Siempre me interesó el cine australiano por su singular mixtura de originalidad temática, grotesco y violencia.
Anoche, de puta casualidad, sin ningún dato previo, se me dió por ver en Netflix "El Poder de la Moda". Ya el título me hubiese espantado de entrada (en el original es "The Dressmaker", o sea "La Modista"), pero algo de la descripción y las imágenes de avance me engancharon como para dedicarle aunque sea dos minutos. Con los primeros títulos, al enterarme del origen, me dispuse a verla completa. Es una maravilla que recomiendo a aquellos que sepan disfrutar de algo muy distinto a lo que ofrece la industria y también a los bodrios que hoy en día suele gestar el llamado "cine de autor". Los no entrenados que decidan verla deberán despojarse de los infinitos clichés incorporados bajo la legitimación de -supuesta- verosimilitud.
La verosimilitud, no me canso de repetirlo, no surge de la confrontación con lo "real", sino de la coherencia interna de la obra.
" The Dressmaker" tiene algo de "La visita de la anciana dama" (Dürrenmatt), pero joven. Su devenir, absolutamente imprevisible, deriva en un falso final que hace temer el peor de los cierres de las comedias románticas, pero no... Allì empieza el verdadero desenlace que desata esa violencia imparable que mencioné al pincipio y que caracteriza las producciones australianas. Encima, divierte.
Una pepita de oro, perdida en la consabida mierda de Netflix.
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