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lunes, enero 28, 2008

MI TARDIO ACERCAMIENTO A HERGE

A raíz de la mención a Pablo Sapia en el post de Fierro, recordé una anécdota. Me había reunido con él en el bar “El Pensamiento”, esquina de Montes de Oca y Brandsen, en Barracas.
En los tiempos de Elcove (El Coleccionista Vengador), dicho café era lugar de encuentro con mi adversario Elcojus (El Coleccionista Justiciero). El gandul trabajaba por allí cerca, y se rajaba del laburo para hacer transacciones historietísticas conmigo. Yo, de paso, citaba en el lugar a otra gente, como el Oso Wainer, con quien luego partíamos a provincia -a hacer el dichoso “Moreira”, en esa época-, y que había quedado encantado con el lugar y su nombre. Cuanto más lo hubiera estado de saber, como yo me entero ahora, rastreando, que en su antiguo emplazamiento de la calle Vieytes, entre Suárez y Olavarría, los payadores, los cuarteadores, los criollos que trabajaban en las barracas, en los saladeros de las orillas del Riachuelo, hacían un alto para jugar un truquito o para tomar una caña (cito a Cristina Suárez, los interesados pueden leer más aquí).
El caso es que, volviendo al tema, Sapia estaba interesado en mis copias inéditas del indio, y allí nos encontramos por primera y única vez, si bien hemos mantenido, antes y después, intercambio epistolar (a los mails, puede calificárselos de epístolas?). Más allá de la transacción, charlamos tupido.
No podía dejar de aparecer el tema de la admiración común a la escuela franco-belga. Fue ahí que él menciona a Hergé. Siempre tuve reparos con el autor de Tintin, en base a las cuestiones ideológicas ampliamente difundidas, y sobre las cuales no vale la pena insistir aquí, lo cual me llevó a ignorar su creación. Se lo dije a Sapia y me contestó que me dejara de joder (no en ese tono, ya que es un muchacho muy respetuoso, pero me lo hubiera merecido), que si podía admirar la obra de Quinterno, pese a la faz reaccionaria de éste, era una boludez de mi parte (tampoco lo dijo así, pero lo dio a entender) perderme a Hergé. Reconozco ser muy prejuicioso en varias cuestiones, y no sólo atinentes al mundo de la historieta. Pero tengo a mi favor que la cerrazón cede ante argumentos lógicos y contundentes como el expuesto.
Desde entonces, gracias a Sapia, he empezado a interesarme por la obra del célebre belga. Me bajé todos los álbumes de Tintin de la Mula, pero como me cansa leerlos en pantalla, de a poco me los estoy comprando impresos y los examino con el detenimiento que merecen.
Descubrí que aparte de ser el padre de casi todos los que le siguieron en el dibujo por aquellos pagos, Hergé era un excelente guionista. Sus argumentos tienen un nivel de línea narrativa y una explotación de recursos humorísticos pocas veces vistos en la historieta de su estilo. Ni hablar de la aventura, del entrecruzamiento de historias y personajes en los distintos títulos, elementos que tomarían luego Franquín y Goscinny. En poco tiempo, desde la inicial Les Aventures de Tintín, reporter du Petit Vingtiéme, au pays des soviets, de 1929, donde el hilo argumental era débil, y las situaciones inconexas (y esto es reconocido por muchos -lo aclaro para que no se me acuse de parcialidad ideológica), Hergé adquiere una maestría formidable en el relato. Pero es de destacar, además, que la forma en la que narra se aparta en ocasiones del cuidado clasicismo que lo caracteriza y cobra dimensiones impensadas en él.
Hace poco, me topé con una secuencia de Le Secret de la Licorne (El Secreto del Unicornio), de 1942, que me dejó pasmado.
Aquí, el mecanismo de racconto que utiliza Hergé es sencillamente magistral. Lejos del tradicional borde redondeado que denota en el género el relato o el recuerdo (equiparable a los contornos difuminados, o el humo, en el cine clásico), desdeñando ese cliché, digo, aborda el monólogo del Capitán Haddock, desde un doble y paralelo plano de acción, mutando sin transiciones del presente al pasado. Logra así dotar al extenso relato de una tensión expositiva formidable, a la par de gags humorísticos muy eficaces. Es como si yuxtapusiese lenguajes teatrales y cinematográficos, en tanto el Capitán actúa lo que cuenta, tal como si estuviese en un escenario, pero al mismo tiempo lo que cuenta se ve. Y hasta se permite un tercer plano de relato, con la borrachera de Milú.
Especial mención para dos cuadritos: 1) el de la resistencia al abordaje, donde el antepasado del Capitán, adopta la postura de éste, según el que lo antecede; 2) el del retrato, donde asoma la cabeza de Haddock, en reemplazo de la del caballero de Hadoque. La fusión entre pasado y presente (no sólo gráfica, sino también conceptual) alcanza en ambos categoría de obra maestra.
Cabe apuntar, por último, que se dice
(ver) que Le Secret de la Licorne fue uno de los álbumes preferidos de Hergé. Y que para los detalladísimos e impactantes dibujos de navíos, frecuentó el museo de la Marina de París, abrevando en documentación del siglo XVII.
Les regalo, a los no iniciados, la secuencia completa... En baja resolución, como para que corroboren mi análisis y corran a conseguir el álbum, que es lo que corresponde. Y después, si pueden, sigan con todo Hergé.
El consejo no me lo agradezcan a mí, sino a Pablito Sapia.




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