De lo que publica Fierro ya no me dan ganas de opinar, a no ser en particular. En este último número aparece una historieta que es ejemplo cabal de las estupideces que suelen poblar la revista, tenuemente compensadas por algún que otro material interesante.
“Tragedia en el té de las 5”, con guión y dibujos de A. Alvarez, es el relato que hace una cuchara, y que a su vez es transcripto por algo/alguien -no queda claro-, del suicidio de dos terrones de azúcar dentro del brebaje del título.
O sea, una reverenda pelotudez. Una idea que a uno se le podría ocurrir en la duermevela o mientras está cagando y que rápidamente descartaría.
Pero ése no es el problema, porque siempre hay gente que disfruta de este tipo de engendros como si fueran hallazgos, vaya uno a meterse con los gustos de los demás (si hay coprófagos y necrófilos...).
“Tragedia en el té de las 5”, con guión y dibujos de A. Alvarez, es el relato que hace una cuchara, y que a su vez es transcripto por algo/alguien -no queda claro-, del suicidio de dos terrones de azúcar dentro del brebaje del título.
O sea, una reverenda pelotudez. Una idea que a uno se le podría ocurrir en la duermevela o mientras está cagando y que rápidamente descartaría.
Pero ése no es el problema, porque siempre hay gente que disfruta de este tipo de engendros como si fueran hallazgos, vaya uno a meterse con los gustos de los demás (si hay coprófagos y necrófilos...).
El problema es la absoluta inconsecuencia de la historia, puesto que el requisito de verosimilitud interna no sólo vale para códigos realistas.
Supongo que a este muchacho Alvarez su maestro le ha elogiado la mano para dibujar vajilla, y entonces se largó a armar algo que incluyera esos enseres, total el guión es lo de menos.
En principio, a nuestro genio le resultó divertido que la cuchara y el saquito de té coquetearan un poco. Pero como su concepción de lo activo y lo pasivo respecto al sexo pareciera ser un tanto machista, decidió tratar a la cuchara en masculino, mientras que al saquito de té en femenino. Así se lee, por ejemplo: “y viste lo obsesivo que es la cuchara cuando se trata de trabajo”. A más de los/las citados/as intervienen galletitas y azucarera, que no fueron travestidos.
Por otra parte, en el intento que los dibujos no se conviertan en mera ilustración de las didascalias, la narrativa se vuelve confusa. Si la intención era volver una y otra vez al suceso traumático, se requerían secuencias mucho más obsesivas. Sospecho, sin embargo, que las intenciones estuvieron ausentes, y que fue más bien la brújula caprichosa de la ocurrencia la que guió el trabajo.
Aunque éstos son detalles bastante menores si consideramos el suceso basal de la historia. En tanto todos los personajes tienen perfecta conciencia de la ceremonia del té, no se entiende por qué resulta un acontecimiento extraordinario que los terrones de azúcar terminen disolviéndose (suicidándose) en la taza. Tal como las galletitas y el saquito mismo están para ser consumidos.
Mientras pasaba los cuadros, especulaba que en algún momento aparecerían los merendantes, y se aclararía el asunto. Podía ser que en esa casa siempre se consumiera edulcorante, y que llegara un invitado que usara por primera vez los terrones. Pero no... en la última página se ve a dos señoras dispuestas a beber el té, y una le ofrece a la otra más azúcar, lo que ésta acepta. O sea que la viñeta fue puesta al mero y exclusivo efecto de introducir el segundo “suicidio”.
De nuevo: ocurrencia pura y tonta.
Pero en definitiva, A. Alvarez tiene todo el derecho de armar torpes historias transformando naturalezas muertas en vivas y publicarlas en algún blog, lo que seguramente merecerá comentarios entusiastas de su profesor, condiscípulos, familiares y amigos.
También -por qué no?- es legítimo que le muestre su trabajo a algún conocido que tenga en la Fierro.
Lo que resulta imperdonable es que la revista -o mejor dicho el actor cómico Sasturain, que figura como director- lo publique.
Cuando los dibujantes se cagan en los guiones abiertamente -pongamos por caso las idioteces de Max Cachimba-, lo atribuyo a una concepción de la historieta, de la que me hallo en las antípodas, pero concepción al fin. Y si bien esto hace tanto mal al lenguaje de los globitos como la autosuficiencia de A. Alvarez, aquí se verifica un intento de “contar”, y el hecho de que merezca aparecer en Fierro, podría hacer suponer que se cuenta bien.
No es así, de ningún modo.
Supongo que a este muchacho Alvarez su maestro le ha elogiado la mano para dibujar vajilla, y entonces se largó a armar algo que incluyera esos enseres, total el guión es lo de menos.
En principio, a nuestro genio le resultó divertido que la cuchara y el saquito de té coquetearan un poco. Pero como su concepción de lo activo y lo pasivo respecto al sexo pareciera ser un tanto machista, decidió tratar a la cuchara en masculino, mientras que al saquito de té en femenino. Así se lee, por ejemplo: “y viste lo obsesivo que es la cuchara cuando se trata de trabajo”. A más de los/las citados/as intervienen galletitas y azucarera, que no fueron travestidos.
Por otra parte, en el intento que los dibujos no se conviertan en mera ilustración de las didascalias, la narrativa se vuelve confusa. Si la intención era volver una y otra vez al suceso traumático, se requerían secuencias mucho más obsesivas. Sospecho, sin embargo, que las intenciones estuvieron ausentes, y que fue más bien la brújula caprichosa de la ocurrencia la que guió el trabajo.
Aunque éstos son detalles bastante menores si consideramos el suceso basal de la historia. En tanto todos los personajes tienen perfecta conciencia de la ceremonia del té, no se entiende por qué resulta un acontecimiento extraordinario que los terrones de azúcar terminen disolviéndose (suicidándose) en la taza. Tal como las galletitas y el saquito mismo están para ser consumidos.
Mientras pasaba los cuadros, especulaba que en algún momento aparecerían los merendantes, y se aclararía el asunto. Podía ser que en esa casa siempre se consumiera edulcorante, y que llegara un invitado que usara por primera vez los terrones. Pero no... en la última página se ve a dos señoras dispuestas a beber el té, y una le ofrece a la otra más azúcar, lo que ésta acepta. O sea que la viñeta fue puesta al mero y exclusivo efecto de introducir el segundo “suicidio”.
De nuevo: ocurrencia pura y tonta.
Pero en definitiva, A. Alvarez tiene todo el derecho de armar torpes historias transformando naturalezas muertas en vivas y publicarlas en algún blog, lo que seguramente merecerá comentarios entusiastas de su profesor, condiscípulos, familiares y amigos.
También -por qué no?- es legítimo que le muestre su trabajo a algún conocido que tenga en la Fierro.
Lo que resulta imperdonable es que la revista -o mejor dicho el actor cómico Sasturain, que figura como director- lo publique.
Cuando los dibujantes se cagan en los guiones abiertamente -pongamos por caso las idioteces de Max Cachimba-, lo atribuyo a una concepción de la historieta, de la que me hallo en las antípodas, pero concepción al fin. Y si bien esto hace tanto mal al lenguaje de los globitos como la autosuficiencia de A. Alvarez, aquí se verifica un intento de “contar”, y el hecho de que merezca aparecer en Fierro, podría hacer suponer que se cuenta bien.
No es así, de ningún modo.
Lo seguiré proclamando desde esta trinchera, aunque sea en absoluta soledad: saber dibujar no habilita para ser guionista de historieta, señores.
para mí que el autor quiso hacer algo parecido a fantagás sin tener la mano de nine. una porquería igual. pero la característica de la fierro es que esa porquería casi amateur convive con "angera della morte" (y con esa tremenda portada!) y con "altavista" por ejemplo. saludos.
ResponderBorrarCoincido en que "Angela Della Morte" pinta muy bien, aunque a mí, ni "Altavista", ni el laburo anterior de Sanz me engancharon para nada. Aparte, está "Sasha despierta", del maestro Trillo. Esas son las razones actuales por la que sigo comprando la revista. Nunca es descartable del todo, aún con diferencias de gustos, pero uno lamenta que predominen la arbitrariedad y la pelotudez. Saludos
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