lo cual no quiere decir que Medrano me resultara ajeno, no pude dejar de encontrarlo en ineludibles reseñas y de allí mi admiración. Al punto que no bien se entra a mi escritorio, se pueden ver dos grandes reproducciones de publicidades suyas.
 

Se ha dicho mucho y bien sobre su obra. No es mi especialidad. Abordaré entonces a Medrano tratando de precisar la vaga sensación que me dejó esta lectura. 
Una afirmación osada para arrancar. Cualquier viñeta de Medrano o de Calé, da cuenta de un Buenos Aires que ya no existe mejor que cualquier estudio sociológico. No existe el centro de Medrano, no existe el barrio de Calé. No existe el oficinista, no existe el vecino de la cuadra. 
Mi viejo me contaba que una vez lo desalojaron de un banco de la plaza de Zárate por no llevar sombrero. Los sombreros coronan las testas de casi todos los personajes de Medrano. Ni hablar del Contreras que puede llegar a ser sólo sombrero, de espaldas, acabando de cruzar a una muchacha que porta junto a su pecho La Razón de mi Vida. Asocio libremente y señalo que en Medrano, al revés que en Divito, hay mucho más matronas que chicas. Y mucho más hombres que mujeres. Los oficinistas eran hombres, claro. 


Hace poco, repasando semanarios Patoruzú de 1958, una nota humorística me llamó la atención. Hacía alusión a  las mujeres, que a partir de obtener el derecho cívico de votar, también opinaban de política; y que inclinaban sus preferencias por un candidato que prometía eximirlas de trabajar fuera de los quehaceres domésticos. Mi infancia transcurrió en los '60 y en efecto no recuerdo mujeres insertas en lo laboral, más allá del ámbito escolar. 
Otro mundo, otro universo, otra galaxia.
Los hombres formales de Medrano tienen expresiones adustas o melancólicas, rara vez sonríen. Y cuando lo hacen dejan trasuntar una ingenuidad que desmiente la hosquedad reinante. Uno sospecha que los viajeros del tren del almanaque de Alpargatas, si tuviesen un objetivo parecido al señor que lleva ilusionado elementos de jardinería, sonreirían como él.
Pero están enfrascados en la lectura, con la única excepción de un fumador, un pensativo, un discutidor. ¿Qué leen? El diario, La Fija, historietas.


¿Otro mundo, otro universo, otra galaxia?
Si cambiásemos las vestimentas uniformadas por la heterogeneidad hoy reinante, y los diarios por celulares, podría ser una escena actual. Quizá trocarían las expresiones. Los adictos a las redes serían los que esbozarían una sonrisa (¿boba?) y el obligado a trabajar en la casa podría ser el mufado.
¿Otro mundo, otro universo, otra galaxia?
Mas allá de los sombreros... ¿no ha habido quien exhibiera una mueca de disgusto al cruzarse con alguien que portase un ejemplar de  Sinceramente?
¿No hay mujeres que preferirían quedarse en sus casas, a salir a la jungla laboral? (... no me peguen, soy Dao, un anacoreta de alma).
Los condóminos de los edificios suelen tener un grupo de Whatsapp donde a más de las problemáticas comunes, se saludan diariamente, se consultan por la salud, y hasta se pasan recetas de cocina.
Es posible que haya llegado al meollo de la sensación que me dejó el libro de Medrano. Ha  puesto en crisis mi convicción que este mundo difiere mucho de aquél en el cual me crié. 

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