En otro mundo, el de los ’60, los que iban a escuelas privadas eran los burros que no se bancaban la exigencia de la pública. Esto favorecía que los pocos ricos se encontraran, en el plano de igualdad que nos otorgaba el guardapolvo, con los muchos pobres como yo. Fui compañero de primaria, por ejemplo, de un pibe cuyo padre era el dueño de la funeraria más importante de Zárate, y que no tenía ningún problema en cambiar mexicanas conmigo, humilde hijo de un laburante del frigorífico. No se de donde había rapiñado yo el pilón inicial, ya que todavía no compraba, para recibir a cambio aventuras de Batman y Súperman, que transcurrían en extraños planetas como el Mundo Bizarro y con personajes que encendían mi imaginación como Batmito o Mr. Mxyzptlk. Esas a su vez las iba cambiando con otros pibes de a una, y después de leerlas volvía con el pilón renovado a la casa del ricachón, en busca de nuevos canjes. No era fácil la transacción porque el hijo de puta ya se había leído todo lo recién publicado, entonces mi búsqueda por otros lares se orientaba hacia lo más viejo (la guita actual, que habré tenido entre manos en esa otra vida!). Las historietas eran fáciles de conseguir sin comprar. Fuera del canje, siempre había un amigo, un primo o un vecino que te las prestara o regalara. Era un material preciado solo para la lectura, después se convertía en descartable. Gracias a mis primos grandes de Capital descubrí las Correrías y las Andanzas (“El Teatro Maldito”, “El Fin del Mundo”, o alguna de ésas) cuando tenía apenas unos cinco años. Mi tío Ramón, el pudiente de la familia, que había abierto el primer kiosco de cigarrillos, golosinas y forros en pleno centro de Zárate, compraba todas las semanas la Patoruzú, y después de leerla me la dejaba a mí, lo mismo que los Libros de Oro. El Billiken era artículo de colegio, así que mis viejos solían comprármelo de tanto en tanto, y yo a lo primero que iba era a El Fantasma Justiciero, Pi-Pío o Pelopincho y Cachirula. Ahí también descubrí a Pratt con Ana de la Jungla (Ann y Dan), a Chick Bill y tantas otras. Anteojito fue medio tardía para mi generación, pero de todos modos, allí me enteré de la existencia de Sónoman y de Spirou. Circulaban, además, las Disneylandia, Tío Rico, Tribilín, La Zorra y el Cuervo, Lorenzo y Pepita, la Pequeña Lulú, Periquita, Archie... Cuando crecí un poco, desarrollé habilidades para lograr que mi vieja me diera guita, y empezó la etapa de comprar por mí mismo, pero sólo aquello que era digno de colección, a mi criterio. Tampoco era que hubiese coleccionistas. Es más, yo ni sabía que lo era. Decía que “juntaba” revistas. Ya conté en mi novela que el acto inaugural fue con “Monaguillo del Diablo”, en Correrías y “Platos Voladores”, en Andanzas. Pero también compraba -en la medida que mi vieja se ablandara- El Conventillo de Don Nicola y otras de Torino, así como Capicúa y otras de Mazzone. Mi peregrinaje por los kioscos era ansioso, sobre todo con las de Quinterno. En la época en que vivía en un barrio, llegada la fecha anunciada de publicación, me iba caminando hasta el centro, ya que allí estaban antes. Y siempre quedaba el recurso de la distribuidora, que a veces vendía al público, aunque de mala gana. Recuerdo que de “Puente al Otro Mundo” (una gran aventura de Correrías) conseguí ahí el único ejemplar que había llegado a Zárate, ignoro por que. Después, aparecieron revistas nuevas: Lúpin, y Antifaz, que las empecé del primer número (de nuevo pienso en la guita que tendría ahora, de haberlas conservado). También tuve las primeras Hijitus y Larguirucho, pero pronto dejaron de interesarme. Claro que tengo que agradecer a García Ferré haber leído por primera vez -maravillado- a Lucky Luke en Antifaz. Y más o menos por la misma época, Siete Días lanzó en fascículos a Astérix, que nuevamente me volvió a llegar gracias a mi tío Ramón, el pudiente (además, a través de él conocí El Eternauta de Gente, aunque no podía todavía apreciarlo). Pero ya debíamos andar por los ’70, y la historieta pasaba a ser cosa de chicos. Yo era “grande”, me dedicaba al teatro, leía a Brecht, a Shakespeare y a Ghelderode, así que regalé todo lo que tenía a un vecino, de un saque, en un sólo acto simbólico de ingreso a la “adultez”. Eso no obstó para que posteriormente siguiera comprando algunas cosas: Skorpio y todo lo de Récord, que marcó mi ingreso a la historieta “seria”, con la consiguiente gran y definitiva revelación de Oesterheld, Breccia y todos los grandes de una etapa que yo no había vivido, de la que algo conocía, pero que recién ahora me deslumbraba; también Satiricón, Mengano, Chaupinela, Humor, Súper Humor... De modo que no me alejé del todo. Volví a mis aficiones infantiles, a la historieta “cómica”, recién a mediados de los ’90, cuando me declaré coleccionista y me interesé por saber más de aquél mundo perdido.
De todo eso hablo cuando hablo de historieta. De otra galaxia, donde no existían las comiquerías, ni el manga, ni los lujosos álbums. Donde en cada kiosco, en cada casa, había abundante material del género para los pibes, leído de refilón los grandes. O sea, un tiempo donde la historieta no era “arte”, ni había llegado a la “adultez”, pero en cambio era inmensamente popular. Y conducía a un mundo de aventura que ya no existe. Una lástima, señores.
De todo eso hablo cuando hablo de historieta. De otra galaxia, donde no existían las comiquerías, ni el manga, ni los lujosos álbums. Donde en cada kiosco, en cada casa, había abundante material del género para los pibes, leído de refilón los grandes. O sea, un tiempo donde la historieta no era “arte”, ni había llegado a la “adultez”, pero en cambio era inmensamente popular. Y conducía a un mundo de aventura que ya no existe. Una lástima, señores.
Eh!si lo entenderé amigo Dao,era como para hacer un curso conseguir material nuevo cuando uno viene de una familia proletaria.
ResponderBorrarPero vale mas el ingenio a veces.Esto es como un vicio,como el que fuma o le dá al alcohol.En mi caso iba a las casa de canje en mi infancia en Moron y alli compraba los saldos que habia,con las chirolas que me daban de pendejo.Conseguia desde Patoruzitos,hasta material europeo como las Zipi y Zape,Mortadelo y Filemon,etc,etc.Un dia vino una amiga del laburo d emi vieja y sabiendo que me gustaba leer esas historietas me dió un regalazo:una caja llena de Patoruzu/zitos,Isidoros,Larguirucho,etc de la decada del 60 y 70,que para mi era la gloria.Casi le hago un monumento a la doña.
Y cualquier revistita que viera por ahi tirada a punto de ser usada para otros fines,la mangueaba y las restauraba como si fuera un tesoro.Por eso es que las conservo aun,algunas me faltan o se perdieron,pero aunsiguen siendo mi mas preciado tesoro.Ahora, de mas grande,ya no se me dá por coleccionar,es poco y nada lo que me interesa,salvo honrosas excepciones que son mas bien clásicos modernos.
Ves? En Zárate no había casas de canje. Y de viajar a Mar del Plata, ni hablemos. Mi primer veraneo fue cerca de los veinte años! Pero no cambio mi lugar de extracción social por nada. Quien te dice, si hubiera nacido en otra posición, ahora estaría en las marchas a favor del campo y en contra de la inseguridad...
ResponderBorrarMuy interesante e ilustrativa crónica sobre tu relación con la historieta. Hoy estamos tan lejos de esos hermosos recuerdos que dudo realmente que vuelvan a repetirse en la sociedad actual. Por suerte nos queda la nostalgia de esos recuerdos que son un tesoro que no necesitamos comprar en Mercado Libre.
ResponderBorrarQuizá podríamos estar más cerca, Omar-citus, si el lenguaje de la historieta no se encerrara tanto en sí mismo, y los historietófilos y los editores miraran para el lado que tienen que mirar. Hay que dejarse de joder con los criterios de "arte" y "adultez" y recuperar la aventura, la narración limpia. Una aventura en la que podamos reconocernos, como hacía Oesterheld. Yo estoy podrido de las sucesiones de dibujitos -mal o bien hechos- que no cuentan nada. Creo que la historieta dejó de tener vocación de popularidad. Al contrario, se solaza en su condición de secta. Y contradictoriamente, todos se quejan de lo chico que es el mercado argentino...
ResponderBorrarMuchos quieren intelectualizar a la historieta y creo que es un error.Tiene que tener calidad pero no tiene que dejar de ser un entretenimiento para el lector.Debe tener aventura y fantasía,no abusar en los guiones con temas supuestamente actuales y cotidianos.Al quererla ubicar en una elite se pierde popularidad.
ResponderBorrarSé que no coincidís con esto:Columba logró hacer masiva la historieta o "novelas completas", con mayor o menor nivel,duró 70 años y cerró no por falta de ventas sino por un mal manejo editorial, quizá hoy seguiría editando sus revistas con mucha menos tirada por supuesto pero en los kioscos existiría algo de aventura y fantasía para leer.Creo que el nivel justo sería lo hecho por Alfredo Scutti en los 70s con su editorial Record.Si ves los primeros números de la revista Skorpio creo que son insuperables con nombres como:Ernesto García,A. Del Castillo,L. Durañona,Lito Fernández,H. Lalia,Zanotto,Ray Collins y un joven Robin Wood.
Diusculpáme, pero me dejé llevar porque me calienta pensar que si existieran editoriales como éstas habría mucho laburo para dibujantes y guionistas que como yo tienen que laburar para Europa y jamás poder ver sus dibujos impresos y en español.
Abrazo.
Adrián.
De acuerdo, Adrián, en que el parámetro para la historieta "seria" debería ser Récord, aunque adecuado a los tiempos que corren. Anda un intento editorial por allí -no se si subsiste aún- que parece retrotraerse a los '70 como si en el medio no hubiera pasado nada. O en todo caso, hay ejemplos más actuales para seguir: Superhumor o la primerísima etapa de la Fierro de fines de los '80. Allí todavía se apostaba a contar historias. Uno de los problemas de la historieta actual en la Argentina es que muchos dibujantes creyeron que ya no era necesario contar nada, que bastaba con hacer dibujos secuenciales. O quizá eso se debió a la ausencia de guionistas, no se. Por lo pronto, fuera del ya clásico Trillo, sólo puedo rescatar de las nuevas generaciones a Agrimbau, Reggiani y -a veces- De Santis. Si hay algún otro, lo desconozco o no lo pude leer (tanto se ha perdido el viejo arte de narrar historias limpiamente). Abrazo
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