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lunes, octubre 25, 2010

ALTO ALCATENA (sin coma intermedia, ni exclamación final)

Antes de ayer viajé a Capital a ver teatro -Imberbes de Bernardo Carey/ sábados y domingos/ Teatro del Pueblo/ actúa mi amigo Daniel Roncoli/ recomiendo fervorosamente-, y aproveché para pasar nuevamente por Librerías Libertador, ya que cierto historietista platense que se pierde donde no hay diagonales, me encargó un ejemplar de Lucky Luke (ver) . Me traje, además, a precios que no existen (*), el primer volumen de Peter Pan, de Loisel (BeDé), Tango en Florencia, del maestro Oswal, y El Libro Secreto de Marco Polo, de Enrique Alcatena.
Acabo de leer el último, que arranca con un dato histórico: Marco Polo, cautivo de los genoveses, dicta a Rustichello (Rusticiano, en la traducción) de Pisa las memorias de su viaje a la China.
Se dice que en su lecho de muerte, consultado sobre la veracidad de estos relatos, el célebre mercader respondió que en El Libro de las Maravillas (o Il Milioni) solo había contado la mitad de lo que vio.
Alcatena imagina, entonces, esa otra mitad, y crea una serie de episodios que son de lo mejorcito que he frecuentado en historieta en los últimos tiempos.
Los soberbios dibujos -a pura tinta china, coherentemente- están enmarcados por filigranas, como las que los monjes copistas del medioevo (los de Eco, en El Nombre de la Rosa) utilizaban para adornar los textos. La narración visual, a pesar del barroquismo impuesto por el tema, resulta plácida, lo que revela que cada página, cada cuadro, fue minuciosamente diseñado.
Pero además, en el plano argumental, Quique exhibe una frondosa imaginería, basada en mitos y leyendas orientales, donde también han abrevado, entre muchos otros, Borges, Lovecraft y Bradbury. Y si los nombro, es porque algunos episodios de El libro secreto... -desde la metáfora, el terror o lo humanístico- me evocaron los momentos más inspirados de esos autores (“La criatura en la caja”, “El sello de Sulaymán”, “Esperando al dragón”).
Y ya que estamos asociando en este plano, merece párrafo aparte la poética contenida en las historias. Diálogos y didascalias deberían servir de enseñanza a cierto paraguayo, de cuyo nombre no quiero acordarme. Porque acá -no obstante las menciones que anteceden- no hay rastro de pretensión literaria alguna, sino que el vuelo alcanzado se halla auténticamente consustanciado con la materia y el lenguaje en tratamiento. Surge de la narrativa misma y vuelve a ponerse al servicio de ella, haciendo que la acción progrese conjuntamente con las imágenes.
Los viajes apócrifos de Marco Polo se traducen también, para Alcatena, en sensible y existencial tránsito interno. Pero son fundamentalmente, en la tradición de los grandes historietistas, aventura plasmada en viñetas. Que de eso se trata en definitiva, a diferencia de la poesía o el cuento, la alta historieta.
Chapeau, Quique.
(*) Sabido es que soy un viejo rastreador de gangas. Pero pido se me crea que en los casos de Oswal y Alcatena, me parece una real injusticia que sus trabajos terminen rematándose de esta manera.

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